Las muchas definiciones de lo judío

por DARIO SZTAJNSZRAJBER, Filósofo. Profesor de Filosofía en FLACSO, la UBA y la UDESA. Conduce el programa Mentira la verdad en Canal Encuentro. Dirige el proyecto de Bar Mitzva Laico en Tzavta.

 

Hay muchas definiciones de lo judío. Hay tantas que se vuelve difícil hablar de un judaísmo. Es que no hay un judaísmo, hay judíos. Hay judíos que interpretan su condición ontológica de diversos modos. Hay judíos que han venido históricamente interpretando lo judío de diverso modo a partir de su particular proveniencia y de su singular facticidad.

La condición histórica de una judeidad atravesada por la dispersión diaspórica y por la mixturación con las distintas culturas, ha ido configurando lo judío como un otro. No hay ningún elemento esencial que defina la otredad judía, porque no hay esencialismos. La otredad judía es fruto de su particular deriva histórica que se fue constituyendo en la interpretación y resignificación a partir del encuentro permanente con el otro, mixturándose, asimilándose, contaminándose, impurificándose. Por eso, cuando se intenta definir lo judío, algunas de estas tantas formas emergentes quedan excluidas. Cuando ser judío se cosifica en un particular modo de ser que se presenta como el auténtico, como el genuino, dejamos de ser.

Ser judío no es encajar en una definición previa de un judaísmo verdadero, pero tampoco es una elección libre y arbitraria. No se trata de la tiranía de la esencia, pero tampoco de la tiranía del mercado. Lo opuesto al dogmatismo esencialista no es el individualismo mercantilista, que en definitiva es otra de las tantas formas de dogmatismo. No se trata de adecuarse a la ley para poder ser judío, pero tampoco se trata de elegir entre formatos seductores y contenedores, desvinculando a la identidad de su conexión con la proveniencia, y suponiendo que es posible elegir identidades como quien decide entre marcas en un supermercado.

Hay marcas que no se eligen, sino que se elaboran. No es el dedo el que hace la huella, sino que las huellas abren el espacio para que nuestros dedos inscriban su marca. Una marca, marca siempre a otra marca. Una huella se inscribe siempre sobre otra huella. Ser judío es una experiencia elegida sobre un trasfondo no elegido. Un trasfondo que nos convoca desde su propia facticidad, que puede ser un barrio, una comida, un libro, un estudio, una abuela, un idioma, un olor, un recuerdo. Los trasfondos no se eligen, sino que operan y exigen como marcas ciegas al decir de Rorty. Lo judío es ese trasfondo, en-cada-caso-mío, que delinea mi experiencia. Por eso toda definición de judaísmo no es más que la extrapolación de mi propio trasfondo como horizonte que fija una verdad. Y sin embargo, el horizonte no es verdadero ni falso, sino que se va corriendo todo el tiempo; o lo que es lo mismo, se vuelve cada vez la esponja que lo borra. Borrar el horizonte es romper con las definiciones y postular lo judío desde cierta auto-identificación: “judío es el que se siente judío”.

No es lo mismo sostener que “judío es el que se siente judío” a postular que el judaísmo es un sentimiento. Hablar de un sentimiento ya es elaborar algún tipo de concepto. Pero la auto-identificación no tiene que ver con los conceptos, los desplaza como una problemática que no tiene que resolverse. No hace falta definir lo judío para sentirse judío. Lo judío llama. Más allá del concepto y asomando en cada interpretación. Subyaciendo sin ser sustrato. Convocado desde lugares diferentes y a prospectivas distintas.

Una convocatoria que como una llamada despierta una vocación. Una vocación que es voz, como la de Dios con Abraham, que llama y arroja, pero no cristaliza. Así se escribe el comienzo mítico en Génesis 12: lej, lejá, le dice Dios a Abraham, “vete” de tu lugar, comodidad, seguridad, concepto, apariencia. Vete e interpreta, abandona la morada y continúa la huella en el desierto. Vete siempre porque todo es exilio y el origen un espectro que confunde promesa y retorno. Los hebreos siempre provenimos, ya que “hebreo” significa “cruzar”. Traspasar, transgredir, y hacer de la promesa algo inalcanzable. La promesa es el horizonte borrado. El acontecimiento judío es el desierto. Ni la tierra ni la ley, sino lo abierto. El libro, la pregunta, la interpretación.

Lo judío como una condición que llama: hay algo que tiene que ver con lo judío que me provoca. No se trata de ninguna esencia ni definición ni normativa. No se trata de ninguna apuesta conceptual. Algo que más que un hecho es una disposición, una tonalidad emotiva, un tener que ver, algo con lo que se siente que a uno le va. Relatos, palabras, olores, familia, químicas, historias, supervivencias, músicas.

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