La ideología yihadista: nacimiento y relevancia histórica del anti occidentalismo islámico.

por PABLO BORNSTEIN,  Lic. en Historia Contemporánea por la U. Autónoma de Madrid, España. Est. MA en Estudios de Oriente Medio en la U. de Tel Aviv, Israel.

El pasado domingo 11 de Marzo se cumplieron ocho años de la masacre que, en nombre de Al Qaeda, dejaba casi 200 muertos y un tremendo número de heridos en la capital de España, tras la activación de una serie de explosivos en diversos puntos de la red pública de transportes de forma casi simultánea. Semanas después, varios miembros del grupo responsable del macabro ataque, tras ser cercados por la Policía durante algunas horas en un domicilio de la localidad de Leganés, muy cercana a Madrid, se inmolaban causando la muerte también de un policía, en la primera explosión suicida en territorio europeo.

Los integrantes del grupo de Madrid eran parte del entramado de la denominada Yihad Global. El proyecto del islamismo (como “ismo” no puede desvincularse de las ideologías modernas) moderno – tan de actualidad en el marco de la ‘Primavera Árabe’, nace como parte de la crítica realizada por una serie de autores, durante la transición del siglo XIX al XX, al islamismo tradicional de los Ulemas o  clérigos (escolares), islámicos en el contexto del encuentro del Islam con Occidente.

A pesar de escribir en distintos momentos y lugares, y bajo distintas narraciones, autores como Jamal al-Din al-Afghani, Muhammad Abduh o Rashid Rida compartían una indignación por la decadencia de un Islam que otrora había sido victorioso y una amenaza constante para el Occidente cristiano. La religión del profeta que había recibido la Revelación final no podía aceptar la supremacía de un Occidente que se interponía en la expansión global de la Ummah o comunidad de creyentes. Lo más sorprendente quizá de la interpretación de estos autores reside en que la solución vendría de la mano del propio enemigo occidental y de su tecnología. Si Occidente era más fuerte, era porque había interiorizado el Islam.

Aunque nos resulte disparatado, los islamistas proponían “apropiarse” de la modernidad mediante su islamización. En base a ciertos Hadiz o “tradiciones”, – un conjunto de colecciones de dichos y acciones atribuidas a Mahoma, com carácter normativo en la ley islâmica -, avalaban, en esta visión, al único ser humano sin error como un impulsor de la ciencia. Igualmente, un pretérito florecimiento de la cultura y el conocimiento en el pasado islámico, especialmente en Persia en la Baja Edad Media, era un argumento central de esta tesis.

La ciencia moderna que permitía la superioridad de Occidente y su ataque sobre el Islam era para ellos un producto originalmente islámico. La solución por tanto pasaba por una reislamización de la ciencia que se traduciría en un nuevo renacer político del Islam. De esta forma peculiar se pretendía abrazar la modernidad con el arcaizante objetivo de restablecer el Califato y la pureza y moralidad de los primeros seguidores de Mahoma, los Salaf (de donde proviene el término salafismo).

Éste es el clima intelectual en el que Hasan al-Banna fundó en Egipto en 1928 la Sociedad de los Hermanos Musulmanes, un decenio después de que la destrucción del Imperio Otomano hubiera dejado a la Ummah huérfana de un marco político. El objetivo de la Sociedad era el restablecimiento del Islam como única referencia absoluta, que abarcara todos los aspectos de la vida social, incluyendo el político, y por tanto con la necesidad de derrotar a los regímenes vistos como títeres del ambicioso imperialismo occidental, cuando no eran directamente los mismos gobiernos controlados por éste (a pesar de que Egipto había obtenido su independencia en 1922, no olvidemos los Mandatos europeos en Oriente Medio).

Los Hermanos Musulmanes observaban un ataque cultural de Occidente contra el Islam, apoyado fundamentalmente sobre los pilares del materialismo y el ateísmo, ante el que todo musulmán tenía la obligación religiosa de hacer frente. Es la defensa de una religión amenazada la que fundamentará el uso del término Yihad (o esfuerzo, que teológicamente implica tanto el esfuerzo individual por seguir el camino del creyente como la necesidad de la guerra contra el enemigo de la fe), enarbolado un siglo antes por ciertos movimientos norteafricanos en la lucha anticolonial.

El principal teórico de la necesidad de la Yihad será Said Qutb, otro egipcio nacido el mismo año que Banna, y que sin embargo abrazó la causa del islamismo de forma más tardía, y con posterioridad a una estancia como estudiante en los Estados Unidos, donde quedó horrorizado por la inmoralidad y promiscuidad de esa sociedad (¡a finales de la década de los ’40!)

A su vuelta a Egipto, Qutb se unió a los Hermanos Musulmanes y lideró la radicalización del movimiento. A pesar de que en los 50 participaron junto con el movimiento pan-arabista y secular de Nasser para derribar el régimen existente, el gobierno resultante pronto se tornó contrario a los islamistas y encabezó su represión. Esta represión llevó a una crítica brutal por parte de Qutb de todos los gobiernos no islamistas de los países musulmanes, equiparados en su obra Milestones a la sociedad árabe pagana previa a la Revelación de Mahoma (en términos de Qutb, los gobiernos musulmanes habían tornado al estado de  Yahiliya o “ignorancia”, lo que los equiparaba a los no creyentes, y por tanto eran vistos como enemigos en la guerra santa). Consecuentemente, Qutb formuló la necesidad de una élite ejemplar – quizá al modo de jacobinos o bolcheviques del islamismo – que se retirase de la sociedad de la ignorancia y mediante su purificación dirigiera la lucha definitiva contra los infieles, que permitían la profanación del Islam a manos de Occidente. Este retiro es el que iniciará el ataque, pilar conceptual fundamental para la creación por Osama Bin Laden de la ideología de Al Qaeda (“la base”).

La ejecución de Qutb por el gobierno de Nasser en 1966, causó el traslado de la dirección de la Yihad de Egipto a Arabia Saudí, donde el hermano de Said, Muhhamad Qutb, encontró el refugio de la dinastía Saud. Esta dinastía se había unido siglos atrás con un clero de tendencia wahabita en sus conflictos contra el Imperio Otomano y los poderes del Hiyaz, región en la que se encuentran las ciudades sagradas de Meca y Medina.

El clero saudí propugnaba una interpretación puritana del Islam conocida como Wahabismo, que defendía una aplicación literal del Corán, reduciendo a la nada el valor de la tradición y jurisprudencia centenaria del Islam. Este integrismo, a pesar de una aparente discordancia con el proyecto modernista del islamismo, encajaba con el rigorismo de Qutb y el enaltecimiento de la pureza de las primeras generaciones del Islam o Salaf. Arabia Saudí se conformaba como el centro espiritual del Salafismo Yihadista.

Sin embargo los años 70 estaban cambiando de forma radical la cara de la tierra del profeta. Los astronómicos ingresos del país, gracias a sus reservas de petróleo, fomentaron un desarrollo económico de difícil comparación histórica y atraían a numerosos habitantes del Golfo Pérsico en busca de fortuna, entre ellos a la familia yemení Bin Laden, quienes se establecieron en Arabia e hicieron una inmensa fortuna.

Osama se formó intelectualmente en un ambiente universitario en el que cierto sector del clero (en el que destacaban los sermones de Muhammad Qutb) elevaba cada vez más su crítica a las nuevas formas sociales que se estaban creando en la tierra del Profeta, invadida por la música y el cine americano. La tradicional alianza entre el clero rigorista y la dinastía gobernante quedaba amenazada, y Osama Bin Laden se postulaba como una de las principales voces críticas. Posiblemente el régimen sintió un gran alivio cuando Bin Laden se unió a la causa encabezada por el palestino Abdullah Azzam y se trasladó a Afganistán para luchar contra la invasión soviética.

Azzam era un teólogo de la Yihad que afirmaba la crítica necesidad de defender el Islam, como había mantenido Qutb. Pero el objetivo prioritario para Azzam era conseguir la unidad de todos los musulmanes en un frente común ante la amenaza del ataque externo occidental. Este frente común es el que inspiró el movimiento de los Árabes Afganos, voluntarios en la guerra santa en el frente más activo de la misma. Azzam formuló como deber individual de cada musulmán la guerra por todos los medios posibles contra los infieles, inspirando a miles de jóvenes devotos – especialmente saudíes – a acudir a Afganistán, en el que seguramente fue el momento fundacional de la red global yihadista, tan tristemente relevante hoy día. Fue en las montañas de Afganistán donde se conformó una élite de muyahidín en torno a las figuras de Azzam y Bin Laden, que sería sacralizada por las generaciones siguientes. Serían miembros de esta élite los que, en base a los contactos personales desarrollados en esa campaña, en la que participaron voluntarios de numerosos países árabes, formarían con posterioridad células terroristas por todo el mundo con el objetivo de continuar la guerra santa global.

La retirada de los soviéticos del país en 1988-89 y el posterior desmoronamiento de la Unión Soviética incrementó exponencialmente la mitificación de la campaña. Los yihadistas atribuyeron el fin de la superpotencia a la verdad religiosa de su causa. La Unión Soviética y Estados Unidos eran vistos como las dos caras del materialismo y ateísmo occidental, y ahora sólo quedaba una de ellas en pie sobre la que concentrar el ataque.

La obviedad de un ataque cultural occidental contra el Islam quedaba finalmente revelada para Bin Laden en 1990, cuando tras la invasión de Kuwait por Iraq, Arabia Saudí invitaba a cientos de miles de tropas americanas para defenderse de Sadam. Lo más irritante era que ante un ataque tan obvio, era el propio régimen saudí el que invitaba al gran Satán americano a instalarse militarmente en el territorio más sagrado del Islam. La crítica vehemente de Bin Laden no se hizo esperar, y el resultado fue su exilio en 1991. Tras un paso por Sudán y una tarea millonaria de crear centros de reclutamiento para muyahidines, en 1996 Bin Laden volvía a Afganistán para establecer una alianza con el Mulá Omar y sus talibanes, que habían resultado vencedores en la guerra civil por el control del país tras la salida de los soviéticos.

En 1998, Osama Bin Laden fundaba oficialmente el Frente Islámico Mundial por la Yihad contra los judíos y los cruzados, en cuyo manifiesto se instaba a cualquier musulmán que tuviera la oportunidad a matar americanos y sus aliados en cualquier parte del mundo, como parte de la obligación individual de la Yihad, en su día formulada por Azzam. Los hechos posteriores son de sobra conocidos.

Más de una década después del 11 –S, y ocho años después de la masacre de Madrid, la red global yihadista, cuya génesis está en la resistencia afgana de los 80, aunque debilitada, sigue promoviendo una ideología capaz de protagonizar ataques terroríficos, en los que destacan un devastador número de víctimas musulmanas.

Los sucesos que hace algo más de un año desencadenaron una ola sin precedentes de protestas en el mundo árabe, y que consiguieron deponer a varios de los líderes más despóticos de la región (aun está por ver si el más sanguinario de ellos caerá en Siria), fueron recibidos en amplios sectores del mundo occidental con gran esperanza. La “Primavera Árabe” recogía una sensación de optimismo hacia lo que se vio como una transición hacia una mayor democratización del mundo, al modo de la Primavera de los Pueblos de 1848. Sin embrago, la continuación de la violencia, escenas como las masacres en Siria o la muerte brutal de Gadafi, así como la radicalización e islamización de los resultados electorales en Túnez o Egipto, y la competencia por hacerse con la dirección del futuro de estos países, en la que los movimientos islamistas parecen tener una más que amplia ventaja, han permitido que ese optimismo inicial se traduzca rápidamente en miedo político y en ocasiones en exagerado alarmismo.

No es la intención de este artículo añadir más pánico, ni vincular automáticamente a los movimientos islamistas que han obtenido esas victorias electorales con la violencia y el odio yihadista. Sin embargo, un repaso histórico permite rápidamente comprobar las formulaciones intelectuales comunes a ambas tendencias. Este hecho, que de por sí sólo no significa nada (también el asesinato sistemático ejercido por el estalinismo y la social democracia europea tienen un origen ideológico común, sin que nadie en su sano juicio los equipare), unido a un elevado grado de ambigüedad en sus aspiraciones políticas por parte de los representantes del “islamismo moderado”, generan cierta inquietud razonable.

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