El Israel que yo quiero

por ARIELA LIJAVETZKY, Lic. en Ciencias de la Educación de la U. Buenos Aires. Directora del Departamento de Educación No Formal de la OHA Macabi.
La misma incertidumbre de siempre: ¿quién se sentaría al lado mío? Fila 27, asiento A, ventana. Era mi vuelo de regreso a Buenos Aires, desde Tel Aviv con escala en Madrid, y a mi lado se sienta una madre con su pequeña hija. Las escucho hablar en francés; luego en árabe, y finalmente en castellano. «¿Cuántos idiomas sabe la niña? ¿Qué edad tiene?» – le pregunto a la señora. Tiene 3 años, y habla 5 idiomas: francés, árabe, hebreo, inglés y español.
Ante mi cara de sorpresa, la mujer me cuenta que ella es guatemalteca, por eso el español, su marido es suizo, viven en Israel hace 3 años, en el lado árabe de Jerusalem, y la niña asiste al Liceo Francés. Le pregunto si es árabe musulmana o árabe cristiana. Me cuenta que no son árabes, pero viven allí porque su marido es diplomático de Suiza para la Autoridad Palestina.
Y bueno, el libro que yo tenía para leer, la película que quería ver, los textos que tenía para estudiar durante mi viaje pasaron a segundo plano. En ese preciso instante, sentí que en aquel vuelo iba a tener una de las conversaciones más interesantes de mi vida, y así fue. Ella resultó ser no sólo «la esposa de», sino que además era la Directora de Relaciones Internacionales de la organización «Médicos por el mundo». Y su acción principal la desarrollaba en Gaza.
Le pregunté qué opinaba de la situación allí. Me contó acerca de los niños que vio en Gaza, que perdieron todo, incluso a sus padres, y de los destrozos que habían quedado luego de la guerra del año pasado. Le dije que es cierto, que era terrible, y que yo había visto algo similar en Sderot, hace algunos años atrás. Ahora el Estado de Israel había invertido mucho dinero en proteger a su población, y por suerte los cohetes lanzados desde Gaza hoy en día eran interceptados por la cúpula de hierro, sumado a los sistemas de detección de misiles que advertían a los ciudadanos para que corran a los refugios por si la cúpula llegara a fallar.
Asintió con la cabeza, y agregó que Suiza es uno de los países que declaró que Hamas no es una agrupación terrorista, pero que algunos integrantes de la agrupación decidían unilateralmente lanzar esos cohetes, y las consecuencias que esto traía para con el ejército israelí las sufría toda la población en Gaza, sobre todo niños y enfermos ya que disparaban contra escuelas y hospitales.
Es verdad, le dije, la fuerza con la que responde el ejército israelí suele parecer desmedida para muchos, pero en realidad lo que hacen es detectar desde son lanzados los misiles, y cuando se trata de lugares con civiles como la mayoría de las veces, advierten primero a la población que deben evacuar. Le pregunté si ella estaba al tanto, si alguna vez escuchó sobre estos avisos que el ejército israelí hace para evitar la muerte de inocentes. Me confirma que sí, que incluso le han mostrado los panfletos, pero que lamentablemente mucha población en Gaza es analfabeta, y quienes no lo son, no siempre tienen tiempo suficiente para evacuar la zona, o simplemente no tienen a donde ir, porque por miedo a recibir terroristas, muchas familias no quieren recibir gente corriendo en busca de ayuda.
Continuamos charlando durante todo el viaje; sobre la situación en Gaza, la posible creación de un Estado Palestino, sobre el derecho del pueblo judío a tener un Estado Judío en la Tierra de Israel. Le conté sobre la Ley de Retorno, sobre la educación judeo sionista en las comunidades judías de todo el mundo. Me preguntó si yo había viajado con esos grupos de jóvenes que se ve constantemente en Israel. Imaginé que hablaba de Taglit, le conté de qué se trataba, por qué se hacía. Se maravilló con el apoyo que las comunidades judías del mundo tienen hacia Israel, y la identificación que muchos judíos tienen con un país tan lejano.
9 veces estuve en Israel. La primera vez fue cuando tenía 10 años, junto a mis padres. Visitamos el Kotel, las playas de Tel Aviv, los jardines de Haifa, el desierto del Neguev, y también la mezquita dorada, la tumba de Jesús, el barrio árabe. Nunca más volví a visitar estos últimos lugares. La vez siguiente, en el año 2001, fue durante la segunda intifada. De piedras a bombas en buses, y luego los cohetes Katiushas. Zonas de control, paredes que separan ciudades a la mitad, sirenas.
Tuve la suerte de participar en el seminario de Liderazgo Diplomático del Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel, y durante él tuve la posibilidad de conversar con el director de una terciario árabe en Haifa, con dos representantes del proyecto «Raíces» que promueve el diálogo entre israelíes y palestinos, con el CEO del canal I24news que trasmite noticias sobre Israel al exterior, con la creadora del documental «Rock in The Red Zone» sobre la vida en Sderot, con el arquitecto del proyecto de construcción de la ciudad de Rawabi en el lado palestino, con el alcalde de una ciudad judía ubicada en la zona palestina, con el jefe de policía del chek point de Kalandria y el jefe de policía de Sderot (chofer de Ariel Sharon durante 13 años), con la ministra de asuntos exteriores de Israel, con una alcalde etíope, con mujeres soldados que coordinan la base «habat Hashomer» en la que se entrenan jóvenes que requieren un acompañamiento mayor antes de ingresar a la Tzava, con el director de una usina de start ups árabe en Nazaret, y con muchas otras personas con las que mantuvimos conversaciones realmente muy interesantes.
Cuando uno escucha sobre este tipo de proyectos, ve una posibilidad de cambio. La Israel que yo había conocido a los 10 años de edad ya no era la misma cuando volví la segunda vez. La Israel de hoy tampoco es la misma que la de hace 10 años atrás, ni será la misma que dentro de otros 10 años.
Quiero una tierra en la que todos puedan vivir en paz, sin importar su religión, su cultura, su color de piel. Una tierra que reciba a todo aquel que quiera entrar, que respete todas las tradiciones, y la multiculturalidad se vea en cada esquina. Una tierra que pueda ser de todos los que la consideran parte de su historia, y que a través del diálogo puedan llegar a acuerdos para saber qué es mío, qué es tuyo, y qué es importante que podamos compartir entre todos.
Una tierra con valores judíos, esos que promueven la tzedaká sin importar a quien, para todos sus ciudadanos, la hospitalidad a los desconocidos, el respeto por la diversidad. Esos valores que incluso muchos judíos en Israel y en todo el mundo han olvidado.
Como decía Martin Buber: «allí donde hay fe y amor se puede encontrar una solución a lo que parece ser una contradicción trágica». Yo tengo esa fe y ese amor, y deseo que la Israel libre que conocí a mis 10 años vuelva a ser realidad.

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