La integración del etíope en Israel

por ALBERTO ASSAEL, Psicólogo, PU. Católica.
 
Viajé a Israel en el marco de una pasantía, y dentro de varias actividades, elegí pasar las mañanas trabajando en el programa de integración etíope. En ellos, vive parte de la historia que se creía perdida, pues serían descendientes de una de las doce tribus.
Considerados extranjeros en el país africano, vivieron por siglos conservando las tradiciones judías y siendo discriminados por eso. Cuando el gran rabino de Egipto conoció a su líder en el año 1552, vio en ellos el espíritu de su propia gente.
Desde que comenzó la ley del retorno, el estado de Israel los ayudó a salir de su país, por períodos en misiones secretas, pero hasta la actualidad, en acuerdo con sus gobernadores. Hoy, más de 125.000 judíos etíopes viven en Israel. El programa nacional de integración etíope tiene la misión de ayudar a los más jóvenes a tener las mismas oportunidades que sus conciudadanos.
Muchos de los adolescentes con que trabajé nacieron en Etiopía y a los pocos años emigraron a Israel, por lo que más allá de los aspectos físicos, no parecen diferenciarse mucho más de los otros israelíes. Sin embargo, algunos de sus padres no recibieron educación, o tenían condiciones de vida muy precarias, por lo que ha sido fundamental compensar la diferencia cultural a través de asistencia escolar, como también brindando espacios para el desarrollo de habilidades blandas en sus centros para la juventud.
En el espacio extra programático de los colegios, realizamos junto a una colega argentina un taller centrado en la identidad. Por el período de vida que transitan, y la particular historia que tienen, creímos importante dar espacio para pensar y reflexionar sobre aquello.
Dado que existía la barrera del idioma, trabajamos en base a imágenes, dibujos y actividades que permitiesen la expresión más allá del lenguaje verbal. Así como ellos de alguna manera fueron olvidados, pensamos que este modo de intervenir iba en la misma línea, la de rescatar y conectar aspectos de ellos mismos que muchas veces son dejados de lado.
Muchas veces no supimos cuáles fueron sus pensamientos, ni a qué conclusiones llegaron estos adolescentes a través de nuestras actividades. Escuchamos sus preguntas, vimos sus dibujos y las fotografías que elegían, y a ratos logramos poder comunicarnos en vías alternativas que pueden ser incluso más claras y directas que el lenguaje hablado.
Si bien lo que aparecía era difícil de entender, pudimos ver el miedo a la muerte, a futuros desesperanzadores, al riesgo de la auto expresión, a decir lo que les pasa, a un esfuerzo sin sentido, a que les toque difícil… vimos la necesidad de sentirse alegres por la amenaza que es no estarlo y sentir emociones inesperadas.
Pasamos las actividades escuchando sus voces altas y melodías en otras lenguas, viendo sus movimientos ágiles con bailes de hombros quebrados, nos mostraron las imágenes en sus celulares, sus jugadores de fútbol, los perfiles en las redes sociales, la música que salía de sus bolsillos.
Nos enseñaron quienes son, pero no sé si los entendimos. Tampoco sé si los israelíes los entienden. Pero ese no era el objetivo. Pudimos vincularnos y acercamos a ellos, como también, creo, ellos a sí mismos.

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0 comentarios

  1. Alberto, me conmovió el párrafo del final…La identidad es una problemática tan compleja…Estaría bueno volverte a leer con los «avances» (y/o «retrocesos») del trabajo que están haciendo con este grupo…Saludos 🙂

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