Evitar lo profundo y existencial en una vida simple y superficial.

por ALBERTO ASSAEL, Psicólogo, PU. Católica.

A todos nos irrumpe en la cabeza, alguna vez en la vida (o por lo menos eso supongo y espero) una de esas típicas preguntas existencialistas que tan tergiversadas están a nivel popular hoy, del tipo “¿Quién soy”, “¿de dónde vengo y hacia dónde voy?” o “¿qué es lo que realmente quiero para mi vida?”. Luego de distintos abordajes baratos en el cine y la televisión se han ido transformando en clichés repudiables y vergonzosos de reconocer y admitir dentro de uno mismo, y menos con los demás.

Al igual que la palabra amor. Con solo toparse en la televisión con un actor escupiéndole a una mujer, antes de casarse con otro, una frase del tipo “te amo” quedas con una sensación nauseabunda en tu boca, sin otra opción para encargarte de esa vergüenza ajena que la de reírte de aquello para tomar distancia, pues en algún nivel sabes que jamás te verías en una de esas, pero también que rozaron algo que es posible reconocer internamente, sólo que exteriorizado de una forma tan burda y estúpida, que cambias de canal.

Así se han tratado en nuestra época, a nivel colectivo, las temáticas trascendentales, existenciales e importantes como el amor, la libertad, el sexo y el sentido de la vida. De formas tan infantiles y huecas, una y otra vez hasta el cansancio, no hace falta ver el comercial de la teleserie antes de que la estrenen para saber con certeza que la empleada se queda con el patrón o que la dama se atreverá a caer en los brazos del obrero o que los justicieros harán justicia.

¿No te produce una cierta molesta? ¿Un dejo de enojo medio indescifrable? Yo te aseguro que sí, solo que estamos tan acostumbrados a encontrarnos siempre con lo mismo que no reparamos en eso, dejamos de creer que hay otras opciones, nos desesperanzamos o quizás nos acostumbramos a la desilusión.

Pero la rabia se mantiene, porque implica que nos subestiman a nosotros y a nuestra capacidad reflexiva. Como si desviarse de los desenlaces típicos y esperables que tan arraigados están en la mente popular fuera algo que dejase a las masas aturdidas por su complejidad. Como si no tuviésemos el coeficiente intelectual para ver algo diferente ni la suficiente fortaleza para tolerar un final abierto que nos deje con preguntas, como sí ocurre en la vida.

¡Es tan lamentable y tan triste que el gran ojo nos vea así! Nos deja encerrados en un círculo vicioso de superficialidad sin sentido, pues funciona de modo en que, si en un momento imprevisto de tu vida te pillas pensando en cosas elevadas, y surge en tu mente una pregunta como “¿Quién soy?”, recuerdas el asco que te han dejado malas películas y, sorteando la vergüenza que te produce la mínima posibilidad de verte reflejado en uno de esos sobreactuados personajes, te dices a ti mismo que eres más que eso y la bloqueas; y de esta manera dejas sin respuesta las preguntas sagradas que a tantos movilizaron, de la misma forma que dejas de incluir la palabra amor en tus expresiones de afecto por lo ridícula que suena.

Tristemente de esta forma nos hundimos cada vez más hondo en el sinsentido y en la frialdad, conformándonos sólo con la nueva de Disney, que te lo aseguro, sabes como terminará.

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Un comentario

  1. La felicidad completa es difícil de definir, y es por que el hombre mismo el complejo. Soy de aquellos que se contentan tanto con los finales abiertos como con los cerrados, ya que creo que son para distintos tipos de personas. O que tal vez, están tratando de concentrarse en uno solo de aquellos hilos que tiene el gran tapiz de la vida, cuando aislamos uno de ellos sin bien parece irreal, sirve para ilustrar un punto, los economistas utilizan este método, lo llaman ceteris paribus.

    No me molesta la superficialidad, a veces entiendo que algunas de aquellas películas predecibles o teleseries similares no tienden a una reflexión intensa del ser, sino que justamente tienden sacar al «hombre de a pie» de un mundo lleno de ellas.

    El problema radica en que nos concentremos solo en aquellas, que no las utilicemos para ilustrar un punto o aprender, sino que nos olvidemos del tapiz y nos concentremos en el hilo.

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