Chile y el mundo: Paradigmas de Desarrollo en un sistema agrietado e insostenible.

por ANDRES ARAOS, Est. Ingeniería Civil, U. de Chile.

Mi última experiencia en trabajos voluntarios de la Fech me dio el espacio para observar no sólo distintas injusticias que ocurren en nuestro país, sino que además la oportunidad de ver que lo que nos afecta es algo que va mucho más allá: el sistema en que vivimos está mucho más agrietado de lo que se piensa. Durante esta experiencia pude ver un documental llamado “The History of Stuff”, video que se centra en el ciclo que viven los productos antes de llegar a manos del consumidor y básicamente de cómo al hacer esto estamos destruyendo el mundo en que vivimos, agotando todos sus recursos. Esto puede sonar ecologista, pero el tema central del video va mucho más allá.

En primer lugar, muestra cómo cada uno de nosotros no entendemos el real costo de las cosas que compramos y utilizamos, dando a entender que al final nosotros no somos los que pagamos los reales costos de las cosas, sino que son los países explotados y sus habitantes que los hacen. En otras palabras, nos da una visión más humana del problema.

Durante el documental se da un ejemplo bastante interesante que habla sobre lo que realmente cuesta comprar una radio a pilas en un Radioshack. La autora del video explica donde son obtenidas las distintas materias primas, todo lo que viajan y donde son manufacturadas, para luego llegar a las manos de un consumidor a un precio ridículamente bajo. Es el mercado, que bajo la consigna del consumo y la explotación de recursos tanto materiales como humanos, el que permite que se sostenga un precio como ese: así, son los niños de una fábrica en China o de una mina en África los que pagan con su futuro el precio de dicha radio. Este simple artefacto demuestra como la globalización, impulsada por mercados transnacionales, ha terminado por servir de herramienta para la creación de un sistema basado en pesos en una balanza, ya que si en un lugar del mundo unos tienen mucho, otros deben tener poco o nada para que esto se sustente, y así el consumo de los primeros pueda mantener a flote el mundo en que vivimos.

Pero, ¿quiénes son los culpables? Por un lado, y en gran medida, estas grandes corporaciones internacionales y los gobiernos locales. Las primeras cumplen su rol, buscando la acumulación de capital para así permitir el crecimiento de la economía (la de sus empresas que benefician una cúpula de poder internacional, omnipresente y etérea) y así la acumulación de poder, y los segundos lo permiten no cumpliendo su rol, ya que deberían velar por el bienestar de sus ciudadanos.

Pero el problema no está solamente en estos actores, ya que además estamos nosotros mismos. Si bien es cierto que las grandes empresas destruyen, invaden y explotan, y que los gobiernos (peones y títeres de las corporaciones) abusan y caen en corrupción, al final nuestra sociedad ha dejado esclavizarse por el consumo y lo ha aceptado como principal sostén de nuestro sistema-mundo. No somos totalmente culpables; las masas son vulnerables y prueba de esto es el efecto que tiene la publicidad y la propaganda sobre ellas que las seducen para inventar nuevas “necesidades”.

Pero el problema va además por un lado ideológico. La guerra fría marcó un quiebre entre comunismo y capitalismo, dejando al segundo como claro ganador, y así con la imposición del individualismo por sobre el colectivismo. Esto significa que para que el sistema en que vivimos se sostenga y crezca como se espera, es necesario que existan altos niveles de individualismo: que cada ser humano vela por sus propios intereses y no por los del resto, o más conocido como “the american dream”.

Esto trajo consecuencias en todos los niveles, pero la más aterradora vendría siendo la frialdad con la que las grandes empresas (y además nosotros mismos) velan por sus propios intereses, buscando crecer y acumular poder, olvidando cualquier ética social.

Bajo este escenario, no debería sorprender lo que ocurre con la radio a pilas, y menos lo que ocurre en nuestro propio país. Pero, ¿dónde cabe Chile realmente en este cuento? Pese a que nos queramos tildar de la “Inglaterra de Sudámerica” o que busquemos hacer miembro de la OCDE, somos un país tercer mundista. Con desigualdades como las que hay en Chile, con las realidades opuestas que se pueden ver, no podemos llamar a Chile un país desarrollado. Vivimos bajo un techo en el que sólo el que puede pagar su arriendo es bienvenido a cubrirse de la tormenta. Pero Chile es más que eso, un animal amorfo en esta historia. Si bien permite que grandes corporaciones vengan y se lleven gratis la mayoría de las utilidades del cobre, y próximamente del Litio, fuera del país (donde las mineras ni siquiera pagan impuestos por lo que extraen), en Chile se da un fenómeno que no solo se ve reflejado en la acción de empresas internacionales, sino que también de las locales. En otras palabras, no solo nos explotan desde afuera sino que además nos explotamos a nosotros mismos.

En nuestro país, el sistema mundial de consumo y acumulación de capitales a través de la explotación ha calado profundamente. Grandes empresas (y no tan grandes) en su afán por crecer y generar más y más utilidades, explotan a personas que dentro de su mismo país viven una realidad que los obliga a aceptar trabajos que son abusivos. Basta con ver lo que ocurre con la Fosforera Copihue en la localidad del mismo nombre. Esta empresa movió su fábrica a esta localidad, y partió pagando sueldos iguales a los de sus otras sucursales. Luego de esto, uno de los gerentes de la empresa decidió bajar el sueldo a los empleados de la nueva fábrica al mínimo. ¿La razón? Estas personas, a pesar de necesitar un sueldo digno para poder vivir, estaban dispuestas a trabajar por el sueldo mínimo ya que no tienen otra alternativa.

A menos que nos pongamos a trabajar en serio por crear un mundo y un Chile que entienda que el sistema en que vivimos no da para más y que hay que abrirse a otras alternativas, se ve un futuro muy oscuro para todos. De una vez por todas, las personas deben dejar de vivir y trabajar por el mercado y debe ser el mercado mismo el que trabaje para que las personas vivan de manera digna y justa. Tengo fe a pesar de todo, en que viviré para ver un mundo que busque en conjunto la creación de una energía barata y accesible para todos, en vez de ir a guerra por un combustible que cada vez que es usado destruye una parte de nuestro mundo o de otro que nació de la creación de armas nucleares que acabaron con muchas vidas que no valen ni más ni menos que la de cualquier persona en este planeta.

El neoliberalismo habla de ser libre, de escoger, pero en un mundo que priva a la gente de alternativas que ofrezcan una vida digna, esto termina distorsionando el sistema y generando injusticias de un calibre excesivamente alto. Y aunque no queramos admitirlo, aunque nos ceguemos y pensemos que somos un país desarrollado, no lo somos, porque el desarrollo no solo es la medida de los indicadores macroeconómicos de un país, sino la suma del bienestar social de la mayor parte de su población. Mientras no entendamos que ser desarrollados significa que más personas reciban una mejor educación, que más personas tengan un mejor trabajo, que más personas accedan a una mejor salud, que más personas vivan en una vivienda más digna, seremos los mismos retrogradas e ignorantes de siempre, vendiendo nuestro país al capital extranjero que le importa un carajo nuestro desarrollo y futuro.

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