Los miedos y frustraciones en torno a la Muerte heredados de nuestra concreta y limitada Cultura Occidental.

por GABRIEL MINOND, Est. Medicina, U. de Chile.

Todos nacemos de la misma forma: por el vientre de nuestra madre producto de un evento previo: la fecundación. Tal vez algunos con más estilo que otros; algunos nacen durmiendo, otros llorando, otros en la posición incorrecta, otros por cesárea, y otros como la gran mayoría. Sin embargo, existe otro concepto: Morir, y este es posible de muchas formas distintas. Es impredecible, puede ser a cualquier edad, puede ser perpetuado por cualquiera. Pero si bien el acto de morir necesariamente viene con todos nosotros, ya que todo lo que nace siempre en algún momento morirá, nuestra atención no debería centrarse en el acto mismo de muerte, sino en la vida que vivimos antes de llegar a ella. Parar de pensar en la muerte para concentrarnos en los actos que hacemos en vida.

En culturas distintas a la nuestra, como las orientales, la muerte ha sido observada con distintos focos: en la religión Hindú, la muerte se representa por la diosa Kali. Si bien anteriormente se le asociaba a la agresividad, luego se empezó a venerar como la “madre creadora”, esto debido precisamente a que sin la muerte, la vida pierde el sentido. Se le perdió el miedo y odio a la muerte, para tenerle respeto – para poder vivir hay que enfrentarse a ella. Los japoneses por su parte, le dieron a la muerte una importancia en otro sentido: la muerte en sí era el último paso a dar, y siempre sería este el último, por lo cual la muerte en sí no era su preocupación, lo importante era que se hacía previo a estar a los pies de la muerte; si llegaban hasta ese momento con honor, su vida había tenido sentido; era mejor morir con honor, que vivir deshonrado, lo cual incluso hacía que fueran capaces de hacer el Harakiri: suicidio por honor. Los espartanos tenían su propia forma de verlo: un niño que le temía o no le perdía el miedo a la muerte, era mejor dejarlo morir. Y por otro lado, tenemos las variantes extremistas del Islam, en las cuales morir por la Yihad o Guerra Santa es algo positivo. Todos estos ejemplos, nos dejan en evidencia que la opinión que tiene el ser humano ante la muerte es diversa, y no viene codificada con el ADN. Nuestra opinión frente a este tema viene codificada culturalmente.

Totalmente al contrario de lo que observé anteriormente, está la cultura occidental, la cual por lo general, siempre ha temido y odiado a la muerte, faltándole el respeto, y tratándola como un enemigo. Para el occidental, no existe un funeral feliz (excepto para aquel que se beneficia con la muerte de una persona). Siempre se representa la muerte como oscura. En este sentido, la cultura occidental falló: la muerte es algo totalmente normal, define la vida. Si no morimos, no vivimos. Temerle al dolor es totalmente natural, pero ¿cómo podemos temerle a algo que no conocemos?

Esta conceptualización negativa comienza desde la niñez: uno es inocente y pequeño, y en esta etapa no nos cuestionamos nada, ni siquiera notamos que la vida llegará en algún momento a su fin; y es aquí donde entran los padres, que nos aman y protegen, privando al pequeño de vivir una aventura y explorar metiendo los dedos a los enchufes, de tragar objetos grandes, de tirarnos desde lo alto de nuestra cuna al suelo, y una lista interminable de peligros que en ese momento solo observaban los adultos, pero que ahora, por más pequeños que seamos, ya fuimos impregnados de este miedo. Esta precaución a esta edad es positiva; un bebé no puede llegar a la muerte, porque aún no ha podido hacer nada en vida que le pueda dar valor a ésta.

Pero el problema no está en esta etapa sino luego, cuando el niño va creciendo, y donde la preocupación de los seres queridos no está diseñada para preservar la vida del individuo con el fin de que este pueda vivir la vida; sino que se le pide a gritos a la muerte que no se lleve a su ser querido porque ellos lo quieren para sí mismos. Es aquí donde esta sensación con respecto a la muerte se nos vuelve a impregnar, y pasamos de no tenerle miedo a la muerte porque no tiene sentido temerle, a “le temo porque mis seres queridos temen que yo me aleje de ellos”.

De esta forma, la muerte no es realmente importante para quien muere, sino para los acompañantes y seres queridos que quedan vivos. Nosotros siempre trataremos de salvaguardar la vida de quienes amamos. El problema es cuando esta protección, hace que el protegido no viva lo hermoso de la vida y olvidamos que la muerte se puede encontrar en cualquier parte. Claramente hay situaciones donde es más probable encontrársela, pero uno puede morir caminando por la calle como también puede hacerlo desprotegido en el medio de un campo de batalla, lo que nos dice que la muerte como hecho da lo mismo, lo importante es qué se hizo antes de ella.

Vivir atormentado por morir, y cuidándose a cada segundo de ésta va a hacer que tengamos una vida mucho más pobre en sentido y existencia, lo cual es mucho más penoso que la muerte en sí. Hay que buscar la forma de no morir “antes de tiempo”, pero este tiempo no está relacionado con la temporalidad, sino con los actos en vida. Si un niño muere, siempre va a ser una muerte triste. Un niño en ninguna circunstancia merece haber nacido para morir tempranamente. Murió antes de haber existido en la vida. En ese caso, si bien a los familiares les marca de por vida, el efecto que tiene esta pérdida va a ser siempre menor mientras menos edad tiene el fallecido, porque ellos tienen menos apego histórico y emocional con un individuo que ha pasado menos tiempo con ellos. De todas formas, para el fallecido, haber perdido la vida ahí es aún peor que en cualquier otra etapa de la vida.

Ahora por otra parte, si una persona muere anciana, o incluso más joven pero que ésta haya vivido intensamente acumulando experiencias importantes que marcaran su vida y sus aprendizajes, las acciones realizadas la han hecho trascender en el resto, y así de alguna manera se mantendrá inmortal en la tierra después de su muerte por más tiempo en las enseñanzas que deja en el resto, y más importante que todo, en la felicidad con que vivió su vida e irradió a los demás. Aquella persona no merece un funeral triste, sino una celebración: festejar que vivió de la mejor forma. Si bien la pérdida afecta profundamente a sus seres queridos, lo que hace finalmente que todos los funerales sean tristes, debemos recordar que los difuntos no eligen que sus entierros así lo sean.

A pesar de la tristeza que rodea la pérdida de un ser querido, debemos siempre preguntarnos: ¿murió feliz?, ¿pudo vivir su vida como quería?, ¿logró trascender en los demás? Encontrando estas respuestas, podremos evaluar si debemos estar tristes por la incompleta vida que tuvo el fallecido, o felices por haber llevado una vida plena y llena de alegrías y aprendizajes. La muerte no es lo malo: lo malo somos nosotros si no le dimos la oportunidad a la vida.

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3 comentarios

  1. no hay vidas largas , no hay vidas cortas, solo vidas completas. los ciclos no los conocemos y nacemos y morimos cuando corresponde hacerlo. Sin embargo el temor a la muerte es inherente al ser humano, le tememos a lo desconocido y sobre todo al no ser, y es por eso que todas y cada una de las religiones intentan dar una respuesta basada en la fe, de lo que nos espera luego del paso. La aceptacion de lo inevitable solo es posible en base a creer algo, de otro modo la vida pierde sentido.

  2. No hay nada que sea inherente al ser humano, todo es un producto Cultural. Las religiones, si bien se inician en resolver el problema de trascendencia del hombre, terminan constituyendose en sistemas de dominacion. «Creer en algo» no tiene por que implicar una creencia despues de la muerte. Cuando mis objetivos de vida son completamente altruistas y buscan de mis acciones dia tras dia construir una sociedad mejor, mi vida tiene completo sentido, y se explica 100% desde el momento que naci hasta el que mori. Mi trascendencia esta en los logros y avances en que haya ayudado a construir una mejor sociedad para todos.
    Nico Riethmuller

  3. Entiendo; pero creo que el temor se puede vivir. y no creo que solo sea necesaria la fe para aceptar la muerte, alguien podría perfectamente no creer en nada y decirse: algún día moriré, todos moriremos, entonces no me sirve de nada temerle a lo inevitable, mejor me olvido de ese evento para en vida (que es lo que ES de momento, y es algo de lo que estamos seguros) hacer lo que sea necesario para llegar a ese momento y morir aliviado. Claramente la fe ayuda a aceptarla, pero no creo que solo sea posible con eso. incluso alguien con mucha fe podría pensar al contrario y pensar con nerviosismo sobre la muerte ya que luego de eso viene algo, y si no hice lo que debía en vida: ¿que me deparará el futuro posterior a la muerte?. creo que a la muerte hay que entenderla como un evento necesario en la vida; un hecho coyuntural, hay que respetarla para vivir una vida completa claramente (eso quiere decir: a pesar de que no le temo, no tengo por que desafiarla). esta postura creo yo es aplicable tanto para un hombre de fé como para una persona no creyente, y a ambos les traerá satisfacción cuando llegue la hora: uno dirá – llegué firme y hice el bien, por tanto me depara un futuro bueno. y otro dirá – me encantó mi vida, y me alegro de ella, ojala alguien la pueda vivir como lo hice yo, puedo morir tranquilo. Me encantaría poder llegar a viejo y decir: si muero ahora, no importa, fui feliz, soy feliz, y tuve una Vida llena de vida y satisfacción. y si así sucede en un futuro, me entristecería pensar que mis seres queridos lloran de tristeza por mi muerte; que se pongan felices por la vida que tuve, y ojala les sirva de lección para la de ellos. si no es así, entendería que lloren mi incompleta vida. (de todas formas no será así, por lo que no debo preocuparme 🙂 )

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