El Cuerpo como producto de las formas y mecanismos de Poder y Dominación Social.

por YAEL RAPAPORT, Est. de Sociología, U. Diego Portales.

La concepción del cuerpo que poseen las comunidades y los individuos se encuentra modelada por el contexto social y cultural, debido a que éste produce y reproduce significados. Es por esto, que no sería apresurado plantear que “desde el cuerpo nacen y se propagan las significaciones que constituyen la base de la existencia individual, pero sobre todo colectiva” (Le Bretón, 2002: 8). La razón por la cual la ciencia social no se ha hecho cargo de esta problemática –según Albuquerque- radica en “la concepción occidental que confunde la dimensión corporal con la natural en la conformación de un dualismo que coloca al cuerpo en contraposición con la mente y que condujo a relegar los estudios sobre el cuerpo a las ciencias naturales” (Setton, 2007: 35).

A lo largo de la historia, la representación del cuerpo ha ido adquiriendo diversos significados. Desde los griegos, el cuerpo ha jugado un rol fundamental al interior de la cultura de cada pueblo, lo que se ha visibilizado en la expresión artística. Los pueblos clásicos entendían la corporalidad como máxima expresión de lo que podía llegar a ser el hombre, en otras palabras, vivían para conseguir un cuerpo perfecto o al menos eso era lo que proyectaban como ideal. Desde la perspectiva hedonista de los antiguos griegos, hasta la fecha actual, “se han construido tantas concepciones del cuerpo como estructuras sociales se han sucedido” (Le Breton, 2002: 31). En la Edad media el significado del cuerpo  poseía cierta dualidad referida a lo profano y lo sagrado. Por un lado, “existía una alta veneración del cuerpo de Cristo (en tanto símbolo) y, por otro, la humillación y anulación del cuerpo de los individuos comunes” (Le Goff; Troung, 2003: 14).

Posteriormente, y a la par con los procesos de secularización, el cuerpo deja un poco de lado su carácter simbólico-religioso y comienza a constituirse como materia de estudio científico, comenzando a ser objeto de disecciones y provocando profunda curiosidad acerca de su mecánica y funcionamiento.

Según Moran (1997) las reflexiones teóricas acerca del cuerpo  se pueden enmarcar, al menos en un inicio, en tres aproximaciones fundamentales. Las primeras reflexiones que podrían denominarse “modernas” acerca de las implicaciones del cuerpo, se encuentran en los estudios de Michel Foucault. Desde los años setenta, el análisis de este filósofo centrado en las relaciones de poder y en la disciplina corporal, ha sido retomado una y otra vez como instrumento heurístico y de contrastación tanto por parte de sociólogos como de activistas políticos. Como en gran parte de la filosofía de este autor, el análisis que lleva a cabo acerca del cuerpo se encuentra íntimamente vinculado a la idea de poder. Para Foucault, el cuerpo se encuentra sumergido en un campo político en donde establece “relaciones de poder” con otros cuerpos.

Pero el cuerpo está también directamente inmerso en un campo político; las relaciones de poder operan sobre él como una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias, exigen de él unos signos. (Foucault,  1999: 87).

Para Foucault, el cuerpo desde lo más individual representa un pequeño poder y a su vez es producto de un poder, que denomina como micro-poder. Este micro-poder entra en relación con otros micropoderes, los cuales se manifiestan en diversos campos: social, económico, político, religioso, cultural, entre otros. De tales relaciones de los micropoderes, resulta la creación de normas, contratos, convenios, acuerdos, formas de propiedad, en fin, diversas relaciones que involucran al cuerpo.

Una segunda fuente teórica se nutre de los planteamientos de Hegel y  su posterior utilización en la teoría marxista. Dichos planteamientos debaten acerca de la inserción del cuerpo en los modos de producción material y su implicancia en los discursos ideológicos. El cuerpo observado desde la perspectiva  marxista, se convierte en una mercancía y, al igual que la fuerza de su trabajo, es la principal herramienta que tiene el obrero al interior del sistema de producción. Al mismo tiempo, el cuerpo sería también el objeto de explotación de la producción capitalista y los burgueses, recibiendo los efectos de la pauperización propia de la condición proletaria del escenario industrial descrito por Marx.

Una tercera vertiente de análisis del cuerpo combina la tradición weberiana y su planteamiento de las prácticas simbólicas, con la tradición del análisis de clase. Bourdieu, con su noción de habitus sobresale como el exponente más sistemático. Su análisis hace explícita la lógica de cómo el moldeamiento de las complexiones individuales refleja su situación en el entramado social. En esta línea de pensamiento, el cuerpo humano es pensado o leído como un producto social y por tanto atravesado y penetrado por la cultura, por las relaciones de poder, las relaciones de dominación, y de clase. Ello nos permite plantear una noción o percepción del cuerpo de quienes “dominan” y una noción del cuerpo de quienes son “dominados”. Aclaro que “el concepto de dominación no es entendido sólo en un sentido material y concreto, sino también (o mejor) en un sentido simbólico, en tanto un grupo social es capaz de “crear sentido” y articular y sostener el consenso de esa dominación” (Bourdieu, 1986: 75).

¿Qué implicancias tiene la religión en las prácticas y percepciones corporales que presentan las mujeres observantes y creyentes? ¿Cuál es el papel que desempeña el cuerpo de la mujer, y las implicancias de éste al interior de su grupo de pertenencia? ¿Cuál es la relación entre estas percepciones y su rol al interior del grupo religioso, ya sea en ritos y ceremonias públicas como al interior del hogar y el ámbito privado?

A partir de los años 60, y luego de los diversos movimientos sociales, culturales y feministas, el cuerpo comienza a considerarse como un objeto digno de estudio sociológico, emergiendo así un análisis social de la corporalidad humana, que se fundamenta en el análisis de la relación entre la corporalidad humana, la cultura y la sociedad en general. En Estados Unidos, los estudios de las ciencias sociales llegaron relativamente tarde a la reflexión explícita del cuerpo. No obstante, las vertientes del Interaccionismo Simbólico, la teoría del Intercambio y la Etnometodología, han logrado aportar algunos elementos para la construcción de una narrativa corporal. Según Goffman (2000: 46) el cuerpo debe ser considerado como una dotación de signos y se debe analizar en el marco de las interacciones de las personas, en las cuales los individuos y los grupos pretenden presentarse a sí mismos ante los demás.

Siguiendo la misma línea Le Breton sostiene que: La gestualidad comprende lo que los actores hacen con sus cuerpos cuando se encuentran entre sí: rituales de saludo o despedidas (signos con la mano, movimientos con la cabeza, estrechamiento de las manos, abrazos, besos, en la mejilla o en la boca, gestos, etc.) maneras de afirmar o de negar, movimientos del rostro y del cuerpo que acompañan la emisión del habla, dirección de la mirada, variación de la distancia que separa a los actores, maneras de tocarse o de evitar el contacto, etc.(Le Breton, 2002: 46-7).

Por otra parte, debemos puntualizar que la concepción misma de cuerpo ha ido cambiando durante  el devenir de la historia del hombre. Tras el advenimiento de la modernidad y la secularización de las sociedades occidentales, el cuerpo comienza a adquirir nuevas significaciones para los individuos.

La concepción moderna del cuerpo implica que el hombre se ha separado del cosmos (ya no es el macrocosmos el que explica la carne, sino una anatomía y una fisiología que solo existe en el cuerpo), de los otros (pasaje de una sociedad de tipo comunitaria a una sociedad de tipo individualista, en la que el cuerpo, es la frontera de la persona) y, finalmente, de sí mismo (el cuerpo está planteado como algo diferente de él).  (Le Breton, 2002: 28).

El cuerpo parece ser algo evidente o físicamente abordable desde la propia ciencia, pudiéndose conocer su mecanismo interno e intervenir en su funcionamiento a través de procedimientos expertos asociados a la medicina, pero finalmente, no hay nada más difícil de penetrar que él. Las concepciones culturales, prácticas y usos que le atribuyen las diversas sociedades, implican una enorme maquinaria de procesos sociales e imaginarios que vale la pena estudiar, más aún, si una parte de estos imaginarios emana directamente de la religión. El cuerpo está construido socialmente, “el cuerpo no es un dato evidente sino el efecto de una elaboración social y cultural” (Le Breton, 2002: 278). El cuerpo es construido y reconstruido por las diversas cosmovisiones presentes en las sociedades, modelado muchas veces por factores religiosos, culturales e incluso, por las determinadas posiciones que los sujetos ocupen al interior del campo social, entre otros factores determinantes.

Como emisor o receptor, el cuerpo produce sentido continuamente, y de este modo el hombre se inserta activamente en un espacio social y cultural dado y construido al mismo tiempo. Al hablar de una construcción social de la corporeidad, debemos asumir que no existe nada de natural en un gesto o en una proyección corporal. Desde pequeños, a través de la socialización comenzamos a percibir y a comprender cuales son las manifestaciones corporales que debemos realizar para integrarnos a un grupo social determinado. Es por ello, que únicamente “tienen sentido las manifestaciones corporales orientadas mediante el conjunto de los datos de la simbología corporal propia del grupo social al cual se pertenece” (Le Breton, 2002: 46).

Efectivamente, el grupo social al cual se pertenece es un factor primordial a la hora de concebir el propio cuerpo, es por ello que debemos comprender la corporalidad en tanto producto de la socialización y de las normativas corpóreas presentes en un grupo especifico. Bajo la perspectiva social del cuerpo, resulta sumamente interesante el estudio de grupos que aún en los tiempos actuales, siguen desarrollando prácticas y concepciones acerca de su propia corporalidad, ligadas al tradicionalismo religioso en el cual el cuerpo adquiere una función orientada hacia lo sacro en desmedro de una individualización corpórea, que hacía con la persistencia de elementos sagrados y divinos asociados al propio cuerpo. Asimismo se produce una subordinación del propio cuerpo a normativas sagradas emanadas de cosmovisiones milenarias como es el caso del judaísmo y su forma de comprender al cuerpo de la mujer.

Pero en el escenario actual pareciera ser que la globalización, los medios de comunicación masivos, la sexualidad, la ética sexual de las sociedades capitalistas e individualistas, la estética de la sociedad de consumo y la emancipación de los derechos de la mujer, estarían desintegrando las antiguas formas de dominación de lo religioso y cultural hacia el cuerpo de la mujer, y se estaría formando una nueva relación entre nuestro cuerpo y nuestro entorno, tanto en lo público como en lo privado, donde nuestro nuevo comportamiento corporal es producto de una concepción más libre y democrática en torno a nosotras mismas. Ni las creencias religiosas más extremas podrán reprimir y limitar nuestro cuerpo en la actualidad.

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