El terrorista, hijo de la miseria.

por EILEEN ALTMAN, Psicóloga, U. Andrés Bello.

El ser humano tiende, por naturaleza, a juzgar los fenómenos que lo rodean desde la propia perspectiva, las propias vivencias y valores; juzgamos mediante lo que nuestra cultura nos permite.

Frente a esta condición, cualquiera de nosotros experimenta un sentimiento de inmensa impotencia y una imposibilidad de comprender los motivos para el fenómeno terrorista; pareciera entonces que la única explicación es simplemente: están locos, no son personas, no aprecian ni siquiera su propia vida.

¿Qué es aquello que mueve a los terroristas? La respuesta simple sería “un ideal”, tal como Golda Meir intentó resumir en su famosa cita “La paz llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros”. Pero no nos conformemos con esta explicación simplista, ni de valores ni sobre su calidad humana, y seamos capaces de comprender un poco más en profundidad qué es lo que le ocurre al individuo terrorista y su entorno cultural.

Aquellos sujetos que devienen en acceder a llevar a cabo un atentado terrorista se encuentran viviendo en un ambiente cultural y social difícil y distinto. Generalmente son individuos que no pueden aspirar a logros personales y sociales similares a los de un individuo dentro de una sociedad occidental. En pocas palabras, viven en un entorno de frustración, dolor, pérdida, encontrándose alienados. Boris Cyrulnik, psiquiatra, psicoanalista y autor del libro “Autobiografía de un espantapájaros”, plantea que cuando las circunstancias externas apagan la vida psíquica, el individuo entonces se convierte en terreno fértil para que prospere el terrorismo.

Estos individuos viven en un mundo que se ha derrumbado, y la única forma que encuentran para volver a darle coherencia a este mundo es a través de lo que Cirulnyk llama el “delirio lógico del chivo expiatorio”: encontrar quién es el culpable de su mundo que se ha caído en pedazos. En un mundo insensato uno no puede orientarse, y cuando aparece una forma, uno se siente mejor ya que lo insensato puede ser explicado, produciendo una claridad que organizará una estrategia de existencia. Cyrulnik plantea: “El mecanismo del chivo expiatorio es delirante porque no designa al verdadero culpable y, sin embargo, ese delirio lógico es tranquilizador, pues procura la sensación de controlar un mundo insensato”.

Una vez que ese proceso ha ocurrido, el individuo experimenta real alivio cuando puede dar al mundo una forma coherente, aún cuando esa configuración sea delirante.

De forma paralela, facilitado por el entorno en el que vive el futuro terrorista, se produce un proceso de identificación con otro grandioso – llámese Dios, creencias sociales o el líder de la organización en la que participa. Entonces, el terrorista mata para morir, con la finalidad que ese otro grandioso, viva y viva mejor.

El terrorista no está “loco”, no es un enfermo mental, sino es víctima de una desregulación psicosocial en la que el individuo entrega su propia vida a otro grandioso que encarna sus sueños. Cyrulnik plantea entonces que sí es posible comprender que estos seres empobrecidos afectivamente maten simplemente porque no pueden vivir. Esto no es una patología, sólo es una manera de estar en el mundo.

Entonces, un individuo se vuelve terrorista para vivir una pasión, para sentir, en un medio sin esperanzas, “cuando una persona no logra existir porque un tirano doméstico le impide desarrollarse, porque una religión obstaculiza su florecimiento, porque una cultura adormece su espíritu, porque la miseria no la deja vivir o porque un ejército de ocupación destruye toda organización cultural, en ese contexto empobrecido el encanto terrorista ofrece un momento de existencia, un arrebato de dignidad”.

Cuando escuchamos a un niño diciendo “Quiero morir shahid”, lo que no somos capaces de oír es lo que continúa: “De todas maneras ya estamos muertos”. El real proyecto del terrorista no será matar al enemigo, sólo desafiarlo para revalorizar la imagen del grupo social al cual representa. El mismo fenómeno ocurre cuando las madres de estos individuos afirman que quisieran que sus hijos murieran como mártires, e incluso cuando bailan en sus funerales.

“Podríamos pues considerar esa elevación de niños y adolescentes a la condición de héroes como una especie de sacrificio, como un acto terapéutico para su grupo oprimido. Hay menos perturbaciones psicosomáticas entre los niños que han lanzado piedras que entre los que no participaron en la Intifada. Esta ilusión grupal salva la dignidad pero dificulta la preparación para la paz. El sujeto, lleno de sí mismo, no percibe nada del otro. Prisionero de su narcisismo y de su deseo de destruir al enemigo, se ve arrastrado a una situación perversa aunque no tenga una personalidad perversa” (Boris Cyrulnik, “Autobiografía de un espantapájaros” 2008).

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3 comentarios

  1. mi amiga sicologa
    interesante tu opinión pero ojo que es aplicable al ejecutor, al brazo que tira la piedra, no al que dice a quin ni cuando tirarla.
    Una estadistica simple de quienes dirigen los movimientos terroristas demuestra que al contrario de lo que expones son personas con muy altos niveles de educación, muchas veces adquirida en el corazón de lo que atacan. Su razonamiento es inverso al que indicas, no solo no se sienten muertos en vida sino que participes activos y concientes de la vida verdadera, lo que deriva en un profundo desprecio por lo que pretenden destruir o atacar.

  2. Amigo 🙂 Si bien no soy experta en el tema, exactamente esa vivencia de «partícipe activo» es la que se disfrazaría de un sentimiento real, de que su vida sí tiene sentido. Finalmente, el contexto en el que se sienten vivos, determina que en la realidad están muertos, puesto que mueren para que otros vivan – utilizando esto como concepto amplío, no sólo para aquellos que ejecutan los planes.
    Muchas gracias por tu comentario, la idea es que podamos reflexionar sobre el tema! Saludos 🙂

  3. Sí, interesante artículo, ponerlo sobre la palestra… una pregunta sería ¿cuándo una persona es responsable de lo que hace, entonces? Porque también hay personas como Viktor Frankl, que en las peores condiciones hicieron cosas geniales… personas que, de verdad, eligieron la vida.
    Por otro lado, creo que a tu artículo, se le podría hacer el contrapunto con, por ejemplo, el otro de esta edición que habla de 65 años de paraíso de la mujer árabe… ¿cuál es la diferencia?, ¿cuál es la clave? Para mi, una gran clave es aceptar al otro y su derecho a existir… ese artículo y muchos casos muestran que, si el árabe israelí acepta Israel, si acepta su derecho a existir, se puede dar una sana convivencia. Incluso Abbas, que dice que acepta la existencia de Israel, según entiendo, anda con mapas que muestran un estado Palestino en toda la región (sin Israel)… entonces…
    Por otro lado, los «neutrales» que podrían ayudar hacen, por ejemplo, una organización especial para refugiados palestinos (ONU)… cuya misión no es terminar con el problema, sino mantenerlo (agrandarlo)… al menos, eso dicen los hechos (supongo que su declaración de principios no).
    Cito a Hannah Arendt:
    «Puesto que la acción actúa sobre seres que son capaces de sus propias acciones, la reacción, aparte de ser una respuesta, siempre es una nueva acción que toma su propia resolución y afecta a los demás. Así, la acción y reacción entre hombres nunca se mueven en círculo cerrado y nunca pueden confinarse a dos partícipes».

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