La Ley de la Pregunta Olvidada: la pérdida de Autonomía y la reproducción sin sentido del Orden y la Dominación.

por EDUARDO SVART, Est. de Psicología y Música, U. Católica.

 «¿Qué sabe el pez del agua donde nada toda su vida?” (Einstein) “El pez será el ultimo en conocer el agua” (Anónimo)

La palabra comunidad suena extraña hoy, en el contexto del tiempo-espacio en el que me encuentro. Claramente país no significa comunidad. Ciudad no significa comunidad. Comuna no significa comunidad, aun cuando podrían significarlo. Familia no significa comunidad, sin embargo una familia puede ser una comunidad. Una comunidad esta ahí donde el centro de la convivencia se apoya en la común-unidad de los miembros (en algún sentido). La época del individualismo actual es claramente la negación misma de la común-unidad. El neoliberalismo, el piñerismo, el UDIsmo, el RNismo y el CONCERTACIONismo tampoco ayudan a lograr una común-unidad: poner la competencia como centro ideológico de la convivencia disipa aun más las posibilidades de alcanzar el ideal comunitario.

No obstante lo sostenido anteriormente, se aprecia en la actualidad un fenómeno social que se observa típicamente en el interior de casi cualquier comunidad y que ha logrado sobrevivir en nuestros días (aun cuando la idea de comunidad se ha visto eclipsada en nuestro vivir post-moderno). Denominaré a este fenómeno como la ley de la pregunta olvidada.

Existen en nuestras prácticas cotidianas una serie de preguntas a las que todos nos vemos enfrentados en algún momento de nuestras vidas. Estas preguntas van cambiando con el tiempo, así como la recurrencia de su aparición. Me refiero a preguntas como: ¿A que edad te gustaría casarte?, ¿Cuántos hijos quieres tener?, ¿Qué te gustaría estudiar? y un largo etcétera. Todas estas preguntas son consideradas como fundamentales, básicas, necesarias. Sin embargo, en todas ellas se reproduce un fenómeno idéntico: son en realidad preguntas secundarias. En todos estos casos hay una primera pregunta que se ha dejado de lado. Una pregunta que no solo se ha omitido, sino que tácitamente ha sido contestada.

A una persona que se apresta a salir del colegio le preguntamos que le gustaría estudiar, pero rara vez se le pregunta ¿te gustaría estudiar? El hecho de vivir entre hombres trae como consecuencia que adquirimos una serie de presupuestos (inconcientes en muchos casos) sobre cuestiones que debiéramos preguntarnos con especial intensidad (y que muchas veces ni siquiera consideramos como materias de cuestionamiento). Es evidente que uno no puede cuestionárselo todo, pues hay que vivir y a veces es bueno subirse a un avión aun cuando uno no entienda como funciona. Pero en algunos temas es fundamental despertar nuestra conciencia con respecto a que presupuesto social se ha infiltrado en nuestra forma de enfrentar la vida, porque si no nos sucede que andamos por ahí viviendo con la ilusión que decidimos algo, cuando en realidad las decisiones grandes, las respuestas fundamentales, ya fueron implantadas en nuestro actuar sin que nos diéramos cuenta.

La función social que cumplen estas “preguntas olvidadas” es bastante simple de comprender: aseguran una cierta continuidad y orden social. Imaginemos el caos que generaría que cada individuo se re-cuestionara cada una de las decisiones que la humanidad ha ido tomando a lo largo de su historia: seria un caos total. Sin embargo, hemos caído en el otro extremo y la falta de cuestionamiento (y por ende de caos en nuestras vidas) nos ha impulsado a esta muerte colectiva que nos tiene tan opacados, cabizbajos y somnolientos.

La cantidad, profundidad y alcance de los presupuestos que se esconden detrás de las preguntas olvidadas varía de caso en caso. Retomemos el ejemplo de la pregunta “¿A que edad te gustaría casarte?”. El primer presupuesto es evidente: debes casarte, tú decide la edad, pero debes casarte. En segundo lugar consideremos que en Chile no hay casamientos entre personas del mismo sexo, lo cual revela un segundo presupuesto: debes emparejarte con alguien del sexo opuesto, de lo contrario simplemente no podrías responder la pregunta (al menos no en Chile, donde vives, se te forma y se te formula la pregunta). Como vemos, la pregunta olvidada nos obliga a tomar decisiones partiendo desde un nivel de acción más elevado del que deberíamos comenzar, y en ese salto se nos va un detalle importante: nuestra autonomía.

Los ejemplos utilizados en esta ocasión son simples y obvios. Pero hay tantas otras ocasiones en que nos relacionamos cotidianamente dando por hecho un montón de cosas que no son tan obvias: ¿En que colegio irán tus hijos? Con esa pregunta validamos el actual sistema educativo, sin ni siquiera darnos cuenta. Quizás deberíamos preguntar: ¿Mandarías a tu hijo a un colegio? ¿No te parece que la forma actual de ver la educación es alienante, castradora, orientada al control y carcelariamente disciplinante?

Las preguntas olvidadas no son solo un rasgo de la vida social, sino que también son una herramienta poderosa de la dominación y del control. Las preguntas olvidadas  encaminan nuestras vidas, nos llevan por calles y avenidas pre-configuradas y nos cierran a un sinfín de posibilidades ¿Cuántas preguntas hemos olvidado en nuestra vida? ¿Cuan distintos habrían sido nuestros caminos de habernos cuestionado aquello que dimos por obvio y necesario?

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Un comentario

  1. Estoy de acuerdo. Y quizás hay algunas preguntas aun mucho mas fundamentales que aunque quisiéramos la mayoría apenas podríamos formularias bien… Quienes somos? Por que estamos aquí? Por que somos así? Que hay después de la muerte? Es lo físico la totalidad de la realidad? Haría eso sentido alguno? Etc. Claro, en un mundo Platónico, donde todos estudiamos filosofía y religión y mística y todas esas cosas, deberíamos partir (lógicamente) de estas preguntas antes que todo lo demás. Pero lamentablemente nos quedamos con las preguntas mas facilitas… Somos solo humanos.

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