¿Extinción judía o extinción humana?

por DANIELA RUSOWSKY, MA en Antropología y Desarrollo, U. de Chile. Lic. en Comunicación Social, Periodista, U. Playa Ancha.
 
El fracaso de la COP25 es una señal inequívoca de lo que ya marcaba la pauta de las cumbres ambientales: la incapacidad de los gobiernos de ofrecer soluciones reales a un problema de escala mundial. La avaricia y la inmediatez parecen ser más fuertes que el sentido común y la evidencia científica combinada. Y si la respuesta no viene desde el liderazgo, tal como lo dijo Greta, la esperanza está en la gente. Mientras algunos despiertan por dignidad, igualdad de género o acceso a la salud, otros lo hacen por salvarnos de la extinción masiva.
Acá nadie necesita salvar nuestro planeta, el que va a seguir girando alrededor del sol, aunque sea con cambios drásticos en el paisaje. Una vez extinto el ser humano –y un montón de otras pobres especies inocentes que están desapareciendo producto de nuestra tozudez- una Tierra más calurosa encontrará su equilibrio y las especies que logren adaptarse a estas temperaturas, en miles de años, evolucionarán sobre las ruinas de lo que una vez fue nuestra civilización.
Suena a presagio apocalíptico, pero la invitación es a actuar, a cambiar de hábitos de manera radical, a disfrutar cada momento con intensidad, a besar y abrazar a nuestros hijos pensando que es el amor lo más transformador de la vida y a rediseñar nuestras prioridades y estilo de vida desde lo más profundo.
Los judíos debemos dejar de preocuparnos principalmente por “qué debo hacer para mantener el judaísmo en las generaciones futuras” y dedicarnos más a “cómo puedo desde lo judío contribuir a que existan generaciones futuras”.
Hemos estados tan obtusamente concentrados en la asimilación como el principal enemigo de nuestra existencia, que hemos perdido de vista que la crisis en la que estamos inmersos hará de nuestro “problema” algo completamente irrelevante en un marco de tiempo muy corto. Somos la última generación que alcanzó a ver el mundo “como era antes de la crisis ambiental”, y parados en el umbral de la continuidad de la especie, nuestra única salida es un cambio sustancial en el estado de conciencia de la humanidad como un todo.
En sociología, se habla de masa crítica al número de personas necesario para que se generen cambios. Pasada esta masa crítica, los cambios se producen; en ausencia de ella, se mantiene la resistencia al cambio. Entonces, nos toca actuar desde la congruencia interna y buscar herramientas que nos permitan aumentar la masa crítica. He elegido varias trincheras, todas humanamente posibles, para hacer frente a tamaño desafío de tikun olam, de sanar al mundo.
Hay tantos ejemplos de pasos que podemos dar a nivel personal. La práctica periódica de yoga, meditación y deporte, una pequeña huerta en casa y consumir bienes caseros, el consumo consiente reduciendo la producción de basura a la mínima expresión, el caminar y usar dentro de lo posible el transporte público, reducir el consumo de carne, cocinar en base a productos estacionales, evitar comprar ropa nueva de grandes tiendas, privilegiar el reciclaje de ropa y los productos locales y artesanales, utilizar productos de limpieza biodegradables, y lo más importante, educar a y criar a nuestros hijos e hijas bajo esta filosofía de vida.
Pero hay algo más, algo que es una lucha contra la extinción cultural. ¿Cómo puede el judaísmo ayudarme a salvar a mi especie –y a tantas otras- de la desaparición? Somos una cultura milenaria que ha logrado adaptarse a los cambios y evolucionar. Sin duda, hay en el judaísmo una sabiduría ancestral de la que todos podemos aprender. Tal como yo aprendo de la tradición de maestros de la India y me nutro con mantras, técnicas de respiración y posturas de elongación; también incorporo elementos judíos a mi práctica del yoga.
La kashrut está llena de sabiduría y respeto por el medio ambiente, los baños de purificación ritual poseen un sentido profundo de renovación espiritual, las festividades están colmadas de valores, respeto por los ciclos agrícolas y sin duda, espiritualidad. En Shabat, el mundo descansa y nos damos tiempo para conectar desde lo colectivo y lo individual. Pero los judíos estamos tan sumidos en la mecánica del rito, que nos hemos olvidado del sentido profundo de éste, hemos dejado de leer a nuestros filósofos y olvidado nuestra inagotable capacidad de debatir y atrevernos a pensar distinto.
Que la luz de Jánuca crezca cada noche en nuestro interior, que esta fiesta de milagros active las teclas que hagan falta para asumir la crisis ambiental como una realidad a la que podemos hacer frente con humildad y valentía, aunque esto implique cambiar radicalmente nuestro estilo de vida para volver a vivir como lo hicimos hace quizás no tanto tiempo, como vivimos durante nuestra infancia en el siglo pasado.
Busquemos en nuestra tradición la sabiduría que haga falta porque, de lo contrario, la asimilación será un detalle y nuestros nietos nunca llegarán a su bar mitzvah, no porque abandonen la tradición, sino porque nosotros los habremos defraudado mucho antes que ellos siquiera existan.
 
Foto: La Tribuna. Movimiento Extincion Humana.

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Un comentario

  1. Que buenas estas dos frases… me quedan resonando:
    … Somos la última generación que alcanzó a ver el mundo “como era antes de la crisis ambiental”….
    y pasar del
    …qué debo hacer para mantener el judaísmo en las generaciones futuras” y dedicarnos más a “cómo puedo desde lo judío contribuir a que existan generaciones futuras”….

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