Los límites políticos de la realidad.

por ALEJANDRO FIELBAUM, Filósofo, PU. Católica de Chile.

El debate a propósito de la encuesta CASEN no sólo ha demostrado que se puede ser Ministro de Planificación Social –y, peor aún, Doctor en Estados Unidos- sin comprender la diferencia conceptual entre un error y un margen de error, sino también la pauperización que ha sufrido la discusión política en Chile. El debate oscila en torno a si se han realizado o no modificaciones en la cantidad de pobres en Chile, sin siquiera esbozar las necesarias preguntas relativas a la estructura social que permite que pueda celebrarse tan magra modificación en un país con una clase alta riquísima.

Tal lógica del realismo se ha extendido de forma progresiva, lamentable, casi irreversiblemente, desde que el susodicho irrumpió afirmando que la política refería a hacer cosas y no discursos, a tomar medidas y no decisiones. No hay que ser un gran maestro de la sospecha para comprender la ingenuidad de tal posición, la que no deja de expresarse discursivamente y decidirse políticamente, al igual que todas y cada una de sus medidas. Clausurada de antemano la discusión sobre los límites desde los cuales puede imaginarse la realidad –y, por ende, considerando de antemano la pobreza como un problema que sólo se puede solucionar superando el pequeño límite que la separaría de quienes no lo son-, uno y otro bando dirime en torno a los cambios “reales” que han realizado. Como si la realidad presupuesta no fuese una construcción histórica cuyos cimientos, legados por una dictadura cuya obra la Concertación y la Alianza han prolongado, fuesen parte de la más íntima naturaleza de las cosas.

Ante tal delimitación neoliberal de lo posible, no queda sino afirmar la posibilidad de la utopía, es decir, de que ocurra aquello que parece imposible. En su singular lucidez, Jacques Derrida indicaba que lo único que podía acontecer era lo imposible, ya que lo posible no dejaba de estar, ya, sucediendo. Allí, no dejaba de recuperar –y resignificar, como siempre que algo se recupera- cierta herencia del mesianismo que harto ha interesado al pensamiento contemporáneo para pensar la necesidad de la justicia más allá de las limitadas chances del neoliberalismo.

Decimos mesianismo y no judaísmo porque harto problemática resultaría una eventual sinonimia entre ambos términos. Por un lado, porque existe más de una posibilidad de judaísmo, y ciertas apelaciones a su nombre no han dejado de legitimar injusticias varias. Por otro, porque precisamente su afán de justicia exige establecerse más allá de toda determinación étnica, religiosa, cultural o de cualquier política de la identidad. En tal sentido, lo necesario no sería pensar nuevas posibilidades por venir para cierta política judaica. Sino, por el contrario, rescatar parte de lo que su tradición intelectual puede ofrecer (que harto excede, claro está, al pensador argelino ya mencionado) para imaginar la promesa de otras realidades, antes que el cómo realizar las promesas que ya tenemos.

No faltará el pragmático que objete que aquella es una posición cómoda, que lo que realmente importa, es, volviendo al ejemplo inicial, solucionar la pobreza. Que el resto son palabras, que aquello es lo que urge. Pero es precisamente por tales urgencias que es necesario imaginar otras formas de vida en las que, por ejemplo, lo central no sea solucionar el problema de la pobreza sino el de la desigualdad. Superar las formas extremas de pobreza no puede ser una meta, sino una base mínimamente mínima para pensar una sociedad en la que la vida no se transforme en supervivencia.

Esto exige que el fundamento no sea la caridad, sino la justicia. Y es por esta última promesa que, contra lo que creería el apresurado pragmático, quien aspira a otra realidad no deja de intervenir en lo presente, en nombre de la diferencia que anhela. Pero ya no intentando realizar mejor lo existente, sino asumiendo que sus límites exigen ir más allá de cualquiera de sus medidas y mediciones. Es decir, ampliando los límites de lo posible en nombre de lo imposible para, sin mezquindades ni certezas, valerse de la técnica contra la tecnocracia.  Solo así se podrá reimaginar la realidad desde, y para, una política que ya no tenga que ver con lo que no hemos dejado, por décadas, de ver como lo único que podría verse.

 

El saludo de ENRIQUE GRINBERG, Representante para Argentina de la Organización Sionista Mundial.

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Un comentario

  1. Al El Diario Judío con afecto y máximo respeto por su labor quiero dedicar estas líneas.
    Nuestro pueblo otorga a la palabra un rol central. En las oraciones matinales está escrito Di-s habló y el mundo se hizo.
    La palabra tiene el poder de la creación y la creación es en sí misma palabra. La palabra es idea y la idea es creativa y revolucionaria.
    La palabra es la formadora del vínculo con otro y otros, la palabra es cambio y movimiento.
    Es por eso que la tarea que hacen ustedes desde El Diario Judío es un puente a todos estos conceptos sobre los cuales me he referido y gracias a quienes escriben y leen este andar por el camino de búsqueda personal y colectiva de nuestro ser judío o las múltiples formas de serlo.
    Felices 100 y que se sigan sumando.

    ENRIQUE GRINBERG
    Representante para la Argentina
    Organización Sionista Mundial

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