Son las escuelas judías, ¿judías?

por RENATO HUARTE, BA en Pedagogía y Filosofía, UNAM. Esp en políticas culturales y gestión cultural – UAM, INBA y OEI. MA en Filosofía de la Ciencia UNAM, y Est. PhD en Filosofía UNAM. Profesor de Filosofía judía en la Universidad Hebraica en México y UNAM.

 

Tal vez uno de los filósofos más renombrados que vio el siglo XX fue Emmanuel Lévinas, nacido en 1906 en Lituania y nacionalizado francés en 1930.  Tal vez pocos sepan que Lévinas fue profesor y director de la École Normale Israélite Orientale (ENIO) durante 35 años, en donde se preparaban profesores para la red de escuelas de la Aliance Israélite Universelle, los colegios francófonos judíos del norte de África y el antiguo Imperio Otomano.

Algunos de los escritos que tiene sobre educación parten de su experiencia dentro de la ENIO.  Sin lugar a dudas,  siendo un intérprete y crítico de filósofos alemanes como Husserl y Heidegger, y un cauteloso lector de la tradición judía a través de sus textos, tendría algo que decir en torno a la educación.

Lévinas critica duro esto que modernamente se ha conocido como “educación judía”.  Habiendo estudiado los textos bíblicos desde su juventud y Talmud más adelante, cuestiona que la educación judía pueda realizarse fuera del verdadero conocimiento del hebreo como lengua de los textos judíos y de la plegaria y las costumbres colectivas.  Ya sea de manera religiosa o laica, la educación judía debe estar llena de sentido y acorde a los principios que la propia tradición judía estableció y fue modificando.  Lévinas en ese sentido comenta:

En un mundo donde nada es judío, sólo el texto hebraico repercute y hace variar el eco de una enseñanza que ninguna catedral, ninguna forma plástica ni estructura social específica viene a arrancar de su abstracción.  La instrucción religiosa cristiana puede concentrarse de nociones sumarias, porque la civilización cristiana está allí, les acuerda una significación concreta y las confirma todos los días.  [1]

El judío moderno parece haber quedado aislado de su propia tradición como ciudadano de los Estados-nación modernos. Nada es judío y todo parece ser cristiano.  Lévinas critica esta supuesta laicidad en donde todo parece haberse limpiado de cualquier tradición religiosa.  Por el contrario, las instituciones “laicas” francesas, por lo menos en el caso de nuestro autor, en realidad están permeadas de lo que denomina la civilización cristiana.  Para las escuelas modernas, el sentarse en filas viéndose la nuca, la tarima desde donde habla el profesor, el silencio de los estudiantes, la atención puesta en la voz del profesor como intérprete del libro, asemeja más la catedral que el estudio en parejas bullicioso de los estudiantes talmúdicos.

A mi parecer, lo que aquí se pone de manifiesto es que las escuelas judías en realidad han copiado este modelo “laico” en donde el hebreo, la historia judía y el resto de las “asignaturas” judías son parte de un horario positivista compartiendo lugar con la biología, las matemáticas, etc.  La crítica levinasiana justo asesta un golpe en contra de la escuela moderna judía que en realidad ha comprado el modelo moderno escolar “laico” como propio, cuando en realidad es un modelo que se ha permeado de principios cristianos.

De esta manera, el judaísmo no tendrá mucho futuro.  Los estudiantes seguirán siendo renuentes a encontrar cualquier experiencia judaica en este modelo. La educación judía pasa por otras formas de ver el mundo y actuar en él.  Así, la sinagoga, como centro de reunión y encuentro con el otro (y con el Otro en la filosofía levinasiana), sería el lugar de la plegaria.  Los espacios de estudios tendrían que estar diseñados de otra manera, acorde a una forma cultural más adecuada al pensamiento judío.  La lengua hebrea tendría que recobrar su potencia en todos los sentidos del término.  En fin, la propuesta educativa levinasiana tendría que ser analizada con mayor cuidado.

Sin embargo, la base de la crítica levinasiana rebasa su propio contexto y creo que nos llama a cuestionar nuestras propias prácticas y en especial a las escuelas “judías” contemporáneas.  Para concluir, mejor otro fragmento más esperanzador de la propia filosofía de Lévinas:

El problema de la educación judía planea una cuestión más general. Los estudios hebraicos no tienen sobre la juventud el prestigio que quisiéramos conferirles, como si la cultura que esos estudios deben vehicular hubiera perdido algo de su valor humano y no llegara a igualar los alimentos espirituales brindados por las civilizaciones circundantes.  Sospecha sacrílega, pero aquí encontramos su verdadero significado. [2]

Considero que corresponde a cada uno de nosotros encontrarlo.


[1] Lévinas. “Reflexiones acerca de la educación judía” en Difícil libertad. Buenos Aires, Lilmod, 2004. p. 258.

[2] Ibidem. p. 259

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Un comentario

  1. Bueno… Sí y no y sí. Particularmente se me hace que la comparación del modelo de catedral con el de el estudio talmúdico no se sostiene.

    La catedral y la sinagoga no son (principalmente) centros de aprendizaje, sino que de devoción. En ambos, el ritual es centralizado en una figura de autoridad (moral y espiritual), y los asistentes son a ratos mudos, a ratos rebaño.

    Incluso respecto al estudio: Los jóvenes sólo forman «javrutas» después de muchos años de aprender lo básico en entornos rígidos con un maestro frente al grupo. Aprender a leer, aprender la torá, aprender las reglas básicas de la ley religiosa no se hace discutiendo, sino que atendiendo. Nuestros abuelos nos contaron aún del jeider, y nuestros parientes o conocidos religiosos podrán relatarnos cómo es la enseñanza a los niños.

    Desconozco la disciplina y la vida diaria del seminarista cristiano, pero supongo que el proceso de aprendizaje para convertirse en sacerdote o monje tampoco cruza por la recepción pasiva (o en todo caso, la participación rígida y mediada).

    Es más, extendamos esto un poco: ¿Cómo es el aprendizaje de mayor especialización? La licenciatura universitaria sigue siendo mayormente de clases frontales, aunque se va animando a la participación y a la exposición. Pero conforme entras a grupos de posgrado, los grupos se van haciendo más chicos, y el rol del profesor titular es cada vez menos el de exponer la clase, y cada vez más el de orientar las exposiciones y la discusión (y evaluar, claro, a los alumnos).

    Entonces… Sí, el artículo me gustó, y me gustó mucho encontrarme de nuevo (aunque sea intelectualmente y a la distancia) con el autor, un querido amigo de nuestra infancia/adolescencia. Sin embargo, creo que el texto hace agua. Y me encantaría debatir del tema (¡y de otros temas!) con Don Renato. ¿Será que podemos, llevando la tradición judía a nuestra laica realidad, implementar una javruta laica? ¡Abrazos!

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