¡Emociónate Santiago!

por DANIEL RUBEL, Est. 4to Medio, Instituto Hebreo.
Un día sábado como cualquier otro, me tenía que levantar temprano y llegar a un compromiso a las 2:45 pm en punto. Como mi mamá se atrasó, decidí irme en micro, cosa que odio ya que un 100% de mis viajes en micro habían sido totalmente desagradables, hasta ese día.
Me subí a la micro y había música muy alegre, lo que partió por llamarme la atención. Pero lo más insólito, fue el conductor. Me dijo buen día, me preguntó cómo estaba y me dio las gracias por pagar el viaje. En una primera instancia, pensé que el conductor estaba un poco ebrio o tal vez levemente drogado.
La gente en la micro, que siempre va callada y tratando de evitar el contacto visual (mirando algún miserable punto ciego), estaba mirándose y riéndose, algo que nunca había visto antes. El ambiente era distinto, y eso me gustaba muchísimo. En algún punto, pensé que había una cámara indiscreta o algo por el estilo.
A medida que el viaje transcurría, noté que el conductor trataba a cada persona que se subía de la misma manera que me trató a mí, y que a cada persona que se bajaba, le decía que tuviera un buen día y se despedía cortésmente.
Lamentablemente, terminó el viaje y tuve que dejar la micro. No podía creer que me fuera posible no querer dejar una micro. Esta persona me hizo el día, y quiero creer que tal vez lo hizo también a todos los demás que viajaban en esa micro. Cuando le conté a mis amigos, se rieron y lo encontraron genial.
Seguro hay gente que mira a otros en menos por su nivel socio-económico, gente ignorante que no se da cuenta de la cantidad de personas a las que puede llegar un alegre y atento chofer de micro. Experiencias como ésta me hizo abrir los ojos a una lamentable realidad. La gente no es cariñosa de por sí, y vivimos en una sociedad donde ser o hacer feliz a los demás es considerado raro. Me da tanta lástima que la sociedad haya cambiado, que cada día la gente es más agresiva y prepotente, que gestos como un saludo o un abrazo hayan quedado en el pasado, que el santiaguino viva tan apurado que no hay tiempo de ser atento ni cordial.
Desde ese día, me propuse ser más cariñoso y tratar de ser lo más tolerante y solidario posible con los demás. Yo no quiero que el gris de la sociedad santiaguina se meta en mi corazón. Estoy seguro que los frutos se verán reflejados en mi entorno, mejorando mi relación con mis amigos, familiares y también con los desconocidos que caminan junto a mí.
A veces, pienso en lo mal que estaba por tener que esperar hasta que me ocurriera algo para hacer el cambio. ¿Para qué esperar? Debemos todos hacer el cambio, y es ahora, antes que sea demasiado tarde. No lo hagamos sólo por nosotros mismos, aunque seamos los primeros que nos vayamos a ver beneficiados. Hagámoslo por los demás, por mejorar la sociedad en la que vivimos.
No permitamos que el gris que se extiende en el falso desarrollo de nuestra ciudad, se meta también en nuestra manera de ser, en nuestra manera de sentir y de relacionarnos con los demás. Seamos un movimiento lleno de colores, con fuerza y emoción, e inundemos al resto con nuestro mensaje. Las sonrisas sólo traen más sonrisas. Los efectos en cadena siempre llegan de vuelta.

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