Las familiares melodías de los otros

por INBAL LANDAU, Periodista, U. Diego Portales.
 
Me encontraba caminando por el Parque Hayarkón de Tel Aviv mientras me dirigía a una cena en la que prenderíamos la primera vela de Janucá. En eso, pasaron por mi lado tres niñas árabes de unos 9 o 10 años junto a una mujer adulta que llevaba la cabeza cubierta con un hiyab. Mientras andaban, yo las oía hablando en árabe. En eso, una de las pequeñas soltó una frase de una canción típica de Janucá, “Maoz tzur yeshuhati”, con esa entonación de cuando tienes un tema “pegado”.
De inmediato, me vinieron a la mente los villancicos que cada diciembre no me salían de la cabeza durante todos los años que viví en Chile. Yo no celebraba Navidad, pero el espíritu navideño se encontraba por doquier: en los comerciales de la televisión, en las películas, en la música instrumental del supermercado.
Cuando leí el artículo publicado por el periodista árabe israelí Sayed Kashua -quien recientemente se mudó junto a su familia a EE. UU.- en el diario Haaretz, no pude evitar sentirme identificada en alguna medida. En él, con bastante gracia relataba lo influenciados que están sus hijos por la cultura judía y el idioma hebreo, luego de haber nacido y crecido en Israel. Los pequeños estuvieron tan inmersos en nuestras tradiciones que uno de ellos terminó ganando un concurso de conocimientos sobre Janucá en su nuevo colegio norteamericano.
Durante el año pasado, me dediqué a estudiar sobre judaísmo en un espacio abierto y pluralista en Tel Aviv. Al leer tanto los textos bíblicos como el Talmud, y al sumergirme en el pensamiento filosófico de diversos personajes de nuestro pueblo, me di cuenta de todas las conexiones que de manera natural hacía con conceptos, frases y creencias cristianas. Sin nunca haber leído el Nuevo Testamento, me había empapado de las prédicas del Padre Hurtado y de las máximas de Jesús por el solo hecho de vivir en Chile. Y si bien el cristianismo se cimienta en buena parte sobre el Antiguo Testamento judío, también pude percibir cómo el judaísmo en algunos casos fue permeado por creencias cristianas y de otras tradiciones o culturas.
Hace algunos meses fui invitada a participar en un nuevo grupo que se reúne periódicamente para estudiar y conversar sobre textos y temas judíos en Yafo, del que yo sólo había conocido al organizador. Para mi sorpresa, la primera sesión tuvo lugar en el departamento que comparten dos mujeres judías y dos mujeres árabes, quienes se incorporaron desde el comienzo a este proyecto. En algunas ocasiones, Rajaa y Miriam abren el Corán y nos traducen algunos de sus versos, y he podido ver cómo se repiten historias de la Torá con algunas diferencias, a veces mínimas.
Cuando caigo en la cuenta que esos relatos milenarios fueron exportados al mundo entero desde este pequeño lugar, y que aún hoy tienen tanta fuerza; cuando pienso que las tres principales religiones monoteístas se sustentan en una misma historia, es cuando más siento que todo lo que ocurre aquí y lo que trasciende estas fronteras con respecto al conflicto, no es más que un horrible absurdo.
Yo misma fui a comprar sufganiot (berlines típicos de Janucá) a la tradicional panadería árabe Abulafia, donde hace unos meses atrás, me atendió un muchacho con una polera que rezaba: “Árabes y judíos se niegan a ser enemigos”. Y si bien la época estival en Chile nunca se había vuelto tan compleja como el último verano que pasamos por estas tierras, eso me hace pensar en lo popular que se había hecho el pan de pascua en mi casa en Santiago.
Estoy convencida que desde las pequeñas cosas y lo cotidiano, desde eso que parece ser lo más trivial, se abre una oportunidad para ser más propensos a entendernos los unos a los otros, para vernos los unos a los otros.
Durante uno de los días de la festividad, pude escuchar desde mi ventana a un niño cantando el estribillo de la canción “Iamei hajanucá”. No tuve cómo saber si era judío, musulmán, cristiano o quizás de algún otro credo.
No dejo de pensar y esperar que aquella inocencia con la que nacemos y que llevamos durante los primeros años de nuestras vidas, que esa mirada genuina y no contaminada aún por lo que dicen y hacen los grandes, logre acompañarnos como una melodía que no podemos sacarnos de la cabeza, como un sonido del que poco importa de qué fuente proviene como hacia qué milagros y maravillas podría llevarnos, mientras nos recuerda que en el fondo es más humano buscar un lugar en común que un espacio que marque nuestras diferencias.

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0 comentarios

  1. Que lindo texto! Gracias.
    Soy católica y tengo una gran amiga judía, con la que fuimos compañera de universidad y a la que sigo viendo y queriendo mucho. Hemos compartido rituales y conversaciones llenas de curiosidad sobre el sentir y el hacer en la fe de la otra.
    Comparto tu punto, necesitamos más luz en nuestras vidas, que nos permitan ver nuestras semejanzas y raíces comunes, así como gozar de aquello que se nos ha perneado en lo cotidiano.
    Gracias.

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