La caridad del balde de agua en la cabeza

por BENJAMIN ALALUF, Est. Seminario Rabínico, Marshall T. Meyer.
 
Dentro de los pilares del mes de Elul, definitivamente el que más me gusta es la Tzedaká, porque es el más práctico. Arrepentirse y no hacer nada es una falsedad, pero la Tzedaka es una real oportunidad de ejercer toda nuestra preparación espiritual.
Todos hemos escuchado y repetido que somos afortunados y bendecidos por tener casa, recursos, familia, por vivir una vida relativamente normal, por poder darnos ciertos lujos cuando queremos (algunos más otros menos), pero no nos planteamos lo malagradecidos que estamos siendo al mismo tiempo.
Quiero plantear algo que lleve a la reflexión, pero por sobre todo a la acción. De alguna forma, todos somos grandes idealistas, soñadores que agradecemos por ser como somos y por tener la bendición que tenemos, y a la vez quisiéramos que esto se tornara en una condición de justicia general. Gritamos porque se acabe el hambre en el mundo, porque la pobreza deje de matar gente, porque deje de haber niños que mueran de frío, envueltos en diarios en una esquina en la calle, o que llegue una cura para las pestes en África. Cada vez que veo estos slogans, llamando a la conciencia sobre diversas causas, me emociono mucho, pero así no se logra nada.
Terminamos siendo egoístas, porque aunque lo digamos y algo actuemos, no vemos grandes cambios. He visto miles de campañas pasar, mucha gente movilizando corazones, pero el hombre que duerme en una esquina a una cuadra de mi casa ahí sigue durmiendo y la gente en África sigue muriendo también. Nos sentimos demasiado cómodos por nacer donde nacimos, pero fue cosa de números, de estadística, pudo ser como pudo no ser.
Si somos creyentes, no seremos tan ingenuos para decir que D’s nos hizo nacer en cuna de oro (el que tiene techo, comida y un computador para leer esto), ya que comiendo en restaurantes caros y con un buen auto, ya vamos en cuna de platino, y los que además viajan, ya son de diamante. ¿Somos capaces de agradecer con el alma no haber nacido pobres? Incluso aquellos que no creen, por respeto a la vida y a las probabilidades, ¿son capaces de verlo?
Cuando tomamos conciencia de lo afortunados que somos, es el momento de entender que si no ayudamos de corazón y de la forma más grande en que podamos, somos todos unos absolutos malagradecidos. No nos podemos quedar en hacer un Iom Mitzvá, Iom Tzedaká, Iom Maasim Tovim y todos los iamim que se nos puedan ocurrir, no podemos estar tranquilos si ya hice mi buena obra del mes yendo a visitar un hogar de ancianos, no podemos sentirnos generosos o empáticos por recibir un balde de agua fría en la cabeza para después soltar una carcajada y nominar amigos a que lo hagan. Nada de lo anterior es suficiente.
Tenemos la obligación de ayudar todos los días, de hacer sentir a la gente desgraciada un poco menos desafortunada. No basta una moneda, partamos por un billete, un almuerzo, y acompañémoslo siempre de una sonrisa, una pequeña conversación, demostrando aunque sea un poco de interés, ¿o acaso nuestro corazón ya no se conmueve con nada?
Cada día debemos ayudar de la forma que sea, es un deber cambiar la realidad de injusticia y desigualdad. Podemos a corto plazo mejorar lo que ocurre dentro de nuestras casas, a mediano plazo en toda la cuadra, y a largo plazo en el barrio completo. Si no ayudamos, somos ladrones del destino que recibimos, si no damos, nos estamos riendo en la cara del pobre mientras contamos dinero frente a él.
Todas nuestras necesidades se confunden con los lujos que nos queremos dar. Tendemos a pensar que no hay remanente mensual para cubrir mucha ayuda, pero cuando separamos cuidadosamente, hacer un sacrificio no nos va a cambiar la vida, un mes más de espera para darnos cierto gusto no nos va a deprimir, sino que va a alimentar al menos a una familia que no tiene que comer por un mes o más.
La Torá entiende la pobreza, no la niega, pero sí obliga a ayudar. La solución para la equidad está al alcance de nuestra mano, en ese billete que en vez de un café en Starbucks va a comprar un almuerzo para el que está con dolor de estómago por hambre, o mucho mejor, con otros billetes va a financiar una beca universitaria.
Dejemos de ir por la vida como si el otro me importara un carajo, todos podemos hacer algo. No hay que ser pobre para que el mundo sea más justo, hay que sentir la obligación de ayudar al que lo es, y el que no lo siente, debería sentirse avergonzado.

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *