¿Qué pasó con nuestra televisión?

por FERNANDO IMAS BRÜGMANN, Lic. en Conservación y Restauración de Bienes Culturales, U. Internacional SEK, y Mario Rojas Torrejón.

 

La triste oferta de nuestra parrilla televisiva se compone de realities, maratones de teleseries chabacanas, series que ensalzan la vida de delincuentes y programas periodísticos sin profundidad que lucran con la desgracia ajena para ganar los espacios prime. Ofrece también horas interminables de una malentendida farándula con panelistas bien peinados que intentan desesperadamente dar contenido a temas irrelevantes, basados en mentiras y engaños. Y en la noche podemos ver noticiarios amarillistas, que organizan su pauta en torno a asaltos, robos, picadillo político y “lo mejor de youtube”, cerrando con el perrito bailarín.

¿Qué pasó con el periodismo televisivo en este país?, sus actuales exponentes abusan de palabras como “lo cual” o “resulta de que”; teniendo además el desatino moral de preguntar a la viuda de un hombre descuartizado o a una mujer violada bajo un puente: “¿cómo se siente?”. A las muletillas varias de todo nuevo periodista, debemos sumar el escaso vocabulario, una total ignorancia de los temas tratados y garrafales faltas ortográficas que son visibles a diario en los titulares de las noticias.

El Consejo Nacional de Televisión se escandaliza cuando una pareja gay se da un beso en pantalla, pero al tratarse de temas realmente en contra de la moral como es la continua exposición y fomento de la ignorancia, parece hacer oídos sordos. ¿Cuáles son sus parámetros de lo educativo o morboso? si bien el organismo no puede influir en los intereses de un canal, sí puede velar para que ellos presten mayor atención a su oferta de cultura, hoy en extremo pobre.

Sin ir más lejos, hace unos meses se propagó la noticia de la muy lamentable salida del aire de “Una belleza nueva” conducida por Cristián Warnken, uno de los pocos exponentes de raciocinio de nuestra televisión. El programa fue cambiado de horario, y puesto el día domingo a las 8 de la mañana, una humillación que el periodista no aguantó y catapultó su abrupto término. Mientras tanto, el canal y su competencia se aprontaban a rellenar la parrilla con series añejas, películas archi vistas y ridículos programas de entretención que rayan en la idiotez.

El problema radica en una especie de “Oda” a la ignorancia, al respeto por figuras livianas que son parte de este mundo que vela por la inmediatez, la poca conciencia y olvido de los verdaderos valores y respeto que componen la vida.

En Chile se considera un genio de la pantalla a cualquiera, desde una adolescente con implantes de senos a los 14 años o un futbolista que gana sueldos millonarios sin meter un gol. Ambas figuras, tras pasearse, bailar y mostrarse en los salones VIP de las discotheques de moda, lograron graduarse de opinología, la carrera con mayor proyección y ganancias en nuestro país.

Tampoco olvidemos que se considera chistoso a un muñeco operado por un inescrupuloso que se vale de sus chistes xenófobos, homofóbicos y antisemitas para lograr popularidad; o que el calvo “Nostradamus” chileno es un personaje atemorizado por las conspiraciones intergalácticas y tantas más que navegan por su mente.

Otro tópico que da vergüenza son los desmedidos sueldos que se pagan a nuestros rostros de pantalla, beneficiarios de un mercado viciado, capaz de desembolsar exorbitantes cifras para mantener a flote programas o matinales añejos, donde sus conductores se “humanizan” y bajan a la tierra por algunos minutos, ante la realidad de una mujer humilde que deja todo para recibirlos y contarles sus desgracias y tragedias con la esperanza de que estas deidades televisivas empaticen con su historia y le solucionen la vida, sin saber que sólo el rating les importa. Una foto, una taza de té en un mantel plástico y un beso a regañadientes equivalen a $100 millones en la cuenta del conductor a fin de mes.

La televisión y sus personajes desgraciadamente son un referente para la mayoría de la población, e influyen directamente en sus motivaciones, gustos, convicciones, valores y aspiraciones. Por consiguiente, si sólo se muestra un modelo basado en el materialismo superfluo, la inmediatez y el arribismo, poco podremos hacer para cambiar este panorama. Es necesario con urgencia abogar por una televisión más educativa, respetuosa y que sea capaz de entregar a los ciudadanos las herramientas necesarias para abrir sus mentes hacia un futuro mejor.

Si después de reflexionar sobre este tema pensamos que lo que se debe hacer es llenar la parrilla de conciertos clásicos, cápsulas históricas, intelectualismo o mesas de conversación; no podríamos estar más equivocados, pues entenderlo así sería tener una visión errada de lo que significa cultura. Únicamente se está pidiendo a gritos que la televisión abierta incorpore una programación mucho más heterogénea, con matices de diversión y cultura, donde el ciudadano pueda optar a ver un programa acorde a sus intereses, y no verse obligado a presenciar todo el día telebasura.

Algunos canales en el cable han ido mutando y poniendo atención a la calidad de sus contenidos, exhibiendo gastronomía típica, urbanismo, vida rural, viajes, excursiones e interesante programas de conversación; y hoy ante los buenos resultados, están en boca de todos aquellos –y no somos pocos- que sentimos la carencia cultural como una injusta discriminación.

Instemos todos a nuestras futuras autoridades, medios de comunicación y nuestro propio entorno,  a valorar lo que ve, darle profundidad, calidad y contenido para todos los gustos… Sólo así se podrá lograr un cambio que permita implantar en Chile la tan ansiada televisión para todos.

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2 comentarios

  1. Muy bueno, totalmente de acuerdo, ojalà la gente se preocupara más de este cáncer cultural y de la imaginación que nos entrega la televisión, los felicito por el articulo, muy bien escrito, veraz y entretenido

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