¿Dónde están mis años?
por FELIPE SINAY, Est. Psicología, U. de Chile.
Dónde están mis años preguntabas.
Los buscabas y no los encontrabas.
Los buscabas debajo de la almohada,
en las naranjas del naranjo,
entre las páginas del diario de la mañana
y en las del mediodía;
los buscabas entre las piezas del ajedrez,
en los pensamientos,
arriba del viento o
entremedio de las comidas familiares
¡Hasta ibas al cerro a ver si estaban sobre el cielo!
Los buscabas en esto y en lo otro
en lo otro y en todo.
De tanto buscarlos,
pensé que los años
se habían marchado
hace un largo tiempo atrás,
a otro lugar,
y a pesar de que iban caminando,
agarrados de la mano,
nadie los había visto pasar.
Pero un día,
de manera súbita e inesperada,
la luna dejó de alumbrar los rincones de la casa,
y los años,
escurridizos, vivarachos y misteriosos,
aparecieron por las almohadas,
y cada palabra
de cada diario
de cada hora
señalaba la única noticia inevitable;
y las piezas de ajedrez
desprotegieron al cuerpo frágil,
y los pensamientos se volvieron ermitaños,
y el viento descendió
de su Olimpo hasta los pulmones,
y las comidas familiares eran una vil sinfonía
de conversaciones estridentes
¡Hasta del cerro lo único
que se veía era el atardecer!
Los años aparecieron en esto
y en lo otro,
en lo otro y en todo.
Al fin y al cabo,
de tanto buscarlos,
y de tanto no encontrarlos,
lo único que quedaba era que ellos,
que son la burocracia del pasar,
volvieran caminando de manera discreta,
en una noche oscura y agarrados de la mano,
a encontrarse con su único dueño.
Tú.