Biografía del Silencio

por DANIELA BITRAN, Est. Psicología, PU. Católica.

 

El Silencio nació hace ya muchos años. Al nacer no lloró, lo que preocupó tanto a los doctores como a sus padres. Gracias a Dios fue sólo un susto, ya que nació completamente sano. Sus padres estaban felices con su hijo, nunca se les escuchó decir que les faltaban horas de sueño. De niño siguió de igual manera, tranquilo. Y así, fue creciendo.

Nunca fue muy extrovertido, por lo que en el colegio generalmente pasaba desapercibido. Sin embargo, habían algunas situaciones donde su presencia era muy notoria. Muchas veces incomodaba a la gente, pero en otras instancias disfrutaba de su protagonismo, como en besos apasionados, e incluso se divertía apareciéndose en miradas nerviosas. De esta manera, el Silencio prefería estar con aquellos que valoraban su presencia y pasaba muchas horas con ellos y sino, se la pasaba solo, rondando por ahí.

Pero no importaba si lo notaran o no, él siempre estaba presente en algún lugar o, curiosamente, en varios a la vez, aún cuando no fuese necesariamente constante.

Y de igual forma, fue creciendo. Hasta que de a poco… se fue poniendo viejo.

Había vivido ya tantos años que sus padres y amigos con los que solía pasar el tiempo ya habían muerto. Se fue quedando solo y así se sentía, sin nadie a quién acudir. Era como si ya nadie quisiese su presencia, como si se hubiesen olvidado de su existencia, como si ya no se le necesitara más.

Entonces, y de a poco, se fue debilitando. Antes de rendirse seguía apareciendo en lugares, los pocos que le iban quedando, después de conversaciones serias o en los ascensores con desconocidos, pero era como si estuviera ahí en contra de la voluntad de las personas. Al pasar de los años, fue prefiriendo quedarse en su casa antes que salir a pasear; en parte por cansancio, en parte por frustración… la gente no hacía más que rechazarlo, evitarlo.

Y de esta manera vivió, desde hace mucho tiempo hasta… Hoy.

Así es, hoy murió el Silencio, un quién sabe qué día, en plena ciudad de Santiago, en mitad de la semana, a las 19 horas con 12 minutos, atropellado por los miles de autos enojados de la calle. Antes de ser aplastado por las ruedas, fue advertido por un centenar de bocinas, bocinas de la ciudad que él había visto crecer por tantos años, hoy ya no se usaban con un fin de advertencia, sino que con el de llamar la atención, manifestar ira, esa ira que tan mal se llevaba con el Silencio. Es por esto que no pudo tomarlos como intentos de salvarlo y advertirle, ¿Cómo? Si ellos mismas fueron, en parte, las que a toda costa habían intentado destruirlo.

Y así, como quien atropella a un perro, el Silencio murió.

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