La conexión del ser humano con la realidad objetiva
por SEBASTIAN LIBEDINSKY, Lic, en Ingeniería Civil, U. de Chile. Est. Yeshiva “Mir” en Jerusalén.
Llevas treinta años felizmente casado. Pondrías las manos al fuego por tu pareja y sientes que tu relación te llena profundamente. Ella es parte de todo lo que te importa en este mundo: tus hijos, tus alegrías, tus recuerdos. Lo que más te impresiona es que, después de treinta años, todavía la amas. La parte que no sabes es que ella no te ama. Cada vez que dice salir al gimnasio, se ve con su amante, hace más de veinte años. No te ha abandonado tan sólo porque el amante no quiere dejar a su familia. Si en un momento te dan la posibilidad de saber la verdad o de nunca saber nada, ni abrigar ninguna sospecha, ¿preferirías seguir viviendo la dulce mentira o aceptarías la cruda realidad? Piensa la pregunta por un momento antes de seguir leyendo.
Si decidiste conocer la verdad, es una locura. El objetivo del ser humano es ser feliz. ¿Por qué decidirías algo que te va a arruinar la vida? Te va a romper el corazón y nunca más podrás entregarte de la forma en que lo hiciste con ella. Podrías vas a morir en triste soledad. Cualquier persona sana debería escoger vivir la mentira feliz.
Lo sorprendente de este experimento es que muchos decidimos saber la verdad, contra la lógica. Una vida que es una farsa parece no ser vida. Incluso aquellos que eligen la mentira, solo lo hacen por el costo terrible que implica saber. ¿Cuál es el origen de esta fuerza en el ser humano que lo impulsa a vivir la verdad incluso cuando le puede hacer daño?
No sé cómo explican este fenómeno aquellos que entienden que somos un animal evolucionado de un antepasado del mono. Quizás si son creativos, logran encontrar alguna dudosa ventaja evolutiva o simplemente pueden decir una vez más que es uno de los tantos elementos innecesarios evolutivamente, otro accidente de la naturaleza, que surge producto del gran desarrollo cerebral del hombre. Nuestra tradición, sin embargo, no se oculta de este hecho, y lo explica de una forma que nos introduce en una nueva dimensión de lo que significa el ser humano.
Nuestros Sabios nos enseñan que quien salva una vida es como si hubiera salvado un mundo. No sólo en el sentido que la vida es sagrada y que cada vida en sí misma, sin exclusión, es lo más valioso, pero también en un sentido literal, la estructura espiritual del ser humano es la misma que la del mundo. El ser humano es un pequeño universo en escala. Cada elemento del universo se ve representado dentro del hombre y es reflejado en él. Este es el motivo profundo por el cual la mente humana es capaz de entender y apreciar el orden y la simetría del universo, ya que lo contiene en sí misma. Por cuanto que el patrón que utiliza nuestra mente para modelar su realidad tiene esa misma simetría, ese mismo orden, es que somos capaces de apreciarlo y distinguirlo en el universo.
No sólo nos relacionamos con el mundo externo a través de los cinco sentidos físicos. También podemos conectarnos de una forma más interna y percibir la realidad a través de una dimensión espiritual. Algo dentro de nosotros vibra con la verdad cuando la escuchamos. Resonamos con la verdad debido a que somos productos de la última Verdad. Es por esto que una vida basada en la mentira nos repulsa. Algo muy personal e íntimo se opone a vivir de esta manera.
Todos sabemos, sin embargo, que al final del día más que cualquier otra cosa buscamos nuestra felicidad y la de nuestra familia. Por más dignos, bellos o elevados que sean nuestros impulsos, nuestro deseo de felicidad y paz es superior. Son pocos los idealistas, e incluso ellos, habitualmente, tienen motivaciones más egoístas de lo que les gustaría creer. El único consuelo es que nuestra identidad más profunda, por tenue que sea, es una voz dentro de la multitud de voces que constituyen nuestra conciencia y, por lo tanto, en algún nivel, es cierto que somos buscadores de la verdad.
Te encuentro toda la razon: la verdad que dios no existe nos deja solos y abandonados en el mundo, pero es una verdad que debemos aceptar aunque duela. No solo eso, debemos sintonizar con esa soledad, alegrarnos con ella y vibrar con ella.
¡Basta de filosofia barata y proselitismo de cuerta!
A menos que hayas sido ironico, creo que no entendiste nada.
Te invito a releer o preguntarle a Sebastian las cosas que no entendiste.
Saludos!
Afro: no entiendo el sentido de tu crítica. Yo también soy ateo y también pienso, como tú, que debemos aprender a (con)vivir con esa «nimiedad» existencial. Con todo, ¿cómo podría estar en desacuerdo con una columna que nos invita a comunicarnos con nuestra espiritualidad, con nuestra identidad? Ciertamente entiendo «la espiritualidad» en otro sentido (no religioso), sin embargo me alegra que haya gente, creyente o no, que sea capaz de darse cuenta de la importancia que tiene la espiritualidad en una sociedad tan materialista como la nuestra.