El camino de la luz, hijos del demonio

por SRDJAN KALDI, Est. Ingeniería Civil, U. de Chile.

Desciendo de una tribu majestuosa, la virtud de la gloria se arrastra arrepentida bajo nuestra dermis.

Todo comenzó con el término. Sean las últimas llamaradas que regala el sol, tan bellas, capaces de detener paulatinamente el fluir del oxígeno, hasta sus moléculas se paralizan asombradas ante tal espectáculo. Debe ser un recuadro surrealista, observar cómo se congelan todas las criaturas, luego sus pilares y su fase final, cómo se detienen los fundamentos que mantienen el orden.

Somos líquidos, ese don de fluir es lo que nos mantiene vivos, son las reacciones espontáneas, relaciones inducidas, sonrisas de semáforo. Esa larga noche, los antepasados originales se mantuvieron como piedras hasta el nuevo sol. Es sólo cosa de tiempo el que vuelva a aparecer el tiempo, acompañado de un sinnúmero de motores del mismo calibre. Es la misión primordial de cada nueva generación, atrapar y someter los atributos que vuelan sin mucha preocupación en los cielos.

La ambición es el pecado original. Es la mayor de las virtudes, omnipotente, se niega a recibir órdenes, a caer ante algún tipo de soberbia, se niega a dejar de fluir. Es así como su semilla se encuentra potencial, en cualquier cuerpo digno de su ocupación. Es este origen el que tienta la mano a empuñarse fuertemente, abarcando todo lo que sus huesudos dedos le permitan aprisionar. Fuese el último comienzo uno particularmente sangriento, véase en los libros de historia:

«Érase el inicio. Los elementos más abstractos intentaban furiosos asentarse en alguna posición. Son preferibles los tronos supremos que rigen de alguna manera a los menores. Entre la guerra de nuestros motores, cantaban agraciadas walkirias, bajo entonaciones ilusorias que cautivan hasta la más profunda lombriz.

Este fuego, la causa del nuevo comienzo, es un candente llamado a la mortalidad, a un envenenamiento que da sentido de inconcluso, que vislumbra desarrollo, la única esclavitud que libera al hombre de cadenas, pero que secuestra el mensaje de satisfacción y conlleva nuestra raíz falta de armonía.

Mi padre cayó cautivo ante el deseo. Es así como los libros relatan fieles y fríos la historia de cómo mi padre, sin nombre aún, se regocijó al comienzo, en vigilia noche tras noche con el vuelo espasmódico de las virtudes. Tras la tercera larga noche, corta los cabellos de sus 11 hermanos, conformando un lazo. Lanzado fue 3 veces, hasta que de una de sus extremidades trajo a tierra a la virtud que gobernaría nuestra generación, gloria.

Su avaricia fue tal, que sus hermanos sufrieron por sus temores y delirios, siendo atados con la misma cuerda y quemados, como mi padre expresó en la «vía lucís», el único camino que iluminaría al ser humano. Con sus propios dientes, arrancase la piel de su antebrazo derecho y forzase al ánima gloriosa a establecerse bajo su piel. Cerró la herida con los cabellos restantes y la lágrima de satisfacción de la ambición.

Él es nuestro padre, el primer hombre que nos definió como tales, y su virtud de gloria brilló en su antebrazo hasta sus últimos días. Debemos nuestra vida y nuestra virtud a Lucifer, el portador de la luz.»

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