Walter Benjamin: nuestra experiencia y nuestra pobreza.

por RENATO HUARTE CUELLAR,  ha realizado estudios de pedagogía, filosofía y antropología a nivel licenciatura y posgrado. Actualmente es profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Muchas han sido las maneras de ver la experiencia. Para Walter Benjamin, filósofo judío de la primera mitad del siglo XX, el tema de la experiencia será abordado de una manera por demás interesante. Habiendo salido de la Primera Guerra Mundial, la Europa de “entre guerras” se encontraba en una crisis muy particular. La tecnología, el progreso y la modernidad habían cobrado un sentido de destrucción que no se había visto en las guerras del siglo XIX. “Una generación que fue al colegio todavía en tranvía de caballos se encontraba ahora a la intemperie y en una región donde lo único que no había cambiado eran las nubes; y ahí, en medio de ella, en un campo de fuerzas de explosiones y torrentes destructivos, el diminuto y frágil cuerpo humano.”[2] escribía Benjamin en 1933.

El filósofo concebía nuestra experiencia íntimamente ligada a nuestra noción de espacio y, a diferencia de otros autores anteriores a él, sostenía que no basta entender la experiencia como un acontecimiento puntual “aquí y ahora”, sino más bien como un camino de momentos unificados.  Es el sentido que se le da a cada acción y momento que nos da dicha unidad. Bastará citar un ejemplo muy benjaminiano para ilustrar esto. En una ciudad, no basta ver las calles y avenidas, edificios y monumentos como meros puntos en un mapa. El espacio es el lugar del recuerdo, en donde se da la posibilidad del encuentro entre pasado y presente. Es el lugar de la evocación y también el lugar de la comunicación. Por eso son tan importantes los nombres de los lugares ya que indican la comprensión de un concepto.

El significado es dado a partir de un contexto cultural que permite dar un sentido. Los lugares se significan a partir de este conjunto de historias, referencias, aproximaciones, etc. que Benjamin dirá que son “constelaciones” de significado; trazos imaginarios entre estrellas. De esta manera hay una ambigüedad de esa constelación y, por tanto, de la experiencia misma. Es decir, no hay una forma única de describir un fenómeno. Lo que es importante es que los rasgos culturales, que siempre son transmitidos, son quienes nos permiten elaborar estas constelaciones. La forma de nombrar las cosas no será fortuita, sino que estará íntimamente ligada con la forma en que entendamos el fenómeno. Por ejemplo, para cualquier mexicano la frase “Acapulco en Semana Santa” estará cargada de significación, cosa que no necesariamente será inteligible para alguien que no haya estado en esta playa mexicana en la más concurrida temporada vacacional.

Ya en 1912 había escrito en otro artículo, “Experiencia”, que es la vivencia juvenil la que tiene rasgos utópicos y permite oponerse a la experiencia adulta “farisea”. Es la juventud la que es capaz de renovar la idea de experiencia y no mantener la “barbarie” de la fragmentación de los significados. La experiencia, entendida en la forma en que Walter Benjamin la explica, sólo puede darse a partir de la transmisión, de la educación. Estas constelaciones deben partir justamente de eso, de la forma en que concebimos el espacio y, por ende, la realidad. En contra de lo que algunos asimilacionistas europeos proponían (que el bautizo era el paso previo a la cultura europea), Benjamin sostendrá justamente que la significación de la cultura se podía hacer desde lo judío, al igual que desde otras múltiples realidades culturales.

Por lo que se ha explicado, la experiencia sólo es posible a partir de rasgos culturales específicos y transmitidos.  Para él, la Primera Guerra Mundial, pero más aún la técnica que estuvo detrás de ella, es la que nos ha vuelto pobres ya que se ha roto la posibilidad de entender la experiencia en este sentido amplio.

“Nos hemos vuelto pobres. Hemos ido perdiendo uno tras otro pedazos de la herencia de la humanidad; a menudo hemos tenido que empeñarlos en la casa de préstamos por la centésima parte de su valor, a cambio de la calderilla de lo ‘actual’.”[3]  Benjamin sostiene que la pobreza no es sólo la carencia de bienes materiales, sino la imposibilidad de reconocerse en el espacio. “Una miseria completamente nueva cayó sobre los hombres con el despliegue formidable de la técnica”[4]

La pobreza para Benjamin es una pobreza de la experiencia, una incapacidad de dar sentido al espacio a partir de elementos culturales. No se puede dar sentido al mundo más que desde experiencias culturales transmitidas. Así es que la Europa de Benjamin, según nuestro autor, había perdido esa capacidad de articulación con el mundo. Critica ya en la década de los treinta toda esta “nueva cultura” que por ejemplo se ha llevado a las construcciones: Scheerbart y sus edificios de cristal o la Bauhaus con su acero ya que “han creado espacios en los que es muy difícil dejar huellas.”[5] Los espacios transforman a los seres humanos porque a partir de ellos se significan.

Los planteamientos de Walter Benjamin resuenan en nuestras sociedades contemporáneas.  Cabría preguntarse si esto puede aplicarse a lo que vivimos hoy en día. Al parecer, lo que a principios de siglo trajeron los inmigrantes judíos con escasos recursos era un bagaje cultural rico y maleable, vivo y vívido a la vez. Poco a poco, se fueron buscando los recursos a la par de la modernidad. Con el tiempo se fueron obteniendo los recursos económicos para vivir justamente en casas de acero y cristal cada vez más “modernas”. Vivimos en zonas de la ciudad en donde parece que Scheerbart hubiera diseñado el “espacio” a partir del vidrio y el acero de la Bauhaus moldeara nuestro entorno.  Las calles y avenidas que transitamos sólo se pueden recorrer en automóvil y al parecer no nos falta nada. Nuestra comunicación está más bien mediada por un celular con nombre de mora que por relaciones sinceras y significativas entre nosotros en el espacio. Los lugares en donde nos desenvolvemos justamente están pensados buscando una “riqueza” material que, siguiendo a Benjamin, más bien podrían ser bastiones de pobreza.

Lo que permite una comunidad es la constelación de significación que permite la verdadera cultura. Parece ser que muchos de los referentes que permiten dar sentido al judaísmo contemporáneo como sus lenguas (hebreo, idish, judeoespañol, judeoárabe, etc.), sus referentes históricos y bíblicos, las costumbres, el Estado de Israel, nuestro quehacer cotidiano, lo que sustentan nuestras instituciones, etc. se han empeñado en un afán de modernización que imposibilita la experiencia en sentido benjaminiano.

Estamos tal vez muy lejos de la Primera Guerra Mundial en Europa, pero eso que se ha caído y que ha dejado de tener sentido es justamente la riqueza misma de una cultura que permita las constelaciones de las que habla Walter Benjamin.  Lo más triste tal vez sea que los jóvenes, aquéllos capaces de llevar a cabo la utopía, también aspiren a la modernización de sus propias vidas.

Ya advertía proféticamente Benjamin en el mismo artículo escrito en el verano de 1933: “Nos espera a la puerta la crisis económica, y tras ella una sombra, la próxima guerra.”[6] No podemos esperar a que esto vuelva a suceder. Sin afanes fatalistas, lo que nos queda, tal vez, es escuchar lo que tienen que decirnos pensadores como Walter Benjamin y reflexionar en torno a lo que hacemos hoy en día, porque lo hacemos y si debemos modificar algo para tener verdaderas experiencias.


[1] Ha realizado estudios de pedagogía, filosofía y antropología a nivel licenciatura y posgrado. Actualmente es profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

[2] “Experiencia y pobreza” en Obras completas. II, 1, p. 217.

[3] Ibidem. p. 21-222.

[4] Ibidem. p. 217.

[5] Ibídem. P. 220.

[6] Ibidem. p. 222

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