La Pérdida de lo Espiritual en la Destrucción del Templo y la búsqueda de un nuevo Sentido para nuestras vidas.

por BENJAMIN FURMAN, Est. College Ciencias Sociales, PU. Católica.

No muchos hemos tenido la oportunidad de explorar algún aspecto serio de nuestra propia filosofía y mística judía. En cambio tendemos, ya como un reflejo, a acudir al exterior en busca de ayuda y respuestas. Si es que llegamos a formular las preguntas fundamentales de la vida las vamos a calmar detrás del velo de la ciencia,  o las ocultamos detrás del ruido de una vida agitada donde siempre encontraremos “algo que hacer”, o “algo en qué pensar”. Dedicamos nuestras fuerzas intelectuales en temas más “superficiales” como analizar la política, criticar al enemigo, describir la sociedad, protestar, calcular, tramitar… tendemos a pensar que así nos eximimos de hacernos las preguntas esenciales. Para calmar la conciencia nos tragamos esa aspirina que nos dice “¡no te preocupes por esas cosas metafísicas! Dedícate  a pensar en otra cosa”.

En el actual mes del calendario judío, el mes de Av, y en específico en su fecha más importante, Tishá (9) b’Av, sucedieron las destrucciones del Primer y el Segundo Templo, la caída del Betar, las expulsiones de los judíos de Inglaterra, Francia y España, la declaración de las Cruzadas, la inauguración del campo de exterminio Treblinka, el atentado de la AMIA y un larguísimo etcétera de sucesos terribles para nuestro pueblo. A pesar de que nuestra historia está llena de cosas terribles todo el tiempo, incluso especialmente el día de Tishá b’Av, la destrucción de los Templos tiene una importancia y un aura especial en nuestra filosofía.

En el rito judío, el 9 del mes de Av se percibe como un día en el que debemos estar en un estado de duelo. ¿Cómo puede ser un duelo? ¿No estamos en duelo cuando perdemos a un ser querido? El 9 de Av significa un duelo porque ese día ha habido una pérdida muy importante para nosotros. ¿Qué perdimos con la destrucción del Templo? Ciertamente no vamos a llorar duelo por haber perdido un edificio, una estructura de ingeniería. No. Perdimos algo que es mucho más importante. Es que el Templo es el lugar de vínculo entre el mundo físico y el mundo espiritual. ¿Mundos? La palabra mundos suena un poco rara, sobre todo para nosotros inmersos en una sociedad que condena la idea de que haya más de un mundo: éste, el mundo que percibimos con los famosos cinco sentidos a los cuales les atribuimos la capacidad (casi) divina de poder describir y abarcar toda la realidad. La filosofía judía, sin embargo, una vez más rompe el paradigma: comprende que la realidad física que percibimos es sólo una parte de la realidad, y que todo lo físico es una consecuencia de una realidad espiritual anterior. La realidad espiritual crea la realidad física.

Cuando el Templo estaba de pie, la historia cuenta que la realidad espiritual de la cual se deriva la física, era evidente. La gente sabía la razón última de ser de cada una de las cosas del mundo físico. Sabían en realidad por qué les sucedía lo que les sucedía, por qué contraían cierta enfermedad, por qué estaban en el lugar que estaban, en ese preciso momento, por qué hablaban esa lengua, por qué tenían ciertas habilidades, ciertos gustos, por qué vivían lo que vivían… sus vidas poseían lo que llamamos sentido. ¿Coincidencias? Nada es en verdad una coincidencia. Todo es por algo. Pero un día, 9 de Av, el Templo se destruyó. Si hacemos un esfuerzo en pensar, podremos dimensionar la importancia de lo que se perdió, y por qué amerita un duelo: perdimos el conocimiento de la realidad. Nos sumergimos en un mundo de ilusión.

Tras la destrucción y el paso de los siglos, ¿qué nos queda ahora de manera evidente? Nos queda este mundo, el mundo físico. Sabemos, al menos, que este mundo existe. Pero tomémonos un momento para darnos cuenta de algo, ¡qué tan extraño es este mundo! ¡No entendemos cómo funciona nada! No entendemos por qué estamos vivos, por qué nacimos en cierta familia, por qué somos como somos, por qué nos suceden las cosas que nos suceden, no entendemos por qué estamos aquí. Y creemos que la ciencia alivia esta falta de sentido, pero desde luego no lo puede hacer: sobra evidencia para demostrar que la ciencia puede explicar cómo sucede algo, pero jamás por qué. En realidad, admitámoslo, no entendemos nada. Y creamos o no en las características divinas del Templo mencionadas más arriba, es indudable que la pérdida de sentido es un rasgo esencial en la sociedad moderna, identificado de una u otra manera por todas las ciencias sociales.

Vivimos en una sociedad que pierde rápidamente su sentido, y ya hemos abusado de muchas instituciones sociales para generarnos un sentido artificial que mantenga el orden social, una especie de mitomanía: hemos abusado de la Iglesia, la Nación, la raza, la Política, la clase, el Gobierno, el Estado, la ciencia, la igualdad, etc. Es notorio que ya no quedan muchas de las que abusar. Creo que ha llegado el momento de buscar el sentido donde siempre ha debido ser buscado: en la razón, en el pensamiento, y en el corazón. Porque si es que hay un verdadero sentido, sólo ahí lo vamos a poder encontrar, sólo ahí lo vamos a poder reconstruir.

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