Modernidad a la chilena: progreso sin cultura, avance sin memoria

por FERNANDO IMAS BRÜGMANN, Lic. en Conservación y Restauración de Bienes Culturales, U. Internacional SEK.

 

No es algo desconocido lo que se ha generado con la indiscriminada construcción en altura en Santiago y otras ciudades. No es menor que en Castro, junto a una Iglesia declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se construya un mall aterrador, que rompe completamente con la armonía urbana y poco se haga al respecto. Tampoco, que hace unos días se haya conocido la noticia de la pronta demolición de un emblemático edificio en la calle Rosas esquina Morandé, en uno de los últimos sectores que mantiene aún el carácter arquitectónico del siglo pasado. Ni podemos dejar de pensar en esos vecinos de Ñuñoa que han dispuesto en sus casas carteles en contra de las inmobiliarias, informándoles que sus casas no están a la venta, y así frenar el acoso que sufren a diario.

Al parecer los ciudadanos de Chile no nos hemos querido percatar del real impacto que ha causado en nuestras ciudades el poco respeto de los proyectos inmobiliarios, que se limitan a levantar torres de 20 o 30 pisos, sin valor estético, sin armonía ni calidad arquitectónica, la que quedó en evidencia durante el terremoto de 2010; y que hoy a pesar de las grietas encierran moradores en pequeños nichos donde el aire es escaso.

Por supuesto, esto es reflejo de todo un mercado que vio en la construcción barata una solución para la caída económica que sufrió la industria durante las décadas pasadas. Construir sin respeto, destruyendo emblemáticos inmuebles y reventando urbanamente barrios completos parece ser la consigna de estas ciudades caníbales. No se trata de ser puristas, o estancar la continua transformación que deben sufrir las urbes para sobrevivir, sino que debemos entender que la forma de hacer ciudad pasa más allá de sentir que en la construcción de edificios está el progreso económico y social de un país.

Nos preguntamos entonces, ¿dónde queda la memoria familiar, o la tradicional vida de barrio, o las ventajas que promueve la conservación de edificios históricos donde se refleja parte de la historia de Chile? Mantener estos espacios contribuye al turismo, a la economía y por sobro todo a privilegiar nuestra calidad de vida.

Basta nada más mirar países mucho más jóvenes que el nuestro. Israel ha sabido conservar sus ciudades de forma respetuosa con todos los beneficios que otorga la modernidad: un nuevo tren liviano circula por Jerusalem, sin siquiera romper el carácter majestuoso de las antiguas calles, mientras que en Chile, en pos del cuestionado Transantiago, se construyen nuevos corredores destruyendo árboles, calles, propiedades y plazas; sin mencionar que el sistema sigue siendo pésimo. Tel Aviv, conocida mundialmente por sus inmuebles de estilo Art Deco, y Yaffo, la ciudad vieja, mantienen sus principales calles, edificios y monumentos, junto a una ciudad en movimiento, con tráfico, tiendas y ajetreo turístico.

Curioso parece ser entonces que un país que tiene la mayor cantidad de hogares con acceso a internet en Sudamérica y vive la contingencia instantáneamente, nunca hayan hecho eco noticias donde se plantea que la conservación de nuestro patrimonio e historia, contribuye proporcionalmente al desarrollo de todos los ciudadanos. Es muy probable que hacer oídos sordos sea la mejor opción para no esforzarse demasiado en pensar en soluciones que están ahí a la mano.

El tema no sólo se limita a algo histórico, sino que colapsó toda nuestra calidad de vida. Donde habían 5 familias, hoy viven 60: en consecuencia, se genera el caos vehicular, el mal funcionamiento de los generadores de electricidad, problemas de agua potable y alcantarillado; y para qué decir el perjuicio que eso causa en nuestro normal desarrollo de la vida cotidiana, en nuestros tiempos, en el aire que respiramos y en el disfrutar de las pocas áreas verdes que nos van quedando. Lo más anecdótico es que tampoco se implementan medidas para amortiguar estos cambios, los ductos de agua siguen siendo estrechos, el alcantarillado continúa sirviendo como hace 100 años, basta una chispa para que los generadores colapsen, y en las calles, ya no se puede andar por el atochamiento de automóviles.

Si damos unas cuantas vueltas a este problema, quizás –si somos responsables- nos percataremos que todo radica  en la poca cultura que tenemos los chilenos, en el poco aprecio por la tradición y la herencia histórica, en el afán de desarraigo que nos hace abandonar los espacios. Nuestras antiguas sinagogas, demolidas o recicladas, sepultaron los recuerdos de nuestros padres y abuelos, e incluso los nuestros.

Lamentablemente nuestro próspero Chile es un país a medias, donde todo se hace sin mediar consecuencias en una búsqueda ya patética por emular sólo algunos aspectos del desarrollo foráneo, sin percatarse que hay bastantes motivos para “bajar el moño” y centrarnos en resolver problemas urgentes. Hay que dar a conocer, valorar y conservar nuestro pasado para que las próximas generaciones puedan vivir en respeto y armonía con su ciudad; y no ser aplastados como nosotros, por la sombra de esa tan malentendida modernidad “a la chilena”…

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3 comentarios

  1. Totalmente de acuerdo, Santiago colapsó hace rato y no hay un manejo urbano de la ciudad, para que decir de nuestro pasado y patrimonio…. basta ver en que quedo la sinagoga de Serrano…

  2. Es el mero producto de crecimiento económico más veloz que el crecimiento cultural, generando una cultura de lo material sin sentido de historia.

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