Condominios en Chile: Comunidad Diluida.

por ESTELI SLACHEVSKY, Lic. en Arquitectura, U. De Chile.

El masivo éxito de los condominios en Chile es un tema bastante particular. ¿Somos acaso un país donde nos encanta vivir en comunidad?

La conformación práctica de un tipo de vida comunitaria requiere una organización mayor que la de una vida individual. Para empezar, se requiere que los individuos que conforman el grupo tengan objetivos u aspiraciones comunes, que compartan ciertos valores y que tengan cierto grado de organización. Luego, que haya cierta igualdad de términos, que el grupo otorgue cierta protección o seguridad, que esté provisto de servicios mínimos y que exista el sentimiento de comunión.

Los primeros indicios de viviendas colectivas en Chile son en 1880, cuando surgen  los conventillos. Casas unifamiliares en mal estado, de familias adineradas, son reutilizadas por varias familias de obreros. Cada familia utilizaba una pieza, y compartían servicios. Las condiciones de vida en ellos eran muy precarias, con mucho hacinamiento, y malas condiciones sanitarias, generando miseria y fuertes brotes de enfermedades como el cólera. Lo que se ve muy bien reflejado en la desgarradora novela llamada Los Hombres Oscuros, de Nicomedes Guzmán. En 1920 nacen los cités como solución habitacional a los conventillos, planificadas para obreros y clases medias. Se mejoran considerablemente las condiciones sanitarias a través de conjuntos de viviendas pareadas que convergen en un espacio común. Sin embargo, se trata de viviendas pensadas para cubrir las necesidades básicas de habitación para seres productivos. Son espacios funcionales, no podemos hablar directamente de conformación de comunidad. No la comunidad que queremos, al menos, de gente que elija vivir unidos, compartiendo condiciones de vida.

El fenómeno de los condominios, por su parte, aparece en Chile en 1960, con los primeros conjuntos habitacionales  homogéneos y cerrados, tal como los conocemos hoy. El fenómeno se masifica fuertemente en la dictadura debido a las grandes expansiones del límite urbano, que genera una explosión del número de inmobiliarias, y  favorece el desarrollo de proyectos privados y la expansión territorial de los condominios. La aparición de este tipo de organización micro-urbana se condice con las transformaciones de un capitalismo en el que las condiciones de miseria cambian, y la promesa americana del individuo se hace factible a través del endeudamiento como condición generalizada. El condominio es, ante todo, un bien estándar que satisface el confort.

Pensando más a fondo este caso particular de los condominios, la pregunta que viene a continuación sería ¿cual tipo de comunidad es la que nos ofrece, o buscamos en él? Y aquí viene lo preocupante.

Santiago está repleto de comunidades cerradas por muros o barreras, formadas por un mismo grupo social, que comparten servicios y zonas comunes. Colectividades que proponen un estilo de vida dominada por la seguridad social, física y del nivel de vida. En conclusión, vivimos en comunidad por temor a los otros, para privarnos y escondernos de una comunidad social. Perdemos, así, el sentido y el valor del espacio público, acrecentamos las distancias sociales y físicas de un modelo socio-económico segregado, transformándonos poco a poco en una ciudad atomizada, conformada por micro-mundos sociales cerrados.

Fácilmente entramos en un círculo vicioso, donde las barreras que nos procuran la seguridad garantizan la desconfianza y distancia entre los sectores económicos, acarreando a su vez mayor inseguridad, que generan más cierres, y así sucesivamente: una obsesión por la seguridad.  Esto es lo que se llama el efecto espejo; la desigualdad conlleva a la segregación residencial, que a su vez crea desigualdad, y así sucesivamente.

Es preocupante percatarnos que estamos construyendo ciudad a partir de un tipo de comunidad auto-segregada, pavorosa y desconfiada. Creemos que encerrándonos estamos más seguros de los peligros de la vida, con una mejor calidad de vida y nos equivocamos. Quien tiene más, mas se protege con sus bienes, con rejas, perros, cables eléctricos,… y erramos en este razonamiento. Esta sobre protección es la mayor de las violencias ciudadanas. Una violencia simbólica que corroe cualquier posibilidad de comunidad y de sociedad.

Si acudimos a la historia, tenemos que todas las ciudades fuertes cayeron a algún ataque, no hay cual se salve. Ni siquiera la gran muralla china. Eso es porque el secreto no está en quien construye el mejor laberinto para protegerse; los laberintos están hechos para ser resueltos. El secreto está precisamente en la apertura, en el vacío. Quien nada esconde, nada teme. En Roma, la aristocracia disputaba su fortuna exhibiéndola, y entregándole a la ciudad los mejores espacios públicos. No escondían, cedían a la sociedad entera. Y eso, si bien no los salvó de la barbarie, tampoco inhibió la construcción de una sociedad duradera, no vamos a decir igualitaria, pero sí rica en su apertura y conformación de ciudad.

Santiago, por su parte, se enreja cada día más. Ya no nos basta con condominios para la clase alta; hoy tenemos condominios para todos los espectros: media alta, media media, media baja y baja. Y como si no fuera suficiente, también empezamos a cerrar pasajes y calles, así tenemos una ciudad más “segura”, más desintegrada, más desconocida, más desierta y más sombría. No es el concepto de condominio el errado, lo errado es el agrupamiento por un tema netamente de seguridad, y las construcciones de un aparataje de guerra.

La pregunta en torno a la comunidad se hace entonces necesaria. Una comunidad no de consumidores adictos a una seguridad, que se convierte en vicio la mayoría de las veces; tampoco una comunidad de individuos como fragmentos desperdigados de una sociedad incuajable (consumista, hipocondriaca y arribista, por nombrar solo algunas de sus características). Si construyéramos comunión en torno a proyectos colectivos, de mejora social y citadina; si nos agrupáramos con convicciones más que con aprensiones, con empatía más que con celo; solo entonces dejaríamos de descuartizar y empezaríamos a construir un verdadero proyecto de ciudad y comunidad.

 

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Un comentario

  1. Esteli Shalom,

    Con interes lei tu articulo.

    Es una antigua experiencia de vivir en conjunto sin necesidad de perder la Vida Particular.
    En Emek Hefer levantamos hace mas de 10 años un Condominio basado en hijos de la region y jovenes que querian levantar en conjunto un Condomininio cada uno segun sus posibilidades economicas. Recibieron ayuda de nuestra Municipalidad y todas las 44 asentamientos aportamos una pequeña suma en su colonizacion en conjunto con el Presupuesto Gubernamental.
    No pocas iniciativas en el campo de Educacion , Ecologia y Cultura en bien de todos los nuevos pobladores fueron introducidas parte incluso adaptadas por otras comunidades. de la region.
    Se trata de 1500 familias, 5000 almas

    Exito en tus estudios de Arquitecta, Zeev Hagali

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