El Chile de los fascistas y los comunistas

por LEON VALDES, Ingeniero Civil Industrial, U. de Chile. Est. Ph.D en Gestión de Operaciones, MIT, EE.UU.
 
Hace pocos días, celebramos los judíos la festividad de Iom Kipur, que cierra un período de retrospección de cara al nuevo año que comienza. Parte fundamental del objetivo de esta festividad es poder identificar las cosas que hemos hecho mal y así evitar repetirlas, en un intento por mejorar cada año.
Como Chile, creo que nos vendría bien un Iom Kipur a gran escala, mirando y analizando no sólo el año recién pasado, sino toda nuestra historia reciente. Aunque para algunos, el 11 de septiembre marca en cierta medida ese momento de pausa y retrospección, nuestra generación rara vez participa o se siente parte de tal ejercicio. Para quienes tienen la doble fortuna de haber crecido en democracia y de no tener familiares que sufrieron en carne propia la dictadura, esta última representa cada vez más sólo un lejano episodio en la memoria colectiva de nuestro país.
Por una parte, celebro que como generación intentemos dar vuelta la página y seguir adelante, construyendo un país sin los fantasmas de la dictadura. Crecimos sin miedo a disentir y a expresar abiertamente nuestras opiniones. El dicho “en la mesa no se habla de política ni de religión” aplica cada vez menos. El movimiento estudiantil que comenzó hace algunos años, cuyos mayores líderes están hoy en el Congreso, instaló un tema que hoy es parte fundamental del programa del actual gobierno.
Sin embargo, somos también parte de una generación que creció sin conocer en persona lo que el odio y la polarización llevaron. A pesar de no vivir actualmente en Chile, sigo las noticias a diario y he leído con sorpresa cómo las descalificaciones abundan en ambos lados del espectro político. El actual gobierno está impulsando reformas que, más allá de las opiniones que cada uno pueda tener al respecto, son de gran envergadura. Desde el inicio de la campaña de gobierno, añejas descalificaciones surgieron y siguen apareciendo entre los “comunistas” que las apoyan y los “fascistas” que las rechazan. El reciente y condenable atentado en el Metro de Santiago sólo empeoró las cosas.
Lo que más me preocupa de la situación actual es que varias de las descalificaciones y verdaderas campañas del terror vienen precisamente de miembros de mi generación. Esa misma generación que creció, en teoría, sin miedo a disentir y sin odio a quienes piensan distinto… ¿Será tal vez que el odio y el miedo los aprendimos como si fuesen nuestros? ¿O es que sin haber vivido el miedo en persona, no somos capaces de evitar repetir los errores del pasado?
Quiero creer que somos capaces de responder a ambas preguntas que no. Si realmente queremos construir un país distinto, tenemos que librarnos de prejuicios y desconfianzas que no nos pertenecen. Asimismo, el miedo no debiese ser la única razón para evitar los ataques a quienes piensan distinto; debemos ser capaces de hacerlo sencillamente por respeto a las diferencias y porque así es la democracia: ya habrá tiempo en algunos años más para evaluar nuevamente si como país queremos mantener o cambiar el rumbo. Las campañas del terror, por lo tanto, no tienen cabida alguna.
Como generación, todavía necesitamos hacer una pausa cada cierto tiempo para mirar el pasado reciente de nuestro país y aprender de él. De lo contrario, terminaremos como en una de las canciones popularizadas por la cantante brasilera Elis Regina: “mi dolor es descubrir que a pesar de ya haber hecho todo lo que hicimos, seguimos siendo los mismos y vivimos como nuestros padres”. Tenemos que ser capaces de librarnos de los prejuicios que heredamos y de entender los errores y horrores que se cometieron, para así evitar repetirlos.
 
Foto: elciudadano.cl

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