Cuestionamientos en torno a la fidelidad histórica del pueblo judío con la tierra de Israel

por ALEX GUROVICH, Ingeniero Civil, PU. Católica de Chile.

 

Estamos expuestos a muchas instancias donde se debate el derecho a defenderse que tiene uno de los países más chicos del mundo, Israel,  y que de las 196 naciones existentes, es la única que se auto-define como de carácter judío. Una nación que además posee el honor de estar bajo constante amenaza de destrucción. Dicho lo anterior, es penoso, por no decir terrible, tener que vernos obligados a buscar razones para defender el derecho de Israel a existir. Desde la urgente necesidad por salvar a un pueblo que por siglos ha estado al borde de la aniquilación, hasta la autodeterminación de un pueblo como tal. Pero hay una que es comúnmente citada por la opinión pública comunitaria (o por quienes la representan) que no tiene un fundamento así de fuerte en la historia de los hechos ni en la historia de las ideas.

Es la tesis que dice relación con la supuesta fidelidad continua e infinita que el pueblo judío guardó siempre a la tierra de Israel. Es el argumento mediante el cual “vivimos en Judea, de la que nos echaron a principios de la era común por ser una provincia rebelde, pero a la cual le seguimos fieles durante casi veinte siglos hasta formar el moderno Israel” (aludiendo a la dispersión romana, no la babilónica siete siglos antes, que no dispersó al pueblo llano, y de la cual sí hubo retorno).  Es decir, el argumento que alude a lo que la tierra de Israel supuestamente siempre representó para el pueblo judío dispersado por Roma a través de una historia de fidelidad ininterrumpida. Algo que me parece, al menos, incompleto.

Paul Johnson, autor de fácil y amena lectura, con posiciones más bien pro-judías en casi todas sus obras, nos dice en “La Historia de los Judíos” que “se calcula que durante el período de Herodes había alrededor de 8.000.000 de judíos en el mundo y que, de ellos, 2.350.000 a 2.500.000 vivían en Palestina”. Herodes reinó hasta el 4 a.c. Por lo tanto, la abrumadora mayoría de los judíos, casi 6 millones, no estaba en Judea-Palestina, pero por razones históricas distintas a la de ser expulsados. Si bien muchos de ellos vivían en Babilonia (descendientes de expulsados), no eran la gran mayoría, la cual correspondía a los judíos que se habían dispersado en la cuenca del mediterráneo durante los 3 a 4 siglos antes de la era común. La razón de ello: el alto atractivo de la cultura helénica, su relativa mayor prosperidad económica, y mayor apertura a la libertad de ideas. Judíos que “…iban a las termas y al estadio, viajaban a Atenas y contraían bodas con invasores”. Había una importante comunidad judía en Alejandría mucho antes de Herodes, ciudad que igualaba (o desplazaba) a Atenas como centro de la cultura helénica. Entonces es incompleto decir que, como se oye, “los judíos fuimos expulsados de Israel por los romanos, donde vivía la mayoría de nosotros, y ahí empezó nuestra diáspora”. Porque expulsiones romanas sí que las hubo, masivas y forzosas, sobre todo después del 76 d.c. y 135 d.c. Pero, la gran diáspora judía mediterránea que se gestó bajo influencia helénica fue mayoritariamente no forzada.

La pregunta que sigue es ¿Cómo fue el vínculo que tuvieron con la tierra física de Israel los judíos dispersados voluntariamente o a la fuerza? Este siguió fuerte y fiel entre los judíos babilónicos e incluso los mediterráneos hasta que, con la aparición del “judaísmo rabínico”, y después de la destrucción del segundo templo, se incorporaron formas de escatología al pensamiento judío (que en breve, trata del mundo por venir), y que antes no tenía. Por lo tanto, cuando el judaísmo rabínico se impuso, en los primeros siglos de la era común, la diáspora judía desarrolló concepciones escatológicas nuevas, en las que la tierra prometida dejó de ser un lugar en la tierra y pasó a ser un lugar en el cielo, en las que los sacrificios de animales dejaron de ser holocaustos y se transformaron en plegarias. Un autor conecta esta nueva espiritualidad judía escatológica (y por tanto, menos fiel hacia la tierra “física” de Israel) con un fenómeno más bien generalizado durante esos siglos. Por la misma época, y en el mismo mediterráneo, el incipiente cristianismo desarrollaba una escatología mucho más fuerte originada en la creencia paulista sobre la inminente segunda venida del Mesías. Vale decir, el judaísmo dejó de ser tribal, territorial, y pasó a ser “espiritual”. Por eso no siguió amando fiel e infinitamente (como hacemos ahora) a la tierra de Israel, ya que había cosas más importantes en el cielo (a diferencia de ahora). Eso se mantuvo por casi 17-18 siglos, aunque sea osado resumir así casi dos milenios.

Se podrá decir: “Josef Caro emigró a Safed en el siglo XVI, junto con el movimiento místico. Y así, hay muchos otros ejemplos de fidelidad ininterrumpida a la tierra física de Israel”. Bueno, Maimonides (y otros) ejercieron en Egipto, podría contra argumentarse. Los más grandes intentos de migraciones a Palestina fueron cruzados. Se podrá decir “¿Y cómo es que todos los Pesaj cerramos con ‘próximo año en Jerusalén’?“. Creo que para imaginarse cómo se entendió eso durante siglos, hay que tratar de comprender como pensaba el judío de esos siglos, que es, a diferencia del actual, ortodoxamente religioso, y no material-temporal. No soñaba con un Jerusalén en este mundo. Soñaba con el mundo por venir.

Otra  demostración de esa pérdida de fidelidad es no mirando lo que pasaba a principios de la era común o durante la edad media, sino lo que pasaba hace solo poco más de un siglo. El mismo Paul Johnson dice en su “Historia de los Judíos”, refiriéndose a la iniciativa de Herzl: “….en todos los rincones de Europa, el orden establecido judío se oponía a su idea. Los rabinos ortodoxos lo criticaban o ignoraban. A los ojos de los judíos reformados, otro tanto. Los [judíos] más ricos se mostraban indiferentes o activamente hostiles. Lord Rothschild, el personaje más importante de la comunidad judía mundial, se negó terminantemente a recibirlo, y, lo que es peor, dio carácter público a su rechazo”. Y continúa: “…cuando Herzl falleció, el sionismo todavía era sólo una tendencia minoritaria dentro de las grandes corriente religiosas y seculares de la evolución judía. Pero también tenía enemigos activos. Hasta la Primera Guerra Mundial, la gran mayoría de los rabinos del mundo entero, reformados, conservadores u ortodoxos, se oponían enérgicamente al sionismo.” Es sabido que Albert Einstein, probablemente el judío más grande de esa época por el alcance de su fama mundial, dijo: “Prefiero con mucho ver un acuerdo razonable con los árabes sobre la base de la convivencia en paz, que la creación de un estado judío…mi conocimiento de la naturaleza esencial del judaísmo se resiste a la idea del estado judío con fronteras, un ejército y cierto grado de poder temporal, por modesto que este sea”.

No queda claro que haya habido una fuerte y continua fidelidad a la tierra física de Israel de parte del mainstream judaico durante los casi 18 siglos de diáspora. Pero eso no le quita derechos. Ese mismo mainstream judaico, en los siglos XIX-XX, abrazó el recién creado movimiento sionista que logró cuajar rápidamente en una época de emancipaciones. El judaísmo emancipado y secularizado, ya no más escatológico ni con fe en el mundo por venir, redefinió o reforzó  la idea de la tierra prometida como un lugar en este mundo en vez de uno en el cielo (en el que ya no cree). No es raro que el sionismo, igual que otras instituciones judías, hayan nacido después de la ilustración, de la mano del socialismo.

Hay muchas y muy buenas razones para defender a Israel. Por ejemplo, los intentos de Israel por promover un estado árabe en Palestina desde la comisión Peel (1937) e incluso antes. Además, el hecho que el judío jamás dejó de ser un pueblo (la autodeterminación del pueblo palestino como tal es más reciente). Pero el argumento de un amor infinito e ininterrumpido a una franja de tierra, es, al menos, incompleto. Quizás desde nuestra perspectiva del siglo XXI sea difícil entenderlo así, sobre todo después de 3, 4 o 5 generaciones en América, sobre todo después de la Shoa. Sobre todo después de la religión desplazada por el sionismo, o después de las conversaciones de sobremesa en torno a Dios superadas por las conversaciones en torno a otras cosas.

Es difícil que esta argumentación gane “convicción” porque justamente, “no conviene”, pero también porque está demasiado asentada en el inconsciente colectivo la idea de que en cada día, mes, año y siglo que duró la diáspora, quisimos retornar al lugar del que salimos o fuimos expulsados. Si bien el hecho que no haya existido un fuerte vínculo durante siglos no le quita derechos al pueblo judío, sí hay que cuidar el uso que se hace del argumento.

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Un comentario

  1. Y sin embargo el movimiento sionista prospero…
    Habra tenido detractores, ecepticos al principio, pero prospero.
    Tendriamos Israel sin shoa? No lo se….
    Pero prospero y es real.
    El tema central no es si 2/3 de la poblacion judio ya vivia en la diaspora en tiempos romanos.
    Lo clave es la destruccion del templo y el poder aglutinador de la epoca rabinica.
    Para mi es inexplicable como «eso» se mantuvo 2000 años y termino en un estado nuevo. Con shoa, lobby. Hertzl incluidos. Cada cual aporto lo suyo.

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