Sin asco contra Israel

por JONATHAN META, Abogado, U. de Buenos Aires.
 

El fútbol es -dentro de todo- un deporte simple. Dos equipos, de once jugadores para cada lado, donde el objetivo es conseguir atacar con más jugadores de los que usa el otro equipo para defender la jugada y así llegar al sagrado grito de gol. Pura táctica. Pero no soy ingenuo; sé muy bien que el fútbol es estrategia, pero también es lobby, dinero, dirigentes, favores, política. En fin, muchas otras cosas que desdibujan la pura técnica.

El deporte y la política juegan su partido hace mucho tiempo. Sin embargo, y a diferencia de lo que muchos podrían pensar, lamentablemente juegan en el mismo equipo. Es verdad, no es la primera vez que Israel y Argentina se iban a ver las caras en un partido, pero tampoco era la primera vez que la política iba a romper los puentes que el deporte dice construir.

La primer jugada fue en el año 1972. Mientras que en Argentina, River le ganaba a Boca por 5 a 4, en lo que sería el clásico con más goles de la historia, unos cuantos kilómetros más al este, Alemania organizaba los Juegos Olímpicos, intentando eliminar la imagen que habían dejado los de 1936, en los que Adolf Hitler y su séquito se aprovecharon de la cita mundial para exponer los logros del Tercer Reich.

En Berlín, en la misma Villa Olímpica que albergaba a atletas de todo el mundo, una facción de la Organización de Liberación Palestina (OLP) decidió secuestrar y cruelmente asesinar a los atletas israelíes. Por sentido común, pensaríamos que los Juegos Olímpicos se suspendieron, que se erigió un monumento en el lugar de los hechos para conmemorar a las víctimas israelíes y, obviamente, que las delegaciones árabes repudiaron el hecho abiertamente.

Pero no, los Juegos Olímpicos siguieron. Se hizo solamente un pequeño homenaje, en el que no se habló de lo sucedido, y simplemente se dijo que los Juegos tienen que seguir. De hecho, en el homenaje -que se hizo con banderas a media asta-, diez delegaciones árabes pidieron que se elevaran sus banderas inmediatamente, porque eso era claudicar ante Israel.

No sólo eso, sino que en un partido de fútbol entre Alemania y Hungría, mientras el público alentaba a los equipos y hacía flamear las banderas, se pudieron ver unos pocos carteles que decían “¿17 muertos, ya se olvidaron?”. La organización, en un acto de humanidad, decidió sacar los carteles y echar a las personas que los poseían.

Por si esto parecía poco, habiendo pasado los años, el Comité Olímpico se negó a realizar un homenaje a las víctimas en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de 2012, alegando que la apertura no era apropiada para recordar eventos trágicos.

Pero no terminó ahí. En 1974, en razón del conflicto árabe israelí, la Confederación Asiática de Fútbol decidió expulsar a la selección nacional de Israel, que pasó a jugar en la Confederación Africana, y luego en la de Oceanía, hasta que recién en 1994 fue admitida legalmente como miembro de la UEFA. De hecho, en el 2000, Peter Velappan -Secretario General de la CAF- solicitó a la FIFA que se expulsara a Israel de esa Federación.

Sin embargo, con Argentina había una buena relación. Se enfrentaron en los años 76, 86, 90, 94, y 98. Todas ellas en el estadio de Ramat Gan, en Tel Aviv. Todas menos la de 1998, que se jugó en Jerusalem. Ese antecedente, de todas maneras, no fue suficiente. Después de muchas idas y venidas, el partido que se iba a jugar el próximo sábado 9 de junio fue suspendido. Triunfó la violencia sobre la razón.

La decisión de jugar el partido en Jerusalem trajo muchas controversias, en especial, de grupos radicales palestinos que consideraban esto como un acto de provocación, que estaban decididos a evitar, mandando a su gente a quemar camisetas de Messi. ¿Cuál es el gran problema? Jugar un partido en Jerusalem, pareciera, implicaría reconocer no sólo la legitimidad de la existencia del Estado de Israel, sino a Jerusalem como su capital única e indivisible.

El presidente de la AFA, Claudio Chiqui Tapia, dijo que “este es un conflicto que lleva 70 años y yo tengo que bregar por la integridad física del grupo”. Mientras que el vicepresidente, Hugo Moyano, fue más duro: “lo que pasa en esos lugares, donde matan tanta gente, como ser humano no se puede aceptar de ninguna manera”.

Israel es el único país en el mundo que no sólo no puede decidir cuál va a ser su capital, sino que tampoco puede albergar grandes eventos en una de sus ciudades.

En medio de tanto boicot y amenazas, quizás llegó el momento de decir lo obvio: Israel es el chivo expiatorio conveniente. ¿Acaso ISIS no amenazó con decapitar a Messi y Cristiano Ronaldo en pleno Moscú durante la competencia mundialista? No nos engañemos: no son las amenazas lo que preocupa a la dirigencia, y no son los gritos y manifestaciones en el campo de entrenamiento de Barcelona.

Hay un problema mucho más profundo que tiene su origen en dirigentes impresentables y una sociedad que, cuando de Israel se trata, por alguna razón pierde el asco. La Cancillería Argentina recomendó no hacer el partido porque -entre otros motivos- eso iba a enojar a los países árabes que tienen los votos necesarios para elegir a Argentina como sede mundialista para 2030. Esto sucedió hace ya casi tres semanas.

Acá no hubo improvisación ni miedo a las amenazas de grupos terroristas, sino que estamos ante un nuevo acto coordinado de deslegitimación del Estado de Israel. En palabras del Canciller argentino, es un intento de mantener una relación equidistante entre las dos partes. Pero Israel y el territorio palestino no son iguales, ni desde su status jurídico ni en los hechos, aunque la Comunidad Internacional una y otra vez intente equipararlos.

Por suerte, el asco de los argentinos tiene un límite. Es cierto que la suspensión no fue repudiada por funcionarios, dirigentes ni mucho menos jugadores. Pero lo que sí pasó, fue que hubo un pequeño tweet, perdido en el ciberespacio, de la organización terrorista Hamas, felicitando a la Argentina y su selección por haber suspendido el partido. Aunque no se crea, ese paso en falso -que pareciera ser necesario para entender la diferencia entre la incitación a la violencia y la búsqueda de paz- puede ser el yerro que nos devuelva la pelota. La pregunta es si sabremos qué hacer con ella.

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