La necesidad urgente de construir una Sociedad realmente democrática y humana ante un sistema injusto y desigual.

por BENJAMIN NAPADENSKY, Est. Derecho, U. de Chile.

La noción de sistema pareciera remitirnos inmediatamente a armonía, equilibrio, y por qué no, consenso. Pero si lo llevamos al sentir cotidiano del ciudadano promedio, es probable que observemos cómo aquello se aleja enormemente de la realidad una vez extrapolado el concepto a una escala macro, puesto que en mi experiencia, las personas suelen contentarse más con los sistemas más próximos que los rodean y que ellos mismos han podido construir.

Así, observamos que en mayor o menor medida, las personas tienen una posibilidad (más real) de conformar su “sistema” de seres cercanos (básicamente familia y amigos) en base a sus aspiraciones, deseos e intereses. De esta forma, no será fácil forzar a alguien a constituir este micro sistema relacionándose con quienes disiente profundamente o incluso deteste. Pero bastará llevar el concepto de sistema al siguiente nivel para observar cómo el sentimiento de ajenidad se expande sin control, tornándolo en una creación de la cual jamás nos sentimos parte y de la cual sin embargo debemos ser partícipes.

¿Quién podría sentirse orgulloso y pleno de vivir en un sistema que nos impone preconceptos, metas y afanes? Más aún, ¿qué tiene de justo y nuestro un sistema que nos exige los puntos antedichos sin siquiera dotarnos a todos de las mismas herramientas y posibilidades para lograrlos? Y finalmente, ¿tiene sentido el resignarse a una realidad tal o es de toda lógica el revelarse ante dicho escenario?

Vivimos inmersos en una sociedad donde de manera cada vez más explícita se exalta el individualismo. Esto último pareciera ser producto del culto a la forma, adoración llevada al paroxismo. A esto se le debe sumar el aprecio creciente por la instantaneidad, relegándose a la paciencia y el esfuerzo a las mazmorras de nuestra escala de virtudes y valores. Si sumamos individualismo, exaltación de la forma y sed de inmediatez, se nos termina presentando un modelo de humano que poco y nada tiene de tal. Nuestras existencias trasuntan en una búsqueda frenética de tener lo materialmente mejor, mayor y sin par, de modo de distinguirnos del resto y buscar una identidad en toda esta forma vacía. Nada más lejano de lo que nos hace humanos. El aprecio por el fondo de los demás, el entender a todos como seres iguales, indistintamente de toda la carcasa y disfraces que los rodeen. Parecen palabras más que trasnochadas, sin embargo rebotan como un eco sin sentido en nuestras consciencias, como si nunca antes las hubiéramos escuchado o querido escuchar. Nos encontramos cooptados por un sistema materialista a tal punto, que ha terminado por mellar nuestro interés por enfocarnos en las relaciones humanas y lo ha volcado en adquirir bienes de consumo.

Ocupémonos ahora acerca de nuestras opciones de inserción y cambio en el sistema. De manera cíclica se instalan voces de demanda y discursos que claman por equidad ante un modelo-sistema que al mismo tiempo que seduce con las “bondades” del mercado, relega a una inmensa mayoría a una realidad que en la práctica los aleja de todo aquello que se oferta. Hay que ser ciego para no ver la forma en que un país como el nuestro te trata si no naciste en el lugar adecuado. Y en Chile sufrimos de miopía. ¿Qué ventajas hay, u ocupando terminología más propia de este sistema, qué “incentivos” puedo tener yo para querer entrar en esta máquina si a mí alrededor veo hasta el hartazgo como las desigualdades de cuna terminan por decantar en la inmensa mayoría de los casos mi futuro? Nada más perverso que la forma en que aquellos que impusieron este sistema tienen por oficio el vender sueños a las masas. Son ellos los que se dedican a engordar en sus puestos (públicos y privados) a vista y paciencia de quienes padecen la exclusión. Y la exclusión tiene cara amable, tiene precisamente cara de aquel sueño; sueño que podrá encarnarse en las más diversas figuras (título universitario, auto último modelo, casa de veraneo, etc.).

¿Es acaso dable el pedir a esa mayoría ciudadana que continúen tranquilos su existencia, a sabiendas que todo aquello que se les vende no es más que una mera ilusión? Asquea el ver cómo un joven debe esforzarse más allá de lo imaginable para conseguir un mísero título que con pompa altisonante pretende ser un pasaje a este mundo de fantasías que se promociona. Y asquea precisamente porque lo único que dejará aquel logro, serán años de deudas impagables y una escasísima posibilidad de inserción laboral. Incluso logrando conseguirse el tan anhelado (y tantas veces indigno) trabajo, aún cabe preguntarnos, y ¿para qué? Para continuar en el espiral de consumo que nos llevará a abrir los ojos una mañana y darnos cuenta que cargamos con más años de los que podemos recordar y que se nos fue la vida intentando alcanzar todos esos sueños vacíos, a costa de perder de vista todo lo verdaderamente imprescindible. ¿Cómo puede serse tan cínico que se valida el escandalizarse por quienes con justísima razón reclaman esto y no por el sistema mismo que genera los reclamos? ¿Se ha perdido acaso toda capacidad de impresionarse ante las indignantes desigualdades que ya a estas alturas se asumen como “externalidades negativas”?

Ante nuestra última interrogante, no nos queda más que responder con la más profunda y clara negativa. Tenemos un deber, ya ni siquiera como ciudadanos, sino como humanos, de oponernos a un sistema que nadie verdaderamente eligió, y que engendra sufrimientos e inequidades insondables para tantos y tantas. Huelga decir con esto que no se insta a desarrollar un discurso anti sistémico, sino a uno que sea capaz desde adentro, de lograr generar un cambio a un nuevo sistema. Toda creación humana siempre será perfectible, pero creo estar en lo cierto al señalar que desde hace ya mucho es hora de contar con un sistema social que dé cuenta de todas nuestras justas exigencias. Inclusivo, humanista, democrático. Vale decir, verdaderamente nuestro.

Este ensayo no tiene en absoluto por fin hacer una crítica velada al capitalismo o una apología del socialismo. Pretende ir más allá. Por breve que haya sido la exposición de argumentos, creo que con estas ideas basales, centrales, basta para poder plantearnos cuestionamientos que trasciendan en mucho lo económico o político, y que apunten en dirección a plantearnos cuál es el verdadero sistema social que queremos para nosotros y los que vendrán. Siendo un engranaje más de este sistema, espero yo también poder sumarme a este emprendimiento, que requiere no de grandes soñadores, si no simplemente de personas más humanas.

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Un comentario

  1. Tal vez no es una apología al socialismo pero si es una crítica velada al capitalismo. Hablando en términos del sistema capitalista, como dices, no hay incentivos para el actuar de forma «humana» ; la cultura del miedo nos hace desconfiados y menos dados a realizar actos altruistas… así nuestra percepción de los «otros sistemas» es desde la envidia o desde el desprecio, hay que ser claro y criticar el capitalismo , no por que deje al arbitrio de los hombres los estados económicos de las personas sino por que genera miedo y odio contra los que no están en nuestra misma condición. Claro está que el uso del miedo para el control y la implantación de políticas, que en estados normales la gente criticaría, no es una técnica nueva pero el sistema capitalista ha abusado tanto de ésto que nuestras cárceles se llenan de reos que han cometido delitos contra la propiedad… el enfoque económico de nuestra sociedad está íntimamente ligado al miedo y a la frustración de el «no tener». Si gobiernos como el israelí siguen propugnando la lucha contra culturas distintas a la occidental obviamente el sistema seguirá igual y la alternativa seguirá siendo la misma; vivir de acuerdo a lo que Darwin llamó la selección natural, en términos nuestros : capitalismo.

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