Soy de la única tribu kosher

por PAULA CALDERON, Periodista, U. Portales. Máster en Filosofía, U. de Chile.

Sí, lo reconozco. Mi editor se volvió loco. Estoy preocupada. Desde que supo cuál era mi origen se obsesionó y ahora lo único que quiere es que salga del closet de los frikis. Está convencido de que tengo que comenzar ahora mismo a escribir una columna sobre mi periférica existencia: sobre lo que vive una joven mujer judía como yo. Es absurdo. ¿A quién le podrían interesar mis dificultades?

No sé. Si en Chile no somos más de 12 mil los judíos y de seguro no activan más de 5 mil. Aquí no se ha generado un movimiento contracultural como el que se creó en Estados Unidos, donde ser judío es algo tan cool como ser afro americano. Liderado por la revista neoyorquina Heeb o el sitio web Jewcy, es decir, lo ‘judío/jugoso’, un verdadero slogan que se estampó en miles de poleras e incluso en sugerentes colaless que aún se venden por internet.

Espero que mi editor tampoco se haya pasado el rollo que soy la versión chilena de la Sarah Silverman, esa comediante gringa que alguna vez presentó los MTV Movie Awards. La que es como Jerry Seinfeld, pero en mujer. La que en sus rutinas utiliza la voz más dulce del mundo, vestida con las ropas de una perfecta e inocente Jewish American Princess (JAP); para luego decir los más ácidos e irónicos comentarios sobre sexo, religión y racismo.

O peor. Me muero si cree que soy como la Erica Jong. A mí me falta el narcisismo extremo de la autora de “Miedo a Volar”, que mezcla deliberadamente sus experiencias sexuales con psiquiatras desquiciados, la Alemania de la post guerra y los campos de concentración. Qué vértigo.

Quizás la culpa sea mía. Tal vez mi editor se entusiasmó cuando le conté que hace unos días, en el cumpleaños de un amigo del trabajo, luego de tomar demasiado vino, me puse a disertar sobre este apasionante tema: ¿Cuándo tuve conciencia de que era judía? Siempre olvido que no debo beber. Hablé de la época en que tenía 16 años y estudiaba en el Instituto Hebreo, en plena Lo Barnechea, a minutos de la Dehesa y los centros de esquí. Fue el año del atentado a la AMIA, la Asociación Mutual Israelita Argentina. Y ese año todos se volvieron locos ante la posibilidad de un ataque terrorista aquí. Mi colegio se convirtió en un verdadero bunker.

“Pero si eres Calderón”, me dijo uno de mis compañeros de trabajo. Supongo que imaginaba que todos los judíos tenemos apellidos que te remontaban a la Rusia zarista, la Alemania nazi o el conflicto en Medio Oriente. Un Zimmerman, un Cohen o por último un Stern le hubieran parecido más dramáticos que el aburrido Calderón. “Es que soy sefaradita”, me disculpé, y para desquitarme le agregué toda la lata histórica complementaria, con expulsión de España incluida. “Yo fui a varios Bar Mitzvah”, se entusiasmó Diego, el único universitario del grupo. “En mi colegio tenía varios compañeros judíos. Algunos iban a las tnuot. Incluso uno era Rosh. ¿A cuál ibas tú?”. Sabía más palabras en hebreo que yo. Me aguanté las ganas de preguntarle si conocía a Matisyahu, el jasídico que cantaba reggae.

Ricardo, que es médico, me confesó que mientras me escuchaba sólo podía pensar en cómo una odalisca árabe le bailaba exóticamente y lo atendía sensualmente mientras cenaba al anochecer. Bueno, supongo que merezco escuchar eso y cosas aún peores. Podría presentarle a la Sohad, mi amiga palestina-feminista con la que asistí al Taller de Diálogo Intercultural. Aunque yo creo que se muere. La Sohad, quiero decir.

Lo cierto es que esta historia me tiene angustiada, mientras mi editor está cada vez más entusiasmado. Pero la posibilidad de escribir esta columna 100% kosher me tiene al borde de la vulnerabilidad terminal. Qué nervios. ¿Pero nervios de qué?

La Escala de Maslow tiene la clave. Una vez que se han satisfecho las necesidades básicas —explica—, se comienzan a buscar las respuestas existenciales. Y así me siento yo. Como una desadaptada judía chilena psicoanalizada que escucha música folk y quiere llevar una vida slow y no lo consigue, mientras estudia filosofía para superar su crisis vocacional o más bien existencial. ¿Qué hago?

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11 comentarios

  1. Paula,

    Eres un plato. Tu columna parece la versión posmoderna del quinto hijo del seder de Pesaj.

    No pude dejar de reírme mientras la leía.

    Tengo un libro espectacular sobre identidad judía global cuyo link es el siguiente:

    http://www.tarahumaralibros.com/libros/identidades-judas-modernidad-y-globalizacin_55697

    Si te interesa leerlo, es excelente. Sólo son artículos de peso escritos por pensadores de lujo. Lo que sí, una advertencia: Son todos judíos. Incluido Zygmunt Bauman, uno de mis ídolos. Nada que hacer, autoreferencia total, como un loop de un programa de computación.

    Lo más entretenido de todo, es que tu identidad judía fluye por tus poros ya que, como buen miembro de la tribu kosher terminaste el ensayo con una pregunta, lo que sugiere sin duda alguna que en alguna otra vida fuiste discipula de Rashi.

    1. Gracias Yoni, voy a bajar ahora el artículo, sobre Bauman me gusta mucho tb, he leído modernidad líquida y amor líquido… q divertido lo de hb sido alumna de Rashi…. por ahora Arendt me tiene media loca con judaísmo y judeidad…

  2. Excelente columna, Paula. Lo que es yo le daría más cuerda a tu editor y le plantearía que una columna sobre la vida mujer judía es muy mainstream, pero una sobre una mujer judía sionista de izquierda sí que deja la patá.

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