La consecuencia inesperada del castigo en nuestra Educación temprana: el problema de catalogar como bueno o malo el sentir humano.

por ALBERTO ASSAEL, Lic. en Psicología, PU Católica.

En psicología conductista, castigo se le llama a aquel estímulo adverso que se impone para generar aprendizaje o a aquella limitación que elimina o inhibe el acceso a algo que es agradable, ambos presentados como consecuencia de una mala acción, comportamiento o actitud. Por lo tanto, cada vez que fuimos castigados perdimos satisfacción, y posteriormente eso lo terminamos asociando a algo negativo. He aquí el gran problema que conlleva la manera en que se aplica este concepto en nuestra sociedad; junto con que nuestras mentes tienden así a asociar la pérdida y la no satisfacción como algo negativo y malo, además genera la primicia de que deben ser erradicadas y evitadas.

Por esto, cada vez que no estamos contentos ni alegres, o cada vez que hemos perdido algo o que se nos ha dificultado el satisfacernos, tendemos a pensar que estamos mal, simplificando de esta manera la experiencia humana a dos polos, el bueno y el malo, siendo que en el fondo ambos, en el repertorio emocional, son inexistentes.

Las emociones son lo que son. El bien y el mal tienen más que ver con códigos éticos y morales que con la forma de interpretar nuestro sentir. No digo que el bien y el mal provengan del castigo, ni que el castigo sea el único responsable de que aprendamos a juzgar la vivencia emocional, pero la forma en que se castiga en nuestra sociedad actual facilita que se asocie erróneamente el displacer a algo malo, o antes aún, que se asocie el no placer con el displacer, cuando son dos cosas totalmente distintas, siendo el primero ausencia de placer y el segundo más relacionado con algo doloroso.

De esta manera, desde que fuimos pequeños, cada vez que actuábamos en una forma que no correspondía, experimentábamos como consecuencia una limitación que nos era displacentera, y así, pensaban nuestros padres, aprenderíamos a no cometer el mismo error de nuevo, pues ya habíamos experimentado lo desagradable e indeseable que era. Pero entonces, en vez de de aprender como hacer lo correcto, aprendimos a creer que solo el placer es aceptable, y que si éste se encuentra ausente, estamos mal, o por lo menos deberíamos estarlo.

No digo que el bien y el mal no existan, pero sí resaltar el efecto que tiene agrupar bajo la etiqueta de “mala” a todas aquellas emociones que no nos hacen estar excesivamente felices, con una sonrisa de oreja a oreja, extasiados, satisfechos o alegres. Y viceversa, el efecto que tiene agrupar a todas las emociones anteriores con la etiqueta de “buena”.

Cuando la rabia, el enojo, la pena, la vergüenza, la nostalgia, la tristeza, la sensación de impotencia, y la desesperación son en nuestra mente un sinónimo de estar mal, lo único que produce es que queramos evitarlas y removerlas para hacerlas desaparecer lo antes posible, y de esta manera las silenciamos e ignoramos, procesándolas de una manera incompleta, ¡pues nadie nos enseñó a aceptarlas! Como las ignoramos, tampoco damos el espacio para aprender de ellas. Entonces buscamos estímulos externos que nos recuerden el placer, el estar bien y así olvidarlas lo antes posible; prendemos la televisión, llamamos por teléfono, nos metemos a facebook, invertimos horas pasando etapas en juegos sin sentido, o peor aún, nos llenamos de comida, fumamos, salimos a tomar y nos drogamos, dejando de sentirnos y de escucharnos no solo a nosotros mismos, sino también a los demás, en el ruido imparable de la disco o del ambiente social que hayamos elegido para olvidar. Nuestros hábitos nos llevan todos los días, un poco más, a mantener lejos el sentir y el escuchar, quedandonos en la costumbre del placer inmediato, y de esta manera, nos perdemos la oportunidad de vivir de verdad, de analizarnos, hacernos cargo de los que nos pasa, trabajarnos y finalmente poder hacer los cambios que tanto necesitamos.

No estoy promoviendo una vida de castidad, retiro y encierro, sino de enfocar la conciencia para poder distinguir cuántas veces lo que hacemos es una excusa para evadirnos a nosotros mismos de las experiencias que se nos enseñó a interpretar como negativas, y que en el fondo solo son un repertorio de la paleta emocional del sentir humano, y que no por no ser placenteras son malas, por el contrario, muchas veces las emociones más dolorosas e incómodas son las que nos permiten ampliar la conciencia, hacer cambios y conectarnos con aquello que más queremos y deseamos.

No se busca promover otra forma de enseñar buenos modales, pues la psicología conductista ya se  ha hecho cargo de ese trabajo demostrando que por sobre el castigo funciona mejor el refuerzo positivo, que implica premiar el buen comportamiento para así obtener con mayor frecuencia la conducta esperada, por sobre la reprimenda.

Se propone sino, comprometerse a tener los ojos mas abiertos, aunque no siempre nos guste lo que encontremos, que seamos capaces de tolerar esos estados emocionales que tan relegados están, y que estemos abiertos a conocer lo que significa no estar siempre en el placer (que no es lo mismo que estar en el dolor), y dejemos de juzgarlos como buenos o malos. Solo así podremos hacer más sencilla, menos traumática y ojalá más amigable la experiencia de estar en conexión con nosotros mismos. Reconocerlas y vivirlas ayudará a que cuando alguien nos pregunte ¿cómo estás?, podamos responder “ni bien ni mal, solo estoy”. Solo así quizás podremos mantener a lo lejos el adormecimiento, la pasividad y la muerte en vida: el peor de los castigos.

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3 comentarios

  1. Muy interesante Toti!!

    se podria debatir la afirmación «simplificando de esta manera la experiencia humana a dos polos, el bueno y el malo, siendo que en el fondo ambos, en el repertorio emocional, son inexistentes», porque hay autores como Scheller y (algunos textos) de Ortega & Gasset que defienden, con buenos argumentos, la posibildad que la moral (bueno/malo) sea percibida (¡objetivamente!) por la emocionalidad.

    saludos

  2. Que bueno que te gusto!
    No he leido esos autores, pero una cosa es postular que la moral no necesariamente está desligada de lo emocional, y lo otro es darlo vuelta y juzgar moralmente el sentir humano, cosa que yo creo que es algo erroneo y limitante.
    Saludos de vuelta!

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