Justicia y Venganza por mi propia mano
por KEVIN ARY LEVIN, Est. Sociología, U. de Buenos Aires.
Nuestro contiente latinoamericano es (y ha sido durante décadas) el más desigual del planeta. Múltiples son las consecuencias de este hecho, que incluyen la desnutrición, el analfabetismo y la marginalidad. Cada uno de estos problemas resonará de forma diferente para diferentes personas. Para ciertos sectores de la sociedad, sin embargo, hay un cierto problema que se presenta como el más grave, quizás porque es el que más los puede afectar: la inseguridad.
Este problema, visto como sí solo, como si fuese un fenómeno que se auto-explica, y sin tener en cuenta la triste realidad de nuestros países y de nuestro continente en términos de la crueldad de un sistema que condena a parte de su pueblo a la marginalidad y la muerte desde que nacen, parece la obra de un “otro” que se convierte en la misma representación del mal. Ese otro (algunos dirán, los drogadictos; otros, los extranjeros; y otros, quién sabe cuántas otras cosas) se convierte por lo tanto en un mal indeseable que es necesario erradicar de la faz de la tierra. Todo para dejar vivir a la gente “decente” en paz.
Los argentinos conocimos bien esto durante las últimas semanas, aunque hay algunos que quizás no quieran profundizar en la explicación. Durante los últimos días, una serie de intentos de robo en diferentes puntos del país concluyeron en linchamientos, parte de los cuales llevaron a la muerte de los supuestos criminales. La escena se repitió como una fotocopia (a la vez, una foto de la triste situación del país): un joven (siempre hombre y siempre pobre) realiza aparentemente algún intento de robo y es golpeado salvajemente por personas que estaban transitando por la zona, mucho después que deja de ser una “amenaza”. ¿O alguien puede pensar que cinco personas pateando a un joven sangrando en el piso constituye una “legítima defensa”? ¿O alguien que intenta atacar a un joven que ya fue apresado por un policía lo hace por algún otro motivo más que alguna noción distorsionada de justicia por mano propia?
La difusión actual de celulares con cámara nos permite hasta el extraño lujo de ver algunas de esas escenas. Cabe notar, en la situación no hay sólo tres tipos de actores (quien intentó robar, quien fue el objetivo del robo y quienes golpean con saña) sino también un actor siempre presente cuando se comete una injusticia: quien pasa por al lado en actitud indiferente, quien se queda mirando, quien (no sabemos si condenándolo o festejándolo, pero en términos de resultado es el mismo) se queda al lado filmando la situación con su celular, sin actuar.
Esta tendencia fue condenada inmediatamente por diversas personalidades públicas. El Papa Francisco expresó, en referencia a la muerte del joven David Moreira en la ciudad de Rosario: “Me dolía el corazón de los que pateaban…Sentí las patadas en el alma.” Adolfo Pérez Esquivel, activista argentino y Premio Nobel de la Paz, publicó en un comunicado de prensa: “Si alguien comete un delito no significa que deja de tener derechos, debe ser llevado ante autoridades judiciales para que se le aplique la ley penal, si se comprueba lo que se presume.” mientras que apuntó a los medios de comunicación por “promover el pánico social y la venganza”.
Sobre este último punto, aún queda mucho por decir. En efecto, ¿cómo explicar el surgimiento de varios linchamientos a la vez frente a una situación (la cantidad de crímenes) que no tuvo un cambio sustancial en los últimos meses? Sin intentar presentar una causa única, se vuelve necesario analizar el contenido que transmiten los medios de comunicación. Es una situación delicada, que obliga a tener un debate sobre si puede haber límites a la libertad de expresión, y qué constituye la incitación a la violencia.
Como dice la profesora de Derecho Penal Susana Soto Navarro en su artículo “La influencia de los medios de comunicación en la percepción social de la delincuencia” (donde estudia el caso español), “el aumento considerable de la preocupación y el miedo al delito, la inclusión del problema de la inseguridad ciudadana en los primeros puestos de la agenda política del Gobierno y el subsiguiente giro hacia el modelo de “ley y orden”, así como la influencia de ciertos grupos de presión corporativos -en especial los sindicatos policiales y de los funcionarios de prisiones- son fenómenos directamente relacionados con la atención mediática y no responden a un importante y efectivo incremento de la tasa de delincuencia…”.
Este giro puede ser visto en Argentina, donde candidatos fuertes para las elecciones presidenciales que se realizarán en el 2015 basan su campaña en parte en propuestas de “mano dura”, “tolerancia cero”, y mayor presencia policial. Detrás de estas propuestas, hay una aparente despreocupación por analizar las causas de la criminalidad (que difícilmente puedan disociarse de los todavía altos niveles de pobreza y la ausencia del Estado entre los que menos tienen) y por observar el rol que cumplen las fuerzas policiales en las zonas más humildes del país.
En Argentina, policías han estado involucrados directamente en circuitos de venta de drogas, de delincuencia y de robos, muchas veces utilizando a jóvenes de las zonas más marginales. Mientras que no reparemos las causas de la criminalidad, no podremos confiar en una fuerza armada corrupta para “detener al crimen” (una bella forma abstracta que a menudo quiere decir sólo la ejecución o detención de ese Otro, los criminales).
Mientras tanto, se convierte en prioritario hacer un análisis de lo que los medios de comunicación y los políticos nos transmiten, qué movilizan en la población y cómo podemos, como sociedad, no rebajarnos a los niveles más decadentes de la estigmatización y la violencia.