El paradigma del castigo en Chile: los desafíos para construir un nuevo modelo de derecho y sociedad.

por ANDRES ARAOS, Est. de Ingeniería Civil, U. de Chile.

Hoy en día, tanto las encuestas como los medios de comunicación nos transmiten y construyen una lamentable realidad: lo central que es el tema de la delincuencia en nuestro país. Pero el tema se hace aún más complejo cuando nos damos cuenta que en la mayoría de los casos, estas “noticias” tienen alguna relación directa con el sistema de justicia, y su desempeño. Si bien vivimos un año especialmente marcado por la presencia de protestas, desórdenes, represión y finalmente delincuencia, a raíz del estallido social que protagonizaron los distintos movimientos sociales que se formaron durante el 2011, en Chile hace ya varias décadas nos regimos por un paradigma de justicia basado exclusivamente en el castigo. Debemos ser capaces de plantearnos un nuevo paradigma si nos queremos acercar hacia el verdadero desarrollo, uno realmente íntegro para toda la población.

No es un tema del gobierno actual, es un tema de política de Estado que se viene arrastrando hace décadas, y que además ha permeado la manera en que la sociedad chilena percibe la delincuencia y la justicia al punto que se ha convertido en un paradigma que condiciona la forma en que percibimos la realidad. En Chile, el que es acusado de cometer un delito, de cualquier tipo y magnitud, es considerado como un delincuente, entre muchos otros calificativos, y merece un castigo. Pero por otro lado, obrar bien es una obligación social, la base de alcanzar ese bien común como parte esencial de la moral y la ética de nuestra sociedad, un deber. Si las leyes son adecuadas o no, si las penas muy duras o muy blandas, eso no es relevante, porque si alguien obra mal, la sociedad lo percibe de todas maneras, incluso si este individuo sale impune del delito, sea cual sea, es un tema de lo que piensa el colectivo respecto al tema. Este hecho es no menor, ya que todas las políticas de combate a la delincuencia están formuladas de acuerdo a este paradigma, que al igual que como rige a la sociedad, rige también a nuestros gobernantes.

Si la delincuencia sube o baja, no es del todo relevante. La percepción de las personas con respecto a lo importante que es el castigo es lo alarmante. Debemos plantearnos un nuevo paradigma. Lo primero es entender que toda acción tiene una causa, que los seres humanos no actúan de manera arbitraria, y lo más importante, que éstos no nacen ni buenos ni malos. Estos tres puntos que parecen incluso bastante obvios, sientan las bases para entender hacia donde va este nuevo paradigma. Lo que hay que interiorizar es el concepto de causa y efecto, de prevención. Increíblemente como sociedad no podemos entender esto. Si una persona nace en una población en las periferias de Santiago y comete algún delito a los diez años, el tema tanto en los diarios como en la cabeza de las personas no es evitar que más niños sigan creciendo como él, sino en revisar la edad en que se puede condenar a alguien, como si los hogares del SENAME no fueran verdaderas cárceles en donde los menores se corrompen aún más. Basta ver lo que ocurrió con el famoso Cisarro.

Básicamente, lo que hay q lograr es otorgarle una mirada más humana al concepto de justicia en la sociedad, más comprensiva, no a la hora de perdonar, sino a la hora de avanzar como país en temas que afectan directamente la dignidad de las personas, ya que cuando ésta se ve vulnerada, las acciones que éstas pueden tomar se vuelven impredecibles. Somos animales, y como tales buscamos sobrevivir. Necesitamos un paradigma orientado a la prevención y previsión social, un estado Social-Demócrata que cultive políticas orientadas al cumplimiento y entrega de derechos básicos que garanticen estándares mínimos de dignidad. El paradigma actual es ideológico, y ya sea desde gobiernos tanto de izquierda como de derecha, el paradigma ha fracasado. Este nuevo paradigma debe poner en la cabeza de las personas la importancia de la justicia social como eje central más que la justicia que castiga, un derecho redistributivo más que un derecho represor.

Este nueva visión por un lado pretende entender, desde otra mirada, el origen de los delitos que aquejan a una sociedad tan desigual e injusta como la chilena, y de esa manera formular una nueva forma de atacarlos (nueva para Chile), pero en ningún caso pretende quitarle legitimidad a la existencia de un sistema judicial. Esta nueva visión debe seguir entendiendo que los delitos merecen y deben recibir un castigo, esto como base de una democracia en que existe un poder judicial independiente. Aún más, en Chile nuestro sistema judicial requiere de inmensos ajustes para ser realmente efectivo. Ambas cosas son complementarias, y además la existencia de uno la da mayor peso al otro. Pero la idea de un cambio de paradigma, sin ninguna duda, es un tema a largo plazo, ya que requiere inmensos cambios culturales que solo se logran mediante educación, tanto fuera como dentro de los colegios, y a lo largo de todas las esferas de nuestra sociedad. Es imposible ver lo que ocurre con el caso de La Polar y no desear que tuviéramos una clase empresarial con algo de ética, como ocurre en países como Suiza, en que ni siquiera es necesario tener un sueldo mínimo por ley, o donde algunas de sus más grandes empresas a veces ni siquiera tienen fines de lucro. El problema cultural está en todos los estratos de nuestra sociedad y no es tan solo un problema de pobreza.

El sistema judicial debe ser perfeccionado, pero esto no significa que hay que castigar a más personas, más delitos y por más tiempo. Ya bastante vergüenza me da quienes quieren sancionar las tomas en los colegios, cómo piensa entonces esa gente que se forman los movimientos sociales. Las imperfecciones que existen son las que permiten la existencia de injusticias sociales, las que no hacen más que limitar las libertades por las que tanto se luchó con armas y sangre en este país unas décadas atrás, y no las que atacan quienes reclaman por ellas como materias de “seguridad y delincuencia”.

La historia ha demostrado que el terror y el miedo que este acarrea son siempre una política efectiva a la hora de controlar masas, como Bush hijo o Fujimori, por esto se hace tan difícil ver que un país cambie totalmente su mentalidad con respecto a un tema tan sensible y que acarrea tantas consecuencias y debates. Esto condiciona la forma en que afrontamos el día a día. En la última crítica que hizo el gobierno al poder judicial, en una democracia en que los tres poderes son y deben permanecer independientes, no hace más que debilitarla.  Nuestros medios de comunicación están totalmente ideologizados con un pasado y presente donde publican lo que quieren de acuerdo a sus propios intereses y el de sus dueños.

Pero a pesar de todo tengo fe. El movimiento estudiantil y la juventud actual han logrado poner estos temas sobre la mesa, y lejos de tener una ideología extremista de izquierda, como algunos han querido radicalizar al movimiento para desprestigiarlo, lo cierto es que ha sacudido las cabezas de muchos chilenos, lo que nos acerca un paso más al difícil proceso de crecer no sólo como país, sino también como cultura. Como son los paradigmas que nos rigen los que nos definen como personas, en cambiarlos está la dificultad de crecer como sociedad.

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