¡Bienvenido al Chile real Neo!

por YONATHAN NOWOGRODSKI, Ingeniero Civil Industrial, U. de Chile. Diplomado en Educación Judía, U. Hebrea de Jerusalem. Ex Presidente Consejo Chileno Israelí.

 

Estos días me he divertido muchísimo leyendo las críticas a los precandidatos presidenciales. Existen infaltables videos que aluden a mentiras que habría dicho la otrora presidente de Chile, Michelle Bachelet. De la derecha tampoco faltan: Se ríen a carcajadas de Laurence Golborne y su eslogan “Es posible”. Estos candidatos, así como Claudio Orrego, Andrés Allamand, Andrés Velasco, Marco Enríquez-Ominami y otros más desconocidos para la masa, se enfrentan entre ellos con un Chile muy distinto al de la elección pasada en el 2009.

Este nuevo escenario se encuentra colmado de movimientos sociales que comenzaron su cultivo en la generación nacida después del plebiscito de 1988, que utilizan las redes sociales desde sus teléfonos celulares y que además se entretienen aportando su creatividad en la forma de manifestarse. ¡Cómo olvidar el performance de Thriller en pleno centro de Santiago o un baile del Harlem Shake en Coquimbo para ayudar a Un Techo para Chile!

Sin duda alguna, las cosas han cambiado. Ahora es posible reírse tranquilamente de expresiones como Gordis o Tusunami, lo que para la generación de nuestros padres, acostumbrados a los toques de queda y a los cacerolazos, hubiese sido un harakiri en pleno gobierno militar.

Con mucho orgullo vemos que nuestro país se ha convertido en una democracia vibrante, con aún muchos resabios ideológicos de por medio. Fuimos capaces de cambiar el sistema electoral a uno con voto voluntario, tal como se estila en muchos países desarrollados. En el extranjero, nos creemos los jaguares de Latinoamérica por la estabilidad económica y una política de superávit estructural tan acertada al mantenerse un alto precio del cobre. Sin ir más lejos, capeamos de manera decente la crisis Subprime hace años atrás. Tuvimos un número uno en el circuito ATP y dos medallistas olímpicos con oro en el tenis. Una dupla Za-Sa y varios jugadores de fútbol posicionados en los mejores equipos europeos. ¿Se imaginan el Málaga sin Pellegrini o Mario Kreutzberger sin una estrella en el paseo de la fama en Hollywood? Sin duda, tenemos muchos más productos nacionales de exportación de los que podemos enorgullecernos.

Pero de lo bueno poco. Parafraseando a la clásica película “The Matrix”, a veces nos toca tomar la pastilla roja (ojo que la azul se vende bajo receta médica o se la pueden pedir a su geriatra de cabecera). Tal como Morpheus le dice a Neo: “Bienvenido al mundo real”. Ese mundo real nos recuerda que, como país, aún tenemos una de las peores distribuciones del ingreso del mundo y que somos una de las naciones con mayores índices de depresión y enfermedades mentales. También tenemos una de las más largas jornadas laborales con prácticamente una de las peores productividades. Para que hablar del chaqueteo, marca registrada en nuestra amada cultura guachaca. Nos encanta ver como el otro se hunde cuando fracasa y nos da una envidia recalcitrante cuando al vecino le va bien. Se nos olvidaba que, para encontrar las “Cincuenta sombras de Grey”, es más fácil encontrarla en plena calle pues los impuestos a los libros no nos permiten darnos el lujo de comprarlos a un precio razonable como en otras latitudes latinoamericanas. Somos archiconocidos en varios países del viejo continente por nuestros avezados lanzas y para qué hablar de la delincuencia, tema trillado en cada campaña política y que parece cuento de nunca acabar. No puede quedar fuera del tintero el sueldo mínimo, que no llega siquiera a los 200 mil pesos, el que da para reírse y llorar al mismo tiempo. Que rabia da cuando un reconocido excandidato presidencial y ahora ministro se propone publicitar su recetario magistral de alimentación diaria por sólo dos mil pesos, aunque sus intenciones sean extraordinariamente buenas. Tenemos el sistema educacional proporcionalmente con el mayor endeudamiento del mundo. Mejor ni mencionar el Transantiago y las colas de gente, empujones, toqueteos y olor a ala en los vagones del metro y las micros. La lista sigue y sigue, como un espiral que va bajando hacia el mismísimo infierno de la autoestima nacional.

Podrán decir que estamos viendo la mitad vacío del vaso. Sin embargo, es triste pero cierto: No somos más felices que otros países que tienen un menor PIB que el nuestro. ¿De qué sirve tanto orgullo si unos pocos se benefician y otros tantos roban? ¿Dónde quedó esa estampa de la modernidad que alguna vez ennobleció el arte de hacer política en nuestro país? ¿Para qué cargo semanalmente la tarjeta BIP si después le financio el viaje a un par de sinvergüenzas que se suben al bus descaradamente sin pagar?

Cada día que pasa nos acercamos más a las elecciones presidenciales para elegir a nuestras autoridades para el período 2014-2017. Creo conveniente recomendar, sin ánimo de sonar pesimista, a que no nos esforcemos en pensar idealmente sobre nuestros candidatos, como si fuesen potenciales mesías que nos redimirán. Después de todo, los discursos de éstos, que muchas veces son populistas e introducidos por terceros en las campañas, no tienden más que a forzarnos a sentir que podría haber solución a esa mugre que ha quedado bajo la alfombra de todos los gobiernos anteriores, incluyendo el actual. No nos olvidemos que los políticos al momento de ser elegidos, más que responderle a la ciudadanía, primero le responden a quienes financian sus campañas, los cuales en la mayoría de los casos no tienen el más mínimo interés de que haya algo de igualdad, sobre todo de oportunidades. Pero no todo es tan oscuro, aún quedan personajes honestos en todo este menjunje, los que cada vez cuesta más conocer antes de que se contaminen con las aguas servidas del egoísmo.

La tarea de hacer un país más justo no pasa por compartir un video en Facebook echándole la culpa a uno ni denigrando al otro: Pasa primero por tomarnos nuestra propia píldora roja y asumir que la primera tarea es lavar nuestra ropa sucia en casa, no engañándonos a nosotros mismos ni echándole a perder el pasto al vecino. Una vez planchada la ropa y guardada en el clóset de nuestra conciencia, recién votemos por el candidato menos malo del lado que sea, evaluando los programas de gobierno propuestos para ver si con eso logramos arreglar algo más del sistema. En fin, para votar con el estómago tenemos muchísimos restaurantes a los que podemos ir cuando nos dé la gana, siempre y cuando no guardemos la dieta de las dos lukas. Para votar con la cabeza, tenemos con suerte una vez cada cuatro años.

Publicaciones Similares

5 comentarios

    1. Según yo igual lo dice. ¿De qué nos sirve criticar a nuestros políticos de falsos y corruptos, si nosotros también lo somos? El cambio parte por uno, el progreso va de la mano con la empatía y el esfuerzo, y cómo criticar a los que no pagan la Bip sin tener los recursos si muchos pudientes evaden impuestos solo porque pueden. Saludos.

  1. Es enterrar la cabeza como la avestruz (lo que no veo no existe), o ponerse un traje a la medida (al gusto de los otros y asi ser mas aceptado y evitar las molestas diferencias), como cambiar el nombre de «Federación Sionista de Chile» por «Consejo Chileno Israeli» y asi dejamos contesto al resto que les molesta la palabra «Sionista» y Todos felices ad olam…

  2. Patricio, primero que todo, tu comentario esta fuera de lugar en este articulo. Podrias decirselo al pdte actual del CCI. En segundo lugar, la institucion se llama Consejo Chileno Israeli – Federacion Sionista de Chile. Cuando quieras, incorporate al CCI y propon los cambios que desees en forma democratica. No escondas la cabeza si estimas pertinente realizar cambios que creas que son para bien. Saludos

Responder a Yonathan Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *