Ese maldito regalo del calcetín

por ALBERTO ASSAEL, Psicólogo, PU. Católica.

Tengo ante mí varios paquetes que parecen rogarme que los toque. Me dicen que me acerque, que ponga mis manos sobre ellos y raje sus papeles para descubrir lo que esconden.

Pero yo me resisto unos segundos. Me gusta observarlos. Cada uno de esos regalos es una posibilidad infinita. Cada tamaño, color y forma me sugiere una idea, una posibilidad. Pueden ser cualquier cosa, y por eso, el minuto antes de abrirlos, es sin lugar a dudas, el mejor.

Por seguro habrá una decepción, pero me aferro a la sorpresa y me digo que esta vez habrá un regalo original, único, pensado especialmente para mí, mandado a hacer.

Me acerco lentamente y aunque ya uno de ellos me susurra que algo no está bien, mi cabeza rechaza esa idea como si espantara una mosca. Hago caso omiso a ese pequeño paquete abandonado a un costado y empiezo a adivinar que serán los demás.

Hay uno en forma de rectángulo, con un papel bien ceñido, cinta dorada y un sobrio stiker rojo sosteniéndola con fineza, que me hace saber que es un libro. Sonrío. Saben que me gusta leer, así que alguien pensó en mis gustos. Más allá están los que visten la marca de las grandes tiendas. Prometen ponerme a la moda, lo que no es malo. Esos regalos, a esta edad, se agradecen.

Pero mis ojos buscan los de forma cúbica, mis favoritos. Los típicos que se ponen en los centros comerciales alrededor del árbol de navidad y que en verdad no tienen nada, igualito al emoticon de whats app. Es un paquete que puede contener cualquier objeto, lo que lo convierte en el más entretenido para mi fantasía. No recibí de éstos, la originalidad de los regalos parece ir en decadencia, sin embargo, nada es tan terrible como ese pequeño paquetito olvidado en el costado.

Cuando ya están todos abiertos, no me queda más que hacerle frente a mi intuición. Algo huele mal, o pronto lo hará. Lo toco. Sí. Es blando y débil. Mi mente hace un esfuerzo, para pensar que son guantes, lo preferiría. Aunque estemos en pleno verano mi corazón se quiere convencer de que, aunque no esquíe con frecuencia, esa otra persona me quiso prevenir del frío del invierno con seis meses de anticipación.

Pero no. Cuando mis ojos por fin lo ven, ya no me puedo negar a la realidad del peor regalo hecho jamás: Un calcetín. Respiré dos veces y luego busqué la mirada del regalador, pensando para mis adentros ¿Qué le hice?

Recibir de regalo un calcetín te lleva obligadamente a hacerte esa pregunta. Sobretodo si el calcetín es de un solo color. Esta vez el par era, para peor, color verde caca. Algo no estaba bien.

Por unos minutos pensé si no había confundido ese regalo con alguno hecho por alguna tía abuela o alguien de la tercera edad, porque en ese caso es un presente entendible: como no me conocía los gustos, unos calcetines serían un regalo elegante. Pero buscando entre los invitados, no vi a ninguna tía abuela ni a nadie de la tercera edad. Mis abuelas no eran las responsables. Ellas, o llaman para preguntar, o entregan un preciado sobre. Perfecto.

Pero dentro de mis invitados, uno me había regalado un par de calcetines verde caca y eso me obligaba a tomarme minutos de introspección. Aparte de agarrar todo el aburrimiento existente en el mundo y haberlo canalizado en una compra de calcetines, me obligaba a, en un momento de alegría, tener que pensar. Era un golpe bajo. Me mostraba, literalmente, la hilacha.

En ese minuto, quise gritar que no era un elfo domestico, que un calcetín no me daría libertad, pero nadie entendería. Así que guarde silencio e intenté disimular mi decepción, quise hacer como si nada y seguir con la celebración, pero el calcetín rondaba mi mente, como si ya estuviese expeliendo mal olor. Él lo sabía. Era el mayor acto de agresión pasiva que estaba recibiendo en mi nuevo cumpleaños. Pero no le daría en el gusto.

Quise tomar su calcetín como una causa y evitar que esto le vuelva a suceder a alguien. Un regalo llena de ilusiones. Encontrarse con un calcetín… no lo puedo describir.

Si tú alguna vez regalaste un calcetín, pregúntate si todo estaba bien en tu vida. Quedas exceptuada si tienes sobrinos nietos. Pero si no es el caso, algo no andaba bien. Incluso si alguien te los pidió: quien fuese quien te los haya pedido, lo hizo porque algo le pasa. O tiene problemas económicos, ante lo cual se le regala otra cosa y se le compran los calcetines, pero jamás se le hace el daño de envolverlos para luego arrebatarle la alegría, o esa persona necesita ayuda urgente.

Si realmente los quería, es tu deber como persona significativa socorrerlo, salvarlo de sí mismo. Si anhelaba un calcetín, aunque sea, se debe subir un peldaño en la lista de regalos deplorables y regalarle uno de esos libros de autoayuda. Yo sé que es igualmente terrible recibir algo del estilo “5 pasos para volver a ser feliz”… ¿tanto se me nota? Pero el calcetín nunca. Nunca digas nunca, no aplica para este caso. Nunca.

Todo regalo esconde un mensaje. El Sanhenuss sin envolver es un honesto “no somos tan cercanos, pero no quise llegar con las manos vacías” el Carezza o el Vicio es una variante de lo anterior de alguien más lejano aún. La botella de vino es un “no te conozco tanto, pero ya somos adultos”, una prenda de vestir cumple con las formalidades, un buen libro es un “pensé en ti”, etcétera. Pero la ecuación de mal gusto: papel de regalo + calcetín monocromático = te odio, dicho con una sonrisa.

Las excusas no valen; si estabas en la sección de ropa interior y ahí te acordaste, un calzoncillo es la alternativa, por lo menos te da la opción de sentirte sexy. En cambio, el calcetín te obliga a recordar día tras día que en algo no estuviste bien. Y cómo es un golpe silencioso, no se puede confrontar. Esa persona disfrazó su molestia en un regalo, sin poder pedir explicaciones.

En el fondo, te regalaron la duda y el remordimiento para que reviva cada vez que llegues cansado a tu casa: cuando por fin te saques esos calcetines sudados, que más encima son tan ajustados que el elástico te deja marcada la pierna, y te vuelvas a preguntar ¿Qué le hice?, pero la picazón del elástico te obligará a rascarte y te hará perder la claridad mental, dejándote sin respuesta, sin poder descifrar cual es el mensaje detrás del maldito calcetín.

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