La Industria Farmacéutica y la valoración del Doctor en la búsqueda hipocondriaca de sanación de enfermedades inexistentes.

por NELA GUELERSTEIN, Est. Medicina. U. del Desarrollo.

Poseemos alrededor de 206 huesos, más de 650 músculos e innumerables órganos que funcionan en perfecta coordinación para mantenernos vivos, activos y sanos. Somos seres casi perfectos, pero ¿qué sucede cuando nos enfermamos? ¿Puede esta máquina admirable, que es nuestro cuerpo, superar las aflicciones por sí mismo?

Hoy en día, la cultura sanitaria de los países industrializados ha fortalecido la idea de que el más mínimo malestar debe ser tratado con medicamentos, servicios de urgencia y las últimas tecnologías. Idea que está lejos de la realidad, ya que a pesar de los continuos avances en farmacología, y tecnologías en el área de salud, aun existen muchas enfermedades sin remedio alguno y tantas más en las cuales seria mejor no intervenir.

Querámoslo o no, vivimos en una sociedad de hipocondríacos, adictos a medicamentos, tratamientos invasivos, y personas hambrientas por colapsar los centros de salud. Dentro de esta sociedad en la cual nos desenvolvemos; una cultura dependiente y confiada hasta el extremo de las tecnologías y la medicina tradicional, donde lamentablemente muchas veces se deja de lado lo que nuestro propio cuerpo puede lograr, surgen varias interrogantes: ¿Son los medios externos imprescindibles para curar las enfermedades que afligen nuestro cuerpo? ¿Es la autosanación posible y recomendable para ciertas enfermedades? ¿Cuáles son las consecuencias de esta sociedad adicta a una salubridad distorsionada y a la búsqueda de bienestar inmediato?

La situación actual de los centros de salud pública ya es conocida. Los pacientes llegan en la madrugada para alcanzar una hora que les permita asegurar su atención, los encargados simplemente explican que el exceso de pacientes tiene sobrepasada la capacidad del recinto. Sin embargo, ¿cuántos de estos pacientes necesitan genuinamente un especialista o la atención de urgencia que solicitan? Según el Minsal, más de 291 mil personas están más de 4 meses esperando hora para un especialista. Sin embargo, gran porcentaje de las consultas que se realizan cada día corresponden a personas cuyas aflicciones no corresponden a malestares físicos sino que a interpretaciones erróneas de éstos, es decir, son hipocondríacos, personas que temen sufrir una enfermedad que podría tener graves consecuencias, por lo que adoptan una actitud exagerada ante un problema de salud inexistente.

Generalmente, los hipocondríacos no encuentran un diagnóstico médico que les satisfaga y que los reconozca como enfermos, por lo que suelen peregrinar de un consultorio a otro, culpando a los especialistas de su poca mejoría y emitiendo comentarios negativos sobre la atención recibida en cada una de sus consultas. Tienden a cuidarse en forma excesiva y han convertido la preocupación por su organismo el eje principal de sus vidas, con el fin de prevenir el agravamiento de sus síntomas.

La globalización, la mediatización y sobretodo la industria farmacéutica, hacen creer que debemos conseguir nuestros objetivos de inmediato, calmar nuestras dolencias instantáneamente y que cualquier medicamento puede lograr esto en un abrir y cerrar de ojos. Mientras más caros sean, mejor. Hoy en día, las inversiones en medicamentos son preocupantes y las ganancias de la industria farmacéutica, inimaginables. Sin embargo, ¿quiénes son los verdaderos perjudicados? Todos aquellos que por buscar el bienestar inmediato caen en pequeñas adicciones de las cuales resulta difícil librarse: fármaco-dependientes. Detrás de las cotidianas “pastillitas”, se asoma esta creciente adicción, que ocupa el tercer lugar después del alcoholismo y el tabaco. En Alemania, se ubica llevándole la delantera al cannabis, la heroína y otras drogas ilegales. Los opioides para tratar el dolor, y los estimulantes para trastornos de déficit atencional e hiperactividad y depresores del sistema nervioso central, o tranquilizantes para la ansiedad y trastornos del sueño, llevan la delantera. El médico, como nexo entre paciente e industria farmacéutica, debería pensar dos veces antes de recetar. En muchos casos, es mejor indicar una psicoterapia o un método de relajación antes que un tranquilizante.[1]

Las mujeres sobre los 45 años son las más propensas de caer en este riesgo encubierto, pero los hombres no se quedan afuera. Puede que este sea uno de los síntomas más evidentes de que en la sociedad actual los males del cuerpo y del alma son bastante mal vistos. Cada día son más comunes las personas que no se despegan de su pastilleros; viven y duermen en completa dependencia de éstos, se desviven y modifican sus actividades por cumplir los horarios a la perfección, toman varias pastillas a la vez, sin siquiera saber para que son… ¿es esto salubridad?

A pesar de esto, siempre existen otras soluciones; medicina alternativa, imanes, terapias de risa y muchas otras. El limitado respaldo experimental y la falta de pruebas como fuente de respaldo, son una característica evidente de la mayoría de los métodos de medicina alternativa. Sin embargo, la inocuidad  de algunos de ellos es un punto a favor para estos métodos. La risoterapia por ejemplo, una técnica terapéutica que fundamenta su efectividad en los beneficios de la risa sobre la salud y el buen estado en general. En el acto de reír se secretan endorfinas, hormonas que son producidas cuando se experimenta verdadero placer, causantes del bienestar y la felicidad. También hay que considerar que 20 segundos de carcajadas equivalen al mismo ejercicio que realiza el corazón con 3 minutos de remo. El sistema cardiovascular se ejercita cada vez que el ritmo cardíaco y la presión sanguínea aumentan y luego descienden nuevamente. La respiración agitada crea un dinámico intercambio de aire en los pulmones y representa un ejercicio saludable para el sistema respiratorio. Mejor aun, nuestros músculos liberan tensiones cada vez que se contraen y relajan.

Es probable que al reír no logremos mejorar todos nuestros males de forma inmediata, pero los beneficios son evidentes. Vale la pena probar debido a que los efectos adversos son mínimos y en ningún momento estaríamos fomentando el colapso de los centros de salud, la fármacodependencia o las adicciones a medicamentos o cirugías invasivas, entre otros.

En nuestra sociedad actual, cerrada y dependiente, extremadamente confiada de la tecnología y poco autovalente, existe un nivel mínimo de autoconfianza en las propias capacidades para alcanzar el bienestar y la felicidad. Estamos demasiado acostumbrados a buscar fuera de nosotros, lo que muchas veces tenemos dentro. Esto causa desesperación por soluciones rápidas, dependencia de la tecnología, terapias invasivas, cierta adoración al “diostor” y a los centros de salud, uso exagerado de los métodos y medicamentos más costosos y fascinación por las farmacias como templos de sanación y placer.

No dejemos que nuestra anhelante búsqueda de satisfacciones inmediatas nos induzca al atrofiamiento de nuestras capacidades biológicas. Al confiar plenamente en los medios externos como fuente única de sanación, no contribuimos en la curación de nuestros males, ni en el fortalecimiento de nuestro cuerpo, y evidentemente no nos superamos como individuos. Peor aun, solo estamos beneficiando la desvirtuación de la naturalidad, haciendo evidente nuestra falta de esfuerzo, de autocuidado y de responsabilidad.

Aprendamos de lo que Voltaire dilucidó hace varios años al constatar que “el arte de la medicina consiste en mantener al paciente en buen estado de ánimo mientras la naturaleza le va curando”. Comencemos a querernos más, a tener más confianza en nuestro cuerpo, fomentemos los buenos hábitos de prevención, una buena alimentación, vida saludable y risa; son remedios más que suficientes para prevenir miles de enfermedades que hoy en día afligen a nuestra sociedad.


[1] Gläske, et. al ,  “Efectos secundarios: adicción

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