El Neo Sabra: devenir de un nuevo Mito Fundacional del Hombre Israelí

por RODRIGO AFRO REMENIK, Sociólogo, U. Católica. MA en Historia de América Latina, U. de Tel Aviv. Sheliaj de la Agencia Judía para Hashomer Hatzair América Latina, desde Buenos Aires, Argentina.

Cuando llegué a Israel proveniente del lejano Chile a fines de los años ’90 fijé mi foco de atención en el “Sabra”: aquel joven israelí que, contrariamente al judío diaspórico (delicado y verborrágico), levantaba el arado y el fusil para arraigarse a la tierra, aquel Hombre Nuevo tosco y punzante por fuera, pero dulce y refrescante si se le conocía más en profundidad; aquel fruto prohibido (Sabra en hebreo significa literalmente “Tuna”) que funciona como mito fundacional de la cultura e identidad israelí.

Ya en Chile, como estudiante de Sociología, tenía como fijación intelectual el tema de la juventud, específicamente su identidad política, sus vínculos sociales y la relación entre estos dos aspectos. En Chile se vivían momentos de profundos cambios a este nivel, ya que con la nueva democracia nacía un nuevo tipo de joven, menos «politizado» y más liberal. En este sentido continuar con este objeto de estudio, y profundizar en el concepto de sabra, parecía algo natural.

Sin embargo, cuando emigré a Israel, este interés profesional ocultaba  verdaderas necesidades personales. Tenía 23 años y hacerme de amigos, conocer chicas, rearmar mi vida social, crear una especie de «familia de amigos» que sirviera de red social que pudiera estar conmigo en las buenas y en las malas, y yo con ellos en toda circunstancia, perecía un tema de vida o muerte.

Claro, esta necesidad humana se encontraba profundamente desvirtuada por los vicios profesionales del sociólogo — intelectualizar todo tipo de relación humana, clasificar de acuerdo a «tipos puros» a la gente, explicar la conciencia de las personas por sus circunstancias materiales –, lo que transformaron mis relaciones (fraternales, sexuales, profesionales, amorosas, intelectuales) de estos primeros años en algo bastante chato y monolítico. Por supuesto, mi escaso conocimiento del hebreo hacía todavía más difícil entablar conexiones profundas, lo que hacía aumentar mi tendencia natural a refugiarme en el intelecto para palear la casi inevitable soledad del inmigrante.

Antes de llegar a Israel, yo esperaba encontrar jóvenes diferentes a los que yo conocía en Chile, jóvenes comprometidos con su pueblo, jóvenes rudos y sarcásticos, endurecidos por la dura vida agrícola, el severo desierto y un entorno lleno de guerras.  Un «sabra»; un cactus, duro y espinudo por fuera, pero dulce y jugoso por dentro.

Esta visión (o más bien dicho esta ilusión) estaba ampliamente influenciada por años de sociabilización sionista en Hashomer Hatzair, que basaba gran parte de su educación en la inculcación de este  mito fundacional. Por ejemplo, recuerdo una oportunidad en que tuvimos que hacer una presentación de bailes israelíes con la canción «shir hapalmaj», que dice algo así: A la  orden siempre estamos, Siempre nosotros, nosotros los del Palmaj. Todo hombre joven es bueno para las armas, Todo joven a la guardia. Frente al enemigo nuestro camino se incentiva.

Cómo iba a suponer algo distinto. Cómo iba a suponer que en Israel había algo distinto que hijos de dioses. Bellos y fuertes jóvenes, en que los modales burgueses eran menos importantes que los altos objetivos de una sociedad y un hombre nuevo. Alegres y críticos jóvenes, en que el «Yo» era menos importante que el «nosotros. Yo soñaba con rudos amigos, de los cuales aprender los secretos de la lucha, lucha contra el desierto, lucha política, lucha armada.

Pero en cambio, me sentí como una canción del afamado cantautor israelí Arik Ainstein. El joven sabra, su accionar, sus sueños y su atractiva personalidad se habían desvanecido y en su lugar me habían dejado un espectro desnutrido, pálido y llorón de esa musculosa imagen que existía en mi mente, el pos sabra. Dicen que aquí era alegre antes que yo naciera y todo era sencillamente maravilloso hasta que llegué, porque para nosotros, para nosotros es esta tierra… Dicen que hubo un sueño maravilloso pero cuando vine a ver, no encontré nada, puede ser que se terminó.

Cuando llegué a Israel todavía estaba de moda la música y la estética de Aviv Guefen, hijo del famosísimo y «sabrísimo» poeta israelí Jonatan Guefen. Aviv y los otros jóvenes que me encontré en Israel ya no cantaban sobre el pueblo y el hombre, ya no cantaban al desierto y a la galilea. Todo lo contrario, la música (y también la literatura, el teatro, la danza, la pintura, y toda manifestación cultural a la que tuve acceso) de aquella época no se centraba en el pueblo, sino que en la pareja; ya no cantaba al nuevo hombre, sino que a la intimidad del Yo; ya no se impresionaba con los paisajes y la cultura israelí, sino que invocaba amplios valores universales como la Paz, el Amor sobre todo; la alegría había dejado lugar a la nostalgia, y la belleza externa ya no era vista como un valor, sino que como un símbolo de corrupción.

Para ejemplificar este último punto no hace falta más que ver una foto de Aviv Guefen, maquillado de blanco, con pintura intencionalmente corrida en los ojos, como sí hace algunos minutos hubiera terminado de llorar. La crítica de Guefen a la sociedad era ácida y destructiva, y nada tenía que ver con la crítica de las generaciones anteriores, o con la crítica que yo mismo tenía con la sociedad israelí.

Así lo demuestra la canción «97 de perfil» que critica a los soldados combatientes y al ejercito que los obliga a matar y a morir: Una flor florece y grita, los chicos se marchitan en los territorios ocupados. El oficial dijo “disparen”. Ejército de Defensa de la Muerte. Tenemos bandera y no tiene mástil. Los chicos a menudo se transforman en  banderas.

Esos primero años en Israel me vi rodeado de amigos depresivos y apáticos, refugiados sentimental y físicamente en sus parejas, nostálgicos –como Arik Ainstein– de un pasado que seguramente no existió, muy crítico en su actitud pero conformista en su acción. A ellos, a mis amigos, a mis amigas las llame los «pos-sabras» en honor a las teorías pos-sionistas que tan en boga estaban en esos años en las universidades israelíes.

Hace algunos meses, en el número 55 de la excelente revista israelí «Eretz Ajeret» fue publicado un simbólico artículo del pos-sionista Dr. Boaz Noiman llamado «Mi regreso al Sionismo». En él, Noiman explica el largo proceso intelectual y sentimental que atravesó  de ser un sionista convencido y militante, a ser uno de los intelectuales jóvenes más fervientes críticos al estado de Israel (pos-sionistas), para luego en forma lenta pero segura comenzar a reenamorarse de Israel y del Sionismo. Boaz escribe: «El proceso que pasé duró muchos años y no siempre fui consciente de él. La realidad dio lentas mascadas a mis teorías, concepciones, preconceptos y sobre todo a la ignorancia. Era una extraña sensación pensar en el sionismo y no sentir repulsión. Como los pioneros, sentía que estaba regresando a Eretz Israel. Fundando mi propio movimiento sionista. No soy un ingenuo. Soy consciente de los errores del movimiento sionista, pero me es claro que él en sí no es un error. «

 Esta confesión al más puro estilo católico, no sería más que una anécdota si no se enmarcara dentro de un movimiento social y cultural más amplio, que abarca la literatura, el teatro, la música, las ciencias sociales, etc.

Yo descubrí a éste «neo-sabra» de una manera mucho más casual e inesperada que los anteriores: como educador de jóvenes. De hecho, ya desilusionado de los jóvenes de mi generación me aboqué a la enseñanza de los viejos valores a los que soñaba cuando todavía vivía en Chile. Intenté educar a jóvenes sudamericanos, etíopes, de kibutz, de ciudad, rusos, y si bien mi intención era dejar a las generaciones futuras el legado que a mí me habían entregado, descubrí con ellos una nueva forma de ser sionista, una nueva forma de ser sabra. A diferencia de los pioneros con los que soñaba, mis educandos me mostraron que se podía seguir pensando en un nosotros sionista, pero sin caer en el falso orgullo y el elitismo.

Al respecto, dos ejemplos también provenientes de la música israelí. Los dos son raps, pero el primero corresponde a un rapero de derecha, «Subliminal», que escribe una nueva versión del Hatikva: Yo vi cuántos se fueron, demasiados no volvieron, amigos se separaron, casas se destruyeron, la esperanza está en nuestras mentes, amor en nuestras almas, el sueño en nuestro espíritu. Desapareció el silencio absoluto, nuevamente voces de guerra. Otro soldado vuelve en qué? En la bandera del país. Sangre y lágrimas se absorben en la tierra, otra madre dolorida se quedó solo con una foto.

El segundo ejemplo es del grupo rapero de izquierda «Hadag Najash». Como Aviv Guefen, también ellos hacen una durísima crítica al estado de Israel, pero sin embargo siguen pensando en un «nosotros-israelí». Claro, este nuevo «pensar como israelí» es irónico y burlón, muy distinto al viejo elitismo sabra, pero sin embargo siempre lo evoca y lo trae al presente: Hertzl está apoyado en una baranda, apenas lo vi me genero un rechazo. En éste país todo arde en llamas. Pero no me aguanté y  saqué el documento sobre el país y sin vergüenza le tiré todas las cuestiones de la dura realidad israelí. Le conté sobre el cuarto de millón de desempleados y sobre los políticos corruptos. Hertzl no reaccionó, y sonrió de oreja a oreja. Traté de destacar que no hay paz, no hay seguridad y que es agotador vivir con temor.

Tal como los viejos sionistas, estos neo-sabras fundan nuevos modelos sociales que pretenden resguardar los valores sociales y nacionales. Claro, ya no fundan Kibutzim agrícolas, sino que establecen comunas urbanas en los barrios pobres de Israel, ya que la pobreza es la nueva frontera que hay que conquistar. Ya no levantan el arado, sino que levantan escuelas, centros culturales y emprendimientos sociales. Ya no izan la bandera del militarismo, sino que de la ecología, ya que entienden que el máximo peligro de Israel y los israelíes  es la contaminación y la descomunicación. Ya no se organizan en partidos políticos, sino que establecen redes solidarias, en que nadie asume la representación del otro. Hoy existen en Israel alrededor de 120 de estas comunas, de las cuales más de la mitad son comunas laicas, y el resto son religiosas. Este nuevo sionismo se propaga a un buen ritmo, y surgen cada año nuevas comunas que pretenden entregar sus mejores esfuerzos y años en pos de la sociedad y el pueblo.

Pero estas comunas urbanas sólo son la muestra más clara de un fenómeno general de la sociedad israelí: Un nuevo mito fundacional está naciendo, el neo-sabra esta aquí para quedarse.

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