La impunidad como factor de irreconciliación nacional; Chile dividido ante la muerte de Augusto Pinochet.

por SIMON WEINSTEIN, Est. de Sociología, U. de Chile. Pahil Casa de Cultura Hashomer Hatzair.

 

El 10 de Diciembre del 2006 murió impune Augusto Pinochet Ugarte. Ese hecho es un dato profundo, que puede ser leído en planos diferentes y es tentadoramente interpretable. El simbolismo presente, las declaraciones de partidos y militantes de diversos sectores y –sobre todo- los sucesos que se vivieron ese día y los siguientes, confirmaron la inusualidad de nuestra historia reciente, lo cuestionable de nuestra democracia y lo dividido que esta nuestro país.

A lo largo del día, en la región metropolitana se desarrollaron dos reuniones masivas que evidenciaron el conflicto político e ideológico que representa la figura de Pinochet. Por una parte, principalmente militantes de la derecha, militares y antiguos colaboradores, además de cientos de partidarios, se concentraron en las afueras del hospital militar, en duelo. Posteriormente, filas de miles de personas para poder despedirse de “su general” tras verlo una última vez en el ataúd que estuvo en exhibición en la Escuela Militar. Simultáneamente, varios otros miles de ciudadanos espontáneamente fueron a festejar a plaza Italia la muerte del dictador, en una fiesta alegre, primaveral y ciudadana. Todas esas personas se mostraron públicamente separadas y unidas por el mismo hombre, nadie permaneció indiferente con la noticia. No solo en la vía pública se pudo ver lo dividido de nuestro país, sino también fue evidente en las redes sociales del ciberespacio, onda las demostraciones de alegría y de dolor fueron masivas.

Dentro de quienes ven la dictadura de Pinochet como un período negro en la historia chilena, se hallaron diferentes posiciones frente a su defunción; desde la incapacidad de sentir alegría por la muerte de cualquier ser humano hacia el festejo exacerbado por el fin de la existencia de quien por años sería la figura mas visible de un régimen totalitario lleno de abusos de poder y violaciones a la vida y la libertad. Pero una posición era común; la indignación de que su muerte haya sido impune.

La preservación de los Derechos Humanos, la denuncia de abusos o el catastro de detenidos desaparecidos y víctimas de la represión de la dictadura fueron políticas públicas impulsadas por la Concertación en sus gobiernos. Lo que pareció ser el comienzo de un proceso democrático íntegro tuvo su contraparte con la secuencia de delitos de Pinochet –mas allá de la represión, la censura o el desmembramiento de la institucionalidad democrática- y su régimen quedaban al descubierto.

A pesar de que muchas instituciones, políticos y hombres de leyes buscaron los métodos por lograr juzgar al ex dictador, esto no fue posible. Así, Pinohet no solo nos dejó la constitución vigente –centro de nuestra democracia, aunque se conformara en dictadura- y junto a ella fueron selladas las  posibilidades de transformación con el sistema binominal imperante que nos mantiene enmarcados en coaliciones que no son capaces de quebrar con falsos consensos sino que buscan alimentar su poder político en gobiernos ciegos y lejanos de la ciudadanía; sino que también nos dejo la imposibilidad de avanzar a un nuevo clima social.

El castigo, en el caso específico de Pinochet en particular, aunque aplicable a muchas aristas de la dictadura, pudo haber sido un mecanismo que nos acercara nuevamente a un horizonte común. Pero con la muerte impune de Pinochet, la cual abarco tanto la no condena de sus delitos económicos concentrados en múltiples cuentas en el extranjero, como los abusos de poder, desapariciones o torturas implantadas en su dictadura, o incluso el tráfico ilegal de armas, se observa otro factor, este en un plano simbolico: la falta y ausencia de un quiebre histórico en la transición a una real democracia chilena.

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