Hablemos de lo que no se puede hablar

por DANIELA BITRAN, Est. Psicología, PU. Católica.

Supe de un cuento que explicaba dónde se iban las palabras en el mundo, todos los tipos de palabras posibles, las lindas, feas, buenas, malas, cocidas y podridas.

A veces es fácil dar pasos largos, saltar de a dos los peldaños de las escaleras. Y es que, ¿Qué son las palabras? muchas veces la razón de las cosas, su origen, son lo que nos muestra qué son.

Somos seres. Humanos. Seres humanos, personas. Estamos acá, estamos. Somos un cuerpo, una cosa. Por lo tanto, todo lo que podemos hacer es en esa dimensión, cosificar. Construimos, hacemos y principalmente, hablamos. Eso son las palabras, cosas. Vemos algo, sentimos algo y, de algún modo demasiado propio de lo que somos, logramos materializarlo a través de una palabra.

Pero, tenemos cosas que no son cosas. Sí, estamos, pero también somos. Hay algo “dentro” nuestro, un componente proveniente de D’s para los creyentes, entendido como el ‘Alma’ para ellos u otros, lo divino, lo ‘Numinoso’ según el pensador Carl Jung, quien junto con miles de otros, intentó ponerle nombre sin éxito más que el intento mismo. El problema está en que ese algo más no es una cosa y, por lo tanto, no es una palabra ni hay palabra que sea ese algo. ¿¡Cómo podríamos entonces describirlo?! Exactamente, no se puede.

¡Por su puesto que no! A este punto, si me han ido siguiendo, ya les parecerá obvio, e incluso gracioso, lo ridículos de los humanos por haber creído posible convertirlo en palabras. Porque es algo infinito, a diferencia de la materia que es finita y en consecuencia, cada vez que intentemos materializarlo, estaremos reduciéndolo y dejando de ser lo que es, ya que ese algo del que hablamos es irreductible en sí mismo, inmaterial e inmaterializable.

Al usar palabras, al hablar de aquello que es este otro elemento-sin-palabras, estaremos entrando por siempre en una paradoja pura y eternamente incapacitada de satisfacernos.

El problema está en que es justamente de ese algo más de lo que queremos hablar. Y así debiese ser. Por lo demás, todas las conversaciones más nobles, menos superficiales, son de cosas que no son cosas. No por nada existe el cliché “lo que siento por ti no tiene palabras”, sentir que lo que uno intenta decir va más allá de lo decible, o que ciertas cosas no tienen nombre, no porque no se les ha puesto sino porque no se les puede poner ninguno.

Si no niegan entonces la existencia de este otro componente dentro nuestro, podrán empatizar también con el hecho de que, por algún motivo, queremos sacarlo de adentro, hacer algo con ello y como, a su vez, lo único que podemos hacer –y lo mejor que sabemos hacer- es hablar, nos metemos de nuevo en la paradoja cruel. Creo que ese fue el castigo al que fuimos condenados: tener la capacidad de conocer lo inmaterial, sentirlo, serlo, y tener la necesidad de expresarlo, compartirlo, exteriorizarlo, teniendo como mejor herramienta el lenguaje, y nuestro gran invento, el hablar, decir. Y si es que el ser que nos condenó fuese perverso, ahora mismo estaría riendo a carcajadas: la frustración de usar palabras para hablar de algo de lo que en sí mismo no se puede hablar y aún así, no poder dejar de hacerlo.

Entendiendo todo esto, un poco (porque la manera en que solemos pensar y entender ¡es también a través de palabras!), me he dado cuenta de lo limitada que es la palabra, claro ¡si lo es por definición! Yo solía tomarlas demasiado en serio y ahora comprendo que en realidad no son más que intentos desesperados. La palabra no es la verdad y lo que no se dice no es ‘No real’. Y es importante entenderlo porque una vez que se ve así, podemos relajarnos. Bajar a la palabra del pedestal, entender las teorías también como sólo intentos, me permite no sentir tanta angustia cuando algo no está siendo dicho.

Entonces, es cuando me doy cuenta que si el pedazo de piña está delicioso, no tengo que decirle a mi amiga “¡Qué rico está!” para que sea el mejor pedazo de piña que me comí en mi vida o para compartir eso con ella; la palabra no es lo único que establece realidad. La realidad existe. que afirmación más redundante y hasta confusa, pero si se internaliza nos permite relajarnos y sólo ser.

Callémonos. Gracias a D’s, mucho más cercano a ese algo que las palabras, que sí pertenecen a su universo, como lo es la música, el arte, el amor, bailar, llorar, gritar, reír. Estos regalos nos revelan la verdadera naturaleza bondadosa de aquel ser creador que nos castigó; usémoslos, disfrutémoslos, gocémoslos, dejemos lo reducido por lo simbólico, la palabra por la metáfora.

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4 comentarios

  1. Me encanto el articulo.
    Habla de tantas cosas importantes y que de alguna forma aparecen en mi vida todos los dias.
    Que mas decir? No hay palabras

  2. Exelente observación!. Que importante es darse cuenta de que los cimientos sobre los cuales está construido nuestra sociedad y cultura no son más que intentos subjetivos de «cosificar» todo lo que nos rodea. Arriba el arte!

  3. si lo existiese la palabra dejaríamos de ser
    y es triste lo poco valoradas que pasan a ser esos «algos» indescriptibles, siendo que comunican mucho más que las palabras,
    y muchas veces vienen desde dentro, desde esa alma
    ¿qué mejor manera de expresarse que desde esta interioridad indescriptible?

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