La Lucha de la Identidad y la Comunidad frente a la pérdida de sentido del Estado Nación en la Globalización.

por SIMON WEINSTEIN, Est. de Sociología, U. de Chile. Pahil Casa de Cultura Hashomer Hatzair.

A pesar del amplio y recurrente uso que los científicos sociales le damos a este concepto, no es fácil de definir. Siguiendo al teórico Philip Bartle, una primera aproximación nos indica que una comunidad es un modelo o patrón; es más que la gente que la compone, ya que en general existen previamente a quienes participan de ella, y es normal que sigan existiendo cuando estos hayan desaparecido. Este autor la define como “un conjunto de interacciones y comportamientos humanos que tienen un sentido y expectativas entre sus miembros. No sólo acciones, sino acciones basadas en esperanzas, valores, creencias y significados compartidos entre personas”.

El antropólogo Anthony Cohen genera una teoría sobre la construcción simbólica de la comunidad donde se focaliza en la percepción de los miembros hacia ella, en la construcción de significados y la definición de límites. Así, para este autor la comunidad representa un fenómeno cultural, construido significativamente por la gente a través de sus poderes y recursos simbólicos. La comunidad “existe en la mente de sus miembros”; de esta forma, la realidad de la comunidad radica en la percepción de sus miembros hacia lo vivo que se encuentre su cultura. Los individuos construyen a la comunidad simbólicamente, convirtiéndola al mismo tiempo en un recurso, una reserva de significados y en un referente de su identidad.

A medida que la entendemos como una forma de organización social, entenderemos que una comunidad es cultural. Esto quiere decir que es un sistema de sistemas y que se compone de diversos factores que son aprendidos. Todos los elementos culturales de una comunidad, desde su tecnología hasta sus creencias compartidas, pueden transmitirse y conservarse mediante símbolos. Así, el desarrollo comunitario, que es una forma de cambio social, exige cambios en los mensajes que los símbolos de cada comunidad entrega.

Desde el paradigma de la globalización, actualmente pasamos por un período en el cual se viven dos fenómenos simultáneos. Por una parte, existe más conectividad que nunca (producto de un modelo económico y político que intenta ser global), pero al mismo tiempo este modelo genera valores individualistas.

Dentro del mundo globalizado, la sociedad es cada vez más homogénea, los límites nacionales y las diferencias culturales ya no se imponen como barreras infranqueables. Es la idea de la “comunidad global”, conectada principalmente por internet, en la cual se han diluido los espacios e incluso la temporalidad; permitiendo conocer diversas realidades. Los avances tecnológicos y la revolución informática no son el único rasgo del mundo globalizado; la creciente interdependencia entre los países se demuestra también en el plano social, cultural y económico. Un cuestionamiento propio de este enfoque es si tal contingencia es producto de un colonialismo occidental o una fusión multicultural.

En este contexto, Castells plantea que los Estados Nación han ido perdiendo su papel como fuente de formación y construcción de identidades. Este autor señala que actualmente son otras las fuentes de formación identitaria. Él señala que un principio básico de la organización social es actualmente el reforzamiento de las identidades culturales. Así, las identidades religiosas, territoriales, étnicas o de género son algunos principios fundamentales de auto-definición; su desarrollo marca las dinámicas sociales y la política en forma decisiva. ¿Por qué se desarrollan las identidades como principios constitutivos de la acción social en la era de la información?

La hipótesis es que este desarrollo es consecuencia de la globalización y de la crisis de las instituciones del estado nación y de la sociedad civil construida en torno a ese estado. La globalización desborda la capacidad de gestión de los estados nación, no los invalida totalmente pero los obliga a orientar su política a la adaptación de los sistemas instrumentales de sus países hacia la navegación en los flujos globales. Cuando el estado tiene que atender, prioritariamente, a la dinámica de flujos globales de capital, su acción hacia la sociedad civil se torna secundaria y por consiguiente el principio de ciudadanía emite un significado cada vez más débil hacia los ciudadanos.

En esas condiciones, los sectores golpeados por los ajustes que impone la globalización buscan principios alternativos de sentido y legitimidad. En la mayoría de los casos de movimientos sociales identitarios en el mundo hay un rechazo explícito de la globalización y una denuncia del estado, convertido en rehén de los flujos globales de capital. Las identidades surgen como principios constitutivos de la acción social, corrompiendo el principio fundamental de ciudadanía sobre la cual se basó el estado nación construido en la edad moderna. Si la identidad fundamental es la religiosa o la nación como entidad histórica, ser ciudadano es aún una fuente de derechos, pero ya no de sentido. El poder de la identidad destruye la legitimidad del estado como fuente de sentido.

Luego de examinar la relación entre globalización e identidades, surge la pregunta o problema sobre cómo integrar estos procesos, cómo combinarlos, ya que es imposible abstraerse del proceso de globalización que hoy se vive a nivel mundial, pero tampoco se puede caer en la homogeneización que ésta conlleva como ideología. En esta tensa relación entre globalización e identidad, surge la diversidad de identidades que hoy se han conformado alrededor del mundo, pero en muchos casos la lucha de identidad particular frente a lo global ha pasado a conformar comunidades cerradas e intolerantes frente a otros movimientos identitarios. El espíritu homogeneizador de la globalización y el capitalismo global no han hecho más que despertar los sentimientos de discriminación y rivalidad más hostiles frente a lo externo como desesperada defensa de lo propio.

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