Valle del Hula, escala de 500 millones de aves

por ASHER PERMUTH, Ingeniero Comercial, U. de Concepción. Fotógrafo y Piloto Privado.

 

El Hula (החולה עמק – del Arameo “Aguas”) es un valle y reserva natural en el norte de Israel, a los pies del Hermon, y donde se encausa el Jordán en su rumbo al mar de Galilea o lago Kineret.

Es un lugar que hace 50 años era un pantano de donde salían los mosquitos con malaria que daban a la zona el índice de mortalidad (natural) más alto de todo el imperio otomano,  ya reducido de Constantinopla a Yemen.

Hoy es una fértil área agrícola de más de 5.000 hectáreas, culpable de la fruta más sabrosa que se consume en el país, y entre los meses de septiembre a noviembre se convierte en escala de unas 500 millones de aves, migrando desde el frío europeo a los calores de África y Asia.

Sabiendo lo anterior, como patagón respetuoso y amante de cualquier proceso natural, me daba mucha vergüenza no ir durante un año viviendo en Israel. Por ahí, alguien leyó que era la última semana de los pajarracos, arrendamos un auto y partimos. Salimos un viernes de Tel Aviv al norte a eso de las 14 hrs. Todo estaba bien hasta salir de la ruta 6. Las carreteras menores eran un caos horrible de bocinas e inmovilidad. Mientras más te acercabas a las zonas pobladas, más veías como centenas de autos manejados por humanos con kipot en su interior corrían, bocineaban, gritaban y hacían 5 filas de autos donde debían haber solo dos. Todos escapando del ocaso que por esos días era un poco antes de las 17 hrs. y así llegar a tiempo para shabbat. Así terminamos pagando nuestro laico noviciado.

Después de casi tres horas para un viaje de hora y media, llegamos, sin luz, a buscar un lugar donde acampar. Ya la temperatura tenía 10 grados menos que en las costas de nuestro querido Mediterráneo, y prometía seguir bajando, por lo que, cuando paramos en el kibutz Hagoshrim a preguntar por zonas de camping, y nos encontramos con un fabuloso hotel lleno de familias cantando, comiendo y tomando en los pastos, nos fue imposible salir.

Nos quedamos en el pasto compartiendo un rato, comiendo lo que habíamos llevado para aquella fogata ya en el olvido (Tuborg y Garinim), y después a dormir ya que el tour del Hula salía desde la entrada del parque a las 05:30 de la madrugada. Solo armado con mi trípode y un par de lentes nos subimos a un carro digno del Parque Kruger, tirado por un tractor y una guía que manejaba, cobraba entrada, pasaba lista, repartía los binoculares y hacía los más diversos e inexplicables chistes en hebreo.

Ya la entrada del parque era surreal. Desde muy lejos, se escuchaba un tifón de cotorreos interminable, y mas que en Sir Alfred Joseph Hitchcock y su película “Los Pájaros”, pensé en una peluquería gigante atestada de cientos de miles de señoras peinándose para la gala de la WIZO. Las había de todos tipos. Viejas flacas de cuello largo que gritaban agudo, estirando sus cabezas, y luego se agachaban a tomar aire. Otras gordas que abrían los ojos al gritar sonidos cortos, y al mismo tiempo se les inflaban los ojos como si fueran a reventar. Unas viejas chicas que solo aportaban las corcheas a esta sinfonía migratoria, y unas sopranos tremendas en coloridos y sonidos melódicos. Todas ahí copuchando sobre el agua, esperando el amanecer para emprender el vuelo grupal en esta escala mediterránea.

Vimos a la Cigüeña, la mística Grulla (carátula del Angel Dust de Faith No More o la patada de Karate Kid), miles de Garzas y Patos, un Halcón que fue lo más maestro, millones de Gansos, unas Gallinas de colores que no solo vuelan, sino que vuelan miles de kilómetros, nuestro querido Martín Pescador en su versión iraquí, Canarios europeos bien pelusones (probablemente rumanos) y vimos Mangostas egipcias, famosas por ser casi el único animal que sale victorioso al encontrarse de frente con una Cobra.

Dato Rosa: “¿Sabían ustedes que los Gansos vuelan en formación (en forma de V) porque cada pájaro rompe la línea aerodinámica con sus alas y produce un movimiento que ayuda a los que van detrás? De esta forma, toda la bandada tiene casi el doble de eficiencia comparado con un vuelo en solitario. Así, cuando el punta de lanza se cansa, toma el último lugar y otro toma el puesto de mayor resistencia. Además, todo el grupo (excepto la punta) van “cuequeando” (cuac, cuac, cuac) para estimularlo y mantener la velocidad. Y algo muy importante que aprender: cuando uno tiene problemas, dos de ellos salen de la formación y se quedan con él hasta que esté en condiciones de volar, o muere”.

Dos de las reglas fundamentales en la escuela de pilotos: Ojo al viento y solidaridad no matter what. Soy un fanático religioso del profesor Rosa, antes y ahora.

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