Eretz Israel: la historia que nadie quiere escuchar

por ARIEL ZIMEND, Est. Ingeniería Civil, U. del Desarrollo.

 

La importancia de un suceso cobra valor para las personas en la medida que éstas fueron parte del momento en que aquel suceso ocurrió. Lo que para algunos puede parecer haber ocurrido mucho tiempo atrás, para otros puede no serlo, y esa percepción del tiempo y la importancia que asignemos a lo que ahí pasó está directamente relacionada con lo cercano que uno sea a ese evento. El tiempo es un concepto relativo, y por ello mismo hay que entender que no existe ley que pueda conciliar justicia y tiempo sin faltar a la una o a la otra. Por ende, la justicia no puede ser reducida a una ley en particular, sino que debe colocarse en un plano mucho mayor.

Un claro ejemplo de esta incompatibilidad es el conflicto árabe israelí en donde todos parecen remontarse a un par de siglos atrás desde los cuales “la historia empieza a contar”. El origen del pueblo hebreo se remonta a los inicios de la historia humana, haciendo oficialmente su aparición en la edad antigua en el siglo 1500 A.C, con Abraham considerado el primer hebreo y radicado en la entonces Tierra de Canaán. Luego del éxodo de Egipto, la posterior conquista de Canaán y el establecimiento del reino de David, quien nombró a Jerusalém como la capital del estado judío en el año 1000 A.C., el pueblo de Israel vio pasar a incontables imperios que llegaron para conquistarlo. Asirios, babilonios, persas, romanos, etc.

En cada invasión, Jerusalém fue destruida y saqueada una y otra vez, y millones de judíos murieron luchando por defenderla. Los que sobrevivían eran enviados al exilio, los que se quedaban eran esclavizados. Pese a ello, nada consiguió socavar la determinación de los judíos a prevalecer en la tierra que D´s les había prometido y que sus ancestros habían habitado, llevando a cabo incontables enfrentamientos contra sus enemigos para recuperar la hegemonía.

Una de tantas batallas libradas para expulsar a los invasores fue la cometida contra el imperio romano en el año 132 D.C., más conocida como la rebelión de Bar Kojba, logrando derrotar a dos importantes legiones romanas y restaurar el estado soberano judío e incluso emitir su propia moneda (de cobre y plata) con la respectiva inscripción del estado de Israel. Pero tristemente la alegría poco duraría, pues 3 años después, en el 135 D.C., los romanos enviarían 9 legiones a combatir a los judíos, logrando finalmente derrotarlos. El emperador Adriano, con el fin de humillar al pueblo judío, cambiaría el nombre de la capital Jerusalém a Aelia Capitolina, y el nombre de la provincia romana de Judea a provincia de Sirya Palaestina (fusionando las provincias de Judea con la de Sirya).

Esto se realizó en honor a los antiguos enemigos del pueblo judío, los pelesets o filisteos (palabra que proviene del latín tardío Philistinus que a su vez procede del griego tardío Philistinoi que deriva del hebreo P’lishtim y que significa invasores), quienes fueron parte de los denominados pueblos del mar, gente pirata provenientes del Egeo, posiblemente de la isla de Creta (Grecia), que se instaló en la costa suroeste de Israel (en la actual franja de Gaza) y que serían finalmente derrotados durante el gobierno del rey David, desapareciendo como grupo étnico en el siglo II A.C., y que no tienen relación alguna con los árabes palestinos que conocemos hoy.

Para completar el castigo y la humillación, Adriano se encargó también de colocar dos estatuas en el Monte del Templo, el lugar más sagrado para los judíos. Una de su dios Júpiter y otra de sí mismo. Los árabes musulmanes, aproximadamente 550 años después (en el 650 D.C), construirán una de sus mezquitas (Al-Aqsa) en el mismo lugar. Al emperador Adriano también se le suele atribuir la expulsión de todos los Judíos de Israel (falacia utilizada como argumento para negar el derecho  del pueblo judío sobre su tierra), pero tal como lo indican Eusebio de Cesárea o Félix María Abel, entre otros destacados historiadores y eruditos, muchos judíos se quedaron en la Galilea, en los Altos del Golán o en el sur del antiguo reino de Judá, al igual como ocurrió durante el cautiverio asirio y el exilio babilonio.

Cabe destacar que solo a partir de este momento (siglo II D.C.), el cristianismo empieza a surgir como religión, tras la muerte de Jesús y la posterior divulgación de su historia por parte de los judíos que lo seguían, y que luego serían conocidos como los primeros cristianos. Cuando la “tierra santa” comenzaba a ser santa para el cristianismo, para el pueblo judío ya lo era hace más de 1600 años.

Pronto, el imperio romano de oriente pasaría a transformarse en el imperio bizantino, en el cual se adoptaría el cristianismo como la religión estatal, haciéndola oficial en el año 300 D.C. y expandiéndose con ello a toda Europa, convirtiéndola en la principal religión desde el siglo VIII D.C. hasta la actualidad. Pero el cristianismo rápidamente se convertiría en una nueva forma de perseguir a los judíos que habían permanecido en la ex provincia romana de Syria Palaestina y las zonas aledañas bajo dominio bizantino. Desde el siglo IV D.C. hasta su derrumbe en el 1453 D.C, en el imperio bizantino forzaron a los judíos a convertirse a la religión cristiana, prohibiéndoles construir sinagogas, restringiendo sus derechos civiles y libertad de culto, e incluso prohibiéndoles el uso de su lengua, lo que trajo consigo nuevas rebeliones, que solo significaron la pérdida de más vidas judías.

Análogamente, los judíos de la diáspora que se habían instalado en la península Arábiga comienzan a experimentar el surgimiento de una nueva religión (también derivada del judaísmo, aunque con diferencias sustanciales). El Islam, que tendría su origen en la ciudad de Meca en Arabia Saudita, se inició con la predicación de Mahoma en el año 622 D.C. El crecimiento del Islam entre las masas árabes, y la negativa de las tribus judías a convertirse a la nueva religión y aceptar a Mahoma como profeta, le dieron una razón al líder islámico para perseguirlos hasta expulsarlos de la zona, tal como ocurrió con la tribu judía de Banu Qainuqa en Medina. La posterior muerte de Mahoma y la ascensión al poder de sus discípulos traerían consigo la expulsión definitiva de prácticamente todos los judíos de la península arábiga y parte de oriente próximo, haciéndolos migrar de regreso a Siria y Palestina o rumbo a Europa y África del norte, expandiéndose los califatos musulmanes por toda la península Arábiga, el Magreb (Norte de áfrica), Asia menor, el Cáucaso, la cuenca mediterránea (Egipto, Israel, Siria, Gaza) y la península Ibérica (llamada en ese entonces, al – Ándalus).

Los judíos de esas regiones lograrían vivir con relativa calma hasta el siglo X D.C. debido a la cooperación y ayuda brindada a los califatos para que conquistaran dichas zonas. Aquellos que permanecieron en la región de Palestina seguirían controlando el comercio de la zona, junto con las tierras que por cientos de años habían habitado, tal como lo relata en sus escritos el geógrafo árabe Al-Muqqadasi. Entrado el siglo XI D.C. en adelante, “los años dorados” se terminarían para los judíos, quienes serían perseguidos y asesinados en casi cada lugar de la tierra donde habitaron, contando con breves e intermitentes períodos de relativa calma.

El Norte de África fue el escenario de terribles masacres. En Marruecos, más de 100.000 judíos fueron exterminados entre los años 1033 y 1232, lo mismo ocurría en Libia y Argelia. En Egipto, en el año 1020, las políticas represivas del califato musulmán culminaron con el asesinato en masa y la completa destrucción del barrio judío del Cairo, mientras en Irak, Siria y Yemen se promulgaban decretos ordenando la destrucción de sinagogas. A partir de 1095, en Europa y oriente medio (mayoritariamente enIsrael) las cruzadas harían lo propio cobrando la vida de decenas de miles de judíos durante más de 200 años. También en Europa, el reino de Francia (1118 – 1394), el de Inglaterra (1290), España (1490) y Portugal (1496) fueron solo algunos de los muchos lugares en donde se persiguió a los judíos, no solo prohibiéndoles practicar su judaísmo, confiscando sus bienes o forzando la conversión de los niños, sino que torturando e incluso quemando vivo a cualquiera que se resistiera (actos recurrentes  de otro famoso episodio perpetrado por la iglesia en el “nombre del señor”). En Polonia (1648), los cosacos arrasaron grandes comunidades judías, y en Rusia (a partir 1880), la tónica serían los progroms, el linchamiento multitudinario de los judíos junto con la destrucción de todos sus bienes. A decir verdad, suerte corrían los que tan solo eran expulsados de un lugar a otro, perdiendo únicamente sus bienes y no sus vidas.

Por el año 1800, los judíos de la diáspora creyeron que la emancipación de las naciones, y con ello la supuesta “integración” como ciudadanos con igualdad de derechos dentro de cada país, pondría fin a sus penas, pero solo trajo consigo una nueva forma de antisemitismo basado en las ideas de la raza y el nacionalismo, en la cual los judíos fueron considerados una “raza” inferior, y por ende, quedaron fuera de la “integración” en países como Francia, Alemania y Austria-Hungría. Para los ingenuos que aún seguían creyendo que el mundo los aceptaría, solo 50 años después, veríamos la cúspide de casi mil años de odio y persecuciones: 6 millones de judíos serían asesinados bajo la Alemania nazi, 1.5 millones fueron niños.

Solamente los judíos que permanecieron bajo mandato otomano y los que pudieron migrar a él lograron zafar de los constantes ataques. Se sabe que en los inicios del período otomano (1300  aprox.) existían más de 30 comunidades judías repartidas a lo largo de Israel, las cuales se mantuvieron allí hasta el declive del imperio en el año (1900) y pasaron luego a ser parte del naciente Estado de Israel en 1948 tras ganar la guerra de Independencia.

A lo largo del tiempo, el mundo se ha encargado de mostrarnos cuanto odio y xenofobia sienten por nuestro pueblo, las maneras de hacerlo han sido las más diversas y crueles que pudieron imaginar, desde negarnos el derecho a vivir en nuestra propia tierra hasta negar el derecho a vivir de nuestros hijos. Las mismas naciones que persiguieron y aniquilaron a los judíos en cada rincón del mundo son los que hoy no reconocen Jerusalem como la capital del estado de Israel o que se escudan en la ONU para dictar condenas en su contra, ocupando el 40% de la cantidad de condenas totales, índice mayor que las condenas a todos los gobiernos autoritarios del mundo juntos (China, Corea del Norte, Irán, Arabia Saudita, Yemen, Zimbabue, Nigeria, etc.), o que permiten a un país tirano y represivo como Irán desarrollar armamento nuclear cuando públicamente ha manifestado su intención de borrar a Israel del mapa, y que llaman al mundo entero a ejercer BDS (boycott, divestments and sanctions) en contra de Israel ya sea a nivel comercial, educacional o médico, intentando asfixiar su economía, y con ello al país entero. Lamentablemente, el mundo para nosotros los judíos sigue siendo lo mismo. No verlo sería cometer el mismo error que cometimos cuando Hitler promulgaba sus leyes racistas, y aun así quisimos creer que nada nos podría pasar.

¿Cómo construir un futuro sostenible y coexistir los unos con los otros si no sabemos de dónde venimos y que ocurrió antes de nosotros? Tal como cada uno tiene su propia historia, el mundo tiene la suya y pretender cambiarla es un crimen a la memoria de la humanidad, al pasado colectivo, al tuyo al mío y al de todos. La historia nos pertenece por igual, y si hay una sola cosa que verdaderamente poseemos, eso es nuestro pasado. Esta es una razón para no permitir que pierda su valor o dejarse engañar por aquellos que lo alteran a su favor, que intentan omitirlo o incluso modificarlo, convenciéndonos de que “eso fue ya hace mucho tiempo”, pues lo que niegan con ello es nuestro derecho a existir y a exigir lo justo. Y no importa cuántas veces lo intenten porque mientras haya un solo judío de pie alzando la voz para reclamar lo  que durante siglos se nos ha negado, el mundo tendrá que escuchar y aquí estamos.

Hoy en día, la gran porción de personas que habitan el mundo difícilmente guardan recuerdos o registros de sus antepasados de hace más de 4 o 5 generaciones de antigüedad, y por eso me resulta fácil entender que todo tiempo anterior no tenga mucho sentido o validez para ellos, pues simplemente su nexo con aquellos tiempos es demasiado vago y lejano, o si me preguntan a mí, demasiado vergonzoso como para recordarlo. Pero para el pueblo judío, nuestra tierra ancestral, cada fecha, cada Iom Kipur o Pesaj, cada judío caído, cada lugar que año tras año recordamos y/o festejamos, realza nuestro pasado en la sorprendente historia llena de vida y esperanza que nos ha permitido mantener vivo el pacto que alguna vez Abraham, Yitzhak y Jacob sellaron con D´s hace miles de años atrás.

Durante más de 3500 años de historia, el nexo entre el pueblo judío y Eretz Israel ha permanecido inquebrantable pese a todas las civilizaciones, imperios y naciones que llegaron para intentar destruirlo. Esto no es casualidad, pues no existe otro pueblo en la historia de la humanidad que haya prevalecido en el tiempo como ocurrió con el pueblo judío.

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Un comentario

  1. Interesante análisis y explicativo recorrido por la historia, sorprendente y tristemente por decir lo menos, este odio abierto y disfrazado hacia el pueblo Judío que prevalece hasta hoy; y este peligroso resurgimiento antisemita moderno . Dios te bendiga Israel .,

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