Chile y la negativa de mar a Bolivia

por BENJAMIN NAPADENSKY, Est. Derecho, U. de Chile.

 

Es probable que la causa boliviana de obtener una salida soberana al océano Pacífico sea una que, a priori, no despierte mayor simpatía en el grueso del pueblo chileno. Sin embargo, creo que corresponde que cada ciudadano se cuestione acerca de las profundas razonas para sostener una posición contraria, atendiendo a las implicancias que aquello tiene en la vida de tantas y tantos.

Es pertinente tener presente que muchas veces se argumenta desde lo estrictamente económico o lo estrictamente jurídico, cuando a todas luces el asunto excede con mucho estas materias. Debemos ser capaces de entender la justicia de su reclamo y las circunstancias actuales que la rodean. No pretendo caer en la práctica posmoderna de evaluar bajo criterios actuales hechos acaecidos hace más de un siglo atrás. Asimismo, Bolivia hierra también al creer que sus pretensiones tienen un sustrato jurídico sólido que las respalde, y que el Derecho asiste en gran medida a la pretensión chilena de negar cualquier reclamo boliviano al respecto en los términos en que estos han sido planteados. Pero ¿debiera ser la postura de oponerse absolutamente a la demanda boliviana nuestra genuina pretensión como chilenos?

Uno de los principales argumentos esgrimidos por quienes se sitúan en esta supuesta posición chilena generalizada, aduce que Chile le ha dado enormes facilidades arancelarias, aduaneras y de tránsito a toda mercancía que Bolivia desee exportar por medio de puertos chilenos del norte grande, razón por la cual pretensiones de la naturaleza que tendría Bolivia serían injustificadas en términos de beneficios económicos. Si bien esto en efecto ha sido así, uno observa cómo para el grueso del pueblo boliviano, éste es un tema que rebasa con mucho a lo netamente económico y trasunta en un anhelo que ha calado en lo más profundo de su cultura e idiosincrasia. Bastará ver el orgullo y la dignidad con que se celebra en Bolivia el Día del Mar, o la forma en que entonan cánticos que reivindican el espíritu de su causa.

Todo ello va trayendo como consecuencia una enorme frustración y un sentimiento de tristeza y pérdida para todo un pueblo (que por cierto nada tuvo que ver con las decisiones que tomaron un grupúsculo de políticos, militares y empresarios de los tres países hace 135 años atrás) y que crece día a día, calando hondo en la psiquis de toda una sociedad. Inevitablemente, va generando un sentimiento de malestar y descontento hacia la actitud displicente y de falso diálogo que Chile ha adoptado históricamente, y dicha antipatía se va arraigando en forma creciente con el devenir de las generaciones.

Tenemos el deber de cuestionar nuestra posición al respecto, y generar un debate -hasta ahora casi inexistente- acerca de las consecuencias  que ella trae consigo. Nuestro país se ha destacado en las últimas décadas por su afán de entablar relaciones al más alto nivel con la más amplia variedad de potencias extranjeras, y ¿qué hay de nuestros vecinos? Por más integrados al mundo que nos encontremos, y por más que nuestros índices de desarrollo se codeen con los de países del “primer mundo”, la realidad es que siempre estaremos inmersos en el concierto latinoamericano.

No parece sensato el que no cultivemos relaciones de cooperación, fraternidad y diálogo con los pueblos con que compartimos fronteras, ni desentendernos como lo hemos hecho muchas veces hasta ahora de temas que los aquejan directamente. Como señalé más arriba, cierto es que en estricto rigor jurídico, Chile puede no deber absolutamente nada a Bolivia, menos aún territorio, pero cabe hacerse la pregunta acerca de si es razonable el continuar aferrándose a la literalidad del Tratado de 1904, la cual a mi parecer da cuenta de una política exterior limitada e inconexa con los tiempos que corren.

¿Qué haría Chile acaso en la posición de Bolivia? ¿Continuar confiando en negociaciones estériles que por décadas y décadas, y tras toda clase de gobiernos, no han conducido a nada? Me parece de toda lógica que el Estado boliviano haya adoptado la decisión de ir a la Corte Internacional de Justicia, probablemente cualquier país en su precaria situación habría hecho lo mismo. E incluso ante este panorama, es del todo improbable que Bolivia consiga mucho, puesto que como sabemos, La Haya es un tribunal que falla eminentemente en Derecho, y que históricamente ha tenido una mirada muy conservadora a la hora desconocer la existencia de un tratado, máxime cuando aquel fija límites terrestres. El mejor de los mundos para Bolivia se devela como uno en el que la Corte imponga una obligación de negociar, decisión que prácticamente dejaría las cosas tal cual como están hoy, puesto que el tribunal no cuenta con medio alguno para forzar a un país a negociar (y menos sus límites terrestres). Y si no, que lo digan Hungría y Eslovaquia, a propósito del caso Gabcikovo-Nagymaros, en el que la Corte falló hace años acerca de la obligación que tenían ambos países de negociar un tratado. Nada ha ocurrido.

Nuestro país tiene casi 6.500 kilómetros de costa. Hasta el día de hoy, no hemos sido capaces de  compartir ni un centímetro de todo ese mar en pos de la unión, de las posibilidades de desarrollo y de la satisfacción inconmensurable de una nación que alberga en lo más íntimo de sus aspiraciones el reencontrarse con lo que alguna vez tuvieron. Acá no se trata de devolver regiones completas, ni de dejar en un limbo a los ciudadanos chilenos que habitan en esas zonas, nada de eso.

Simplemente se trata de actuar más allá de lo que nos pueda exigir el Derecho (que por cierto es siempre un mínimo), de dar una verdadera cátedra de diplomacia, de comunidad e interés por la suerte de quienes no son chilenos, pero con quienes compartimos no sólo una frontera, sino que una historia y un porvenir conjunto. Sería un gesto de grandeza que situaría a Chile como un país consciente no sólo de velar por sus propios intereses sino de entender que el futuro de nuestras naciones está inevitablemente vinculado a una idea, a un sentido de comunidad y cooperación recíproca.

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2 comentarios

  1. Estimado Benjamin,

    Hasta cuanto estoy informado Chile le ha dado a Bolivia acceso libre a su Puerto Arica con anden propio. Esto es una Democratica solucion que no se ofrecen en otras partes del Mundo .
    Nosotros en Isreal, preparamos una proposicion similar cuando los Palestinos realmente contemplaran nuestro ofrecimiento de PAZ construyendo un puente entre el puerto de Gaza y los «territorios ocupados» que entonces seran autonomos.Por mientras, la mercaderia que llega por mar se les permite continuar via terrestre al Oriente.

  2. Estimado Benjamin,
    Como estudiante de derecho deberias saber que una cosa es lo que se quiere y otra muy distinta lo que se puede.
    Lo que se quiere lo dejo demostrado el Presidente Pinochet en 1975 en Charaña, cuando acordó junto al Presidente Banzer de Bolivia, la entrega de una franja al norte de Arica a cambio de diversas concesiones territoriales bolivianas.
    Todo muy bonito hasta que Perú hizo valer el tratado de 1904 en que se indica que todo territorio que hubiese pertenecido a Peru antes de la Guerra del Pacifico no puede ser cedido a un 3er pais sin su autorizacion . Y Perú se negó,
    Crees tu que hoy lo autorizaría?? a la luz de los recientes acontecimientos en La Haya lo dudo.
    A menos que desees que Chile se vea cortado en su territorio a la altura de Antofagasta, creo que Bolivia deberia negociar su salida al mar con Peru.

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