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Vergüenza y desigualdad del fútbol femenino en Chile

por JENNIFER LERNER, BA en Estudios Americanos, U. Berkeley, EE.UU.

Recuerdo que sucedió en una fresca noche de otoño de abril del año 2012. Estaba en la mitad de la cancha de fútbol, en plena práctica con otros jugadores del equipo. Había de alguna manera convencido a las personas a cargo del equipo de fútbol de la selección masculina de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile para que dejaran “a la gringa”, “a una mujer”, practicar y jugar con ellos.

Recuerdo el primer día de práctica, nerviosa abrochaba mis toperoles y me cuestionaba si realmente sabía en lo que me estaba metiendo. Todavía recuerdo todas esas miradas extrañadas y confundidas; miradas estupefactas de todos esos jugadores mientras caminaba hacia el interior del campo. A su campo. Y recuerdo esa molesta manera condescendiente en la que el entrenador me presentó a todos los otros jugadores y de cómo al comienzo ellos me trataban como si fuera un vaso de cristal, frágil a punto de romperse en dos al primer impacto. Más tarde, me tratarían bastante bien y me aceptarían de tal manera como uno más, pero claramente al comienzo se mantenían escépticos al hecho de tener una mujer en el equipo.

Recuerdo que un par de meses después, a todos se nos indicó hacer flexiones en el entrenamiento. El entrenador, bromeando según él, decía: “para ti, Jenny, sólo 5.” Como música de fondo apareció una gran carcajada unánime entre jugadores, haciendo acuso de la burla. Recuerdo mi rostro enrojecido en furia, y de la sensación de no sentirme capaz de concentrarme el resto del entrenamiento. Una vez terminado, no pude resistir enfrentarme al entrenador y poner de vuelta esas palabras en su lugar, dejándole claro cuan degradantes y humillantes sus bromas habían sido. Y lo que más recuerdo es la imagen de él simplemente ignorando cada palabra que decía, para después dejarme hablando sola en la mitad del campo.

Haciendo memoria 3 años atrás, la primera vez que viví en Chile fue durante mi penúltimo año de universidad el 2009. Recuerdo lo emocionada que me sentía y de cómo esa emoción avanzaba por mis venas mientras viajaba sobre el avión, esperando con ansias tocar tierra en un país que realmente vivía su pasión por el fútbol. Recuerdo haber alucinado en todas esas sinnúmero de situaciones en las que podría jugar el deporte que más había amado en toda mi vida; ese deporte que me hacía despertar cada mañana y que me inspiraba continuar respirando cada día. Recuerdo la primera vez que pregunté si podía unirme a un partido de fútbol amistoso. Sólo había hombres en el campo, y recuerdo todas esas excusas baratas y argumentos sin sentido que muchos objetaron al momento. Recuerdo a la vez no haber tenido las habilidades de lenguaje necesarias, o la confianza, para desafiar sus argumentos y su exclusión. Incluso llegué a pensar que podría haber sido algo ocasional, pero recuerdo haberme dado cuenta varias semanas después que claramente no había sido así.

Más tarde, recuerdo haber jugado con un equipo de chicas de la escuela de Ciencias de la Universidad de Chile, un mes después de ese incidente. Fueron muy simpáticas, pero a la vez también quedé sorprendida y decepcionada del nivel de juego. Y también recuerdo a nuestro entrenador dejando nuestro equipo en la mitad del entrenamiento para entrenar al equipo de hombres en la cancha vecina. Muy pronto, nuestro entrenamiento se daría por terminado, ya que el entrenamiento con mujeres para él no era suficiente. Por lo tanto, decidí atreverme a entrenar con los hombres en la cancha vecina. En un momento pensé en lanzar la pelota al arco fuera de su área, y uno de los chicos condescendientemente me preguntó, “¿No está muy lejos para ti?”.

Más adelante, en otras situaciones, enfrenté muchos más desconciertos y burlas de parte de otros hombres. Palmadas irónicas detrás, a las afueras de las canchas, sus risas burlonas, y como más adelante las compañeras de mi propio equipo se dejarían pasar a llevar también. Recuerdo esa mirada ambivalente en sus rostros cuando les decía que se detuvieran. No puedo olvidar el haber estado tan amargada por culpa de todos estos hombres, por la manera en cómo me deshumanizaban y de cómo me reducían, hasta calzar en esta ridícula idea de género que tenían en sus mentes, rehusándose a poner a mis compañeras y a mí en un mismo nivel deportivo que ellos.

Tengo recuerdos de mi infancia inundados con el olor a pasto mojado y calcetines embarrados. Recuerdo con alegría mi primer juego a los 5 años. Las caras orgullosas de mis padres cada vez que metía un gol, o hacía un buen pase, cuando cruzaba con la pelota o cuando simplemente avanzaba con ella. Recuerdo hacer crecer mi propio orgullo personal cada vez que jugaba, y recuerdo sentir esa adrenalina cada vez que corría tras la línea de la cancha. Fue en ese momento que el fútbol se volvió mi centro, se volvió mi ser hasta la más mínima parte de mí.

C. Wright Mills habla de cómo la vida de cada uno es simplemente la intersección de la propia biografía y la historia. Pensé en eso cada vez que jugaba fútbol en Chile. Era afortunada con el sólo hecho de haber nacido en California, en un tiempo en el que el fútbol era aceptado para las mujeres, y además afortunada de contar con la presencia de padres que apoyaban la idea de quien quiera que yo y mi hermana gemela quisiéramos ser. Fui afortunada al crecer con una madre que me enseñó que una mujer de verdad no está definida por su apariencia exterior, sino por su fuerza interior.

Recuerdo haberme dado cuenta que este deporte, que definió gran parte de mi existencia, que secó mis lágrimas, que fluía por mis venas y que alimentaba mi alma y gran parte de mi ser, era una de las tantas cosas que las mujeres en Chile estaban violentamente negadas a realizar.

Recuerdo la decepción que sentí cuando me di cuenta que este hermoso deporte, conocido por detener guerras civiles, juntar países en momentos de diferencias, por desafiar las clases sociales, las razas, las diferencias económicas, sigue cultural e institucionalmente privando la participación de la mitad de la población chilena.

Cuando miro Chile, veo un cambio manifestándose en mis pares. Veo más y más mujeres empezando a jugar fútbol, veo más ligas de fútbol femenino apareciendo en Chile y veo una mayor aceptación de la mujer en este deporte como un todo, pero todavía muy pocas mujeres están jugando, y menos son las que tienen las mismas oportunidades que los hombres tienen en Chile.

Cuando me quejo y cuestiono el estado en que se encuentra el fútbol femenino en Chile, una de las respuestas que recibo es, “Es que a las chicas no les gusta jugar al fútbol.” Claro, y ¿cómo no? ¿Será porque el fútbol en Chile es considerado un deporte para hombres y que la mujer fue excluida a jugarlo?” Y si una mujer quisiera jugarlo, ¿está de alguna manera amenazando su “feminidad”? No es que a las mujeres no les guste el fútbol, es que crecieron con la noción que “las verdaderas mujeres no juegan fútbol”, por lo tanto no lo juegan. Esta arbitraria norma cultural se vuelve una profecía que se sustenta en sí misma y que cuesta sacar del ciclo.

Otra respuesta que usualmente recibo es, “Sí hay oportunidades para las mujeres hoy en día. Hay ligas femeninas…”, como si la existencia de unas pocas ligas pusiera todo en la misma balanza. Esta percepción tiende a simplificar el problema. Es la responsable de que se pasen por encima las habilidades de la mujer y se enfoque en las limitaciones que las mujeres se enfrentan cuando abordamos la igualdad en los deportes.

Las ligas de fútbol femenino que sí existen en Chile, están limitadas para un cierto grupo de personas, usualmente sólo para alumnas de universidad o adultos. ¿Dónde están las escuelas de fútbol para niñas? ¿Cuántas niñas de cinco años realmente se ven jugando fútbol? ¿Cuántos niños de cinco años se ven jugando fútbol?

Si bien puede que las mujeres estén jugando, muy pocas están aprendiendo a jugar bien, ya que la gran mayoría no aprende desde pequeñas, como lo hacen la mayoría de los hombres. Esto permite a la sociedad alimentar el mito que las mujeres simplemente no son lo suficientemente atléticas como se presentan los hombres, cuando en verdad la diferencia en la habilidad es el resultado de una mala formación, y no una falta de talento. A su vez, también permite a la sociedad contentarse consigo misma por el hecho de proveer a las mujeres una falsa idea de mayor oportunidades para mejorar su participación en el fútbol, sin realmente entregar las mismas oportunidades que a los hombres.

Algunos piensan que esto no importa, que esto es sólo fútbol. Pero es meramente uno de los muchos síntomas de una sociedad enferma que desproporcionadamente entrega poder al hombre sobre la mujer, para comentar unilateralmente, verbalizar y objetivizar sexualmente por medio de comentarios mil maneras de poseer el cuerpo de la mujer en las calles. Una sociedad que permite al hombre prevenir que la mujer decida qué es lo que son capaces de hacer con sus propios cuerpos y habilidades. Que le proporciona al hombre las herramientas para llevar vidas económicamente más independientes. El sólo hecho que el divorcio fue recientemente legalizado en el año 2004, y que Chile es uno de los países que tiene las leyes más restrictivas del mundo en cuanto al aborto, no es sólo coincidencia.

Estados Unidos no es claramente un caso de ciudad utópica en lo que se refiere a igualdad de género, pero en referencia al deporte, estoy orgullosa de lo que se ha logrado avanzar en cuanto a igualdad de participación. En la década de los setenta, se aprobó una ley llamada “Title IX” en la cual una de los resultados era asegurar que cada institución que estuviera recibiendo fondos del Estado, tendría el deber de costear e incluir los mismos deportes para mujeres y hombres. Esto permitió un cambio de paradigma en lo que concierne a la actitud, la participación y el desarrollo de las mujeres atletas en el país.

Cuando mi madre tenía mi edad, era prácticamente imposible pensar que las mujeres podían participar en deportes. Mi generación fue la primera en beneficiarse de la ley “Title IX”, y hasta el día de hoy, el mejor equipo de fútbol femenino en el mundo es de los Estados Unidos. Debería considerarse una vergüenza nacional para Chile que las “gringas” puedan jugar mejor que las chilenas, tal como sería que los “gringos” fueran mejores que los chilenos.

Hay que cambiar esta jerarquía de género y permitir a las mujeres mayores oportunidades en los deportes, ampliando la idea de mujer en Chile. El fútbol no es solo para hombres, sino para todos, y ya es hora de cambiar. El fútbol también es femenino.

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4 comentarios

  1. Me encantó. Soy hombre y considero que tienes toda la razón. No sé de qué manera agradecer tan sabias palabras y tan aguda crítica. Que el fútbol sea, otra vez como tantas, el vehículo de desafío, esta vez para las desigualdades de género.

  2. Gracias Jaime por las palabras! Me alegra que te haya gustado 🙂 Necesitamos más personas como tu que apoyan el fútbol femenino, y que apoyan la idea de igualdad de género (tanto en la cancha como fuera de la cancha). Ya es hora de ampliar la idea de mujer (y hombre) en Chile. Vamos por un mundo igualitario! abrazos

  3. Creo que tu articulo está muy sesgado con respecto a la realidad en Chile, quizás te tocó la mala suerte pero no es lo que realmente pasa en Chile

  4. Yo vivi en Chile por casi 2 anios, y jugaba en varios equipos de futbol femenino y masculino, creo que tengo bastante experiencia para tener mas o menos buen idea del estado del futbol femenino en Chile. Como dije en el articulo, se va cambiando, y se van abriendo mas oportunidades para mujeres hoy en dia, pero todavia hay una brecha muy GRANDE entre hombres y mujeres con respecto a oportunidades de participar en el futbol. Soy la primera de criticar mi propio pais, y hay muchas cosas que hacemos mal, pero lo que si hicimos bien es entregar las mismas oportunidades para hombres y mujeres en el futbol (para mi generacion), Comparar EEUU y Chile, uno se da cuenta que falta mucho para que Chile (y otros paises en el mundo) logre igualdad de genero en el futbol.

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