Bienvenida Realidad: cantor de micros.

por IANIV HOJMAN, Est. 4to medio, Instituto Hebreo.

El 2011, tuve la oportunidad de vivir lo que ha sido una de las experiencias más trascendentales de mi vida: tocar en las micros. Suena un poco raro, lo sé. Me preguntan «¿Cuál fue tu motivación, ganar plata?“ la verdad es que no, nunca tuve en mente eso, es más, desconozco mi real motivación y creo que no tiene importancia. Experimenté en un nuevo escenario, con un nuevo público, teniendo un fuerte impacto en mi cabeza: entender la realidad, o una fracción de ella. Todos conocemos la realidad, pero a veces nos cuesta entenderla.

Todo parte así: estaba volviendo a mi casa luego de haber arreglado mi guitarra en un local del centro de Santiago y esperaba sentado con ella en un paradero. Veo a mi lado a este señor, gordo, alto, bigotudo y de pelo largo, que también tenía una guitarra, y empezamos a hablar. Él era cantor de micro, si se le puede llamar así, y se dedicaba a esto todos los días de su vida. Ya avanzada la conversación, supimos que teníamos gustos musicales parecidos, y por el entusiasmo nos subimos a la micro que venía y traté de seguirle los acordes para acompañarlo con unas canciones. Le di mi número para que siguiéramos en contacto.

Debo confesar que estaba un tanto entusiasmado por tocar de nuevo, como también escéptico por estar entablando cierta relación con alguien que no conocía y que no tenía por qué conocer. Pasaron dos semanas y no sonaba el teléfono. Ya me iba olvidando de todo esto cuando me encontraba nuevamente con este hombre subiendo y bajando por las puertas traseras del transporte público, pidiendo una colaboración y deseando un buen viaje a los pasajeros.

Hurgamos en la basura en busca de materiales que le sirvieran para su nuevo proyecto, una obra de teatro donde él estaba haciendo de guionista, director, y actor, con la pretensión de poder estrenarla en el día nacional de teatro de ese año, y yo como un actor de reparto.

Un día hicimos un trayecto más largo y recorrimos bastante tiempo Santiago a pie y me preguntó si me interesaba ir a ver unos murales, le respondí que sí y nos dirigimos al museo a cielo abierto, en Departamental. Caminamos la calle entera y observábamos los murales que habían sido pintados en las viviendas sociales, y me impresionó lo bien conservados que estaban, a pesar del entorno deteriorado que los rodeaban, en las comunas de San Miguel y Pedro Aguirre Cerda. «La gente le tiene aprecio a esto» me dice, «nosotros los pobres también apreciamos el arte, la cultura». Seguimos nuestro rumbo con la intención de llegar a un lugar en particular: La victoria, o «la vicky» como le gustaba decirle él a su barrio. Entramos y no había pared que no tuviera pintada al Che, a la Violeta, a Víctor o a Allende. Pretendíamos dar unas clases de guitarras a los niños y jóvenes que se acercaran y se sentaran en la acera. La gente lo abrazaba, lo saludaban, se reían y se pegaban gritos desde lejos, hablando una especie de idioma tan extraño para mí como lo era mi religión para él. Me contó la historia de la pobla, me habló sobre el cura André Jarlan, hablamos de la dictadura, me mostró la casa del narco más importante del barrio, seguimos caminando, se fumó un pito de esos que las tías venden para poder sobrevivir, seguimos caminando, saludamos a una prostituta transexual que pasó por nuestro lado y Marco pidió un vasito con agua en la casa de enfrente.

Siempre después de tocar un rato por el barrio alto (pues ahí es donde se hacen las buenas lucas), nos sentábamos en el banco de una plaza a practicar algunos temas y él me enseñaba rasgueos folclóricos. Nos despedíamos y yo me dirigía a mi casa en el barrio alto y él a su pieza en Estación Central.

¿Por qué valoro tanto esta experiencia? Porque me abrió los ojos. Me hizo entender lo que es vivir con menos de doscientas lucas mensuales, que tienes que comer, pagar las cuentas, tener un techo, una cama, mantener a tus hijos, tienes que vivir con tu ex esposa porque no puedes pagar dos viviendas, tienes que conseguirte pegas que nadie quiere tener y más encima por un sueldo miserable. Tienes que cuidar al cabro chico cuando se te enferma, tienes que abrigarlo y comprarle medicamentos, tienes que ir al consultorio y esperar infinito. Tienes que herirte los pies por lo carreteadas que están tus zapatillas porque el comprarte otro par significa gastar un 10% de tu sueldo, que es equivalente a las compras semanales que hacen tus viejos en el Jumbo. Que la gente tiene sueños y aspiraciones como uno y que generalmente los de ellos son suprimidos por haber nacido allá y no acá.

Esto me abrió los ojos de verdad, porque no me lo contó un profesor, un tío, o mis padres, me lo contó alguien que tiene que sobrevivir todos los días, y aunque no tenga un peso y el viejo se tenga que levantar todos los días a las 6 de la mañana con frío, tenga la voluntad de preocuparse de los niños de su comunidad, haciendo talleres de música, artes plásticas y escénicas gratuitos, para mantener a los niños activos, para que tengan cultura, para que estén alejados de las calles, de las balaceras, del narcotráfico.

Sin importar el motivo, nos dejamos de ver, pero tengo la certeza de que su imagen como hombre digno, como sobreviviente, como persona, nos sirve de ejemplo a todos nosotros. Cito a este hombre, con la frase que más me ha marcado, por todo lo que representa, desde que lo conocí: «Yo en esta vida podré ser un hueón pobre, pero nunca seré un pobre hueón», Marco Grez.

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3 comentarios

  1. Te felicito Ian por contarnos tu linda experiencia, vivimos en una burbuja sin darnos cuenta lo que pasa a nuestro alrededor. Gente que tiene que vivir con lo minimo necesario para tratar tener una vida, un poco mas digna .hay que ser empaticos con los demas .

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