Hipócritas «por la vida»

por SOFIA SACKS, Est. Ciencia Política, PU. Católica.

 

Es de toda lógica estar por la vida. ¿Quién podría querer lo contrario? Pero cuando un grupo de promoción política se muestra a sí mismo como “por la vida”, ¿se están planteando en contraposición a otro que estaría por la muerte?

La mayoría de nosotros estamos por la vida, al menos, los que no tenemos condiciones psiquiátricas que nos hagan esperar que todo el resto de nuestros compañeros de especie fallezcan. La diferencia radica en qué entendemos por vida. Sobre cuándo empieza la vida, creo que viene dando lo mismo. La diferencia real está en hasta dónde dura la vida, porque sorprendentemente, quienes dicen “estar por la vida”, terminan por olvidarse del que nació en el instante mismo en cuanto sale del vientre de su madre. Toda la advocación con la que defendieron su derecho desaparece, dejándolo en el más absoluto abandono.

Yo también estoy por la vida. Estoy por la vida que permita educarnos como parte de nuestra concepción integral de ciudadanía y de derechos; y que no nos reserva solo a algunos dicho privilegio por haber nacido con suerte. Estoy por la vida, porque quiero que un alza de $10 en el precio del transporte público no signifique un desajuste en los ingresos de las familias del país, donde el transporte significa un 17% del sueldo mínimo. Yo estoy por la vida, porque quiero que vivamos una vida digna, y que cuando nos jactemos de estar llegando a los niveles de desarrollo de Portugal, nos acordemos que el 75% de nuestra población no alcanza la media del ingreso per cápita.

Estoy en contra de matar gente aún cuando un Estado lo decide. Muchos de los que hoy defienden mantener el aborto penalizado preferirían mantener o reinstaurar la pena de muerte. Cuando defiendo esclarecer la verdad sobre los detenidos desaparecidos, o asumir del todo que su muerte no es “producto de una guerra”, sino un asesinato, estoy por la vida. Esos mismos que se declaran “pro-vida”, son los que luego afirman que subir el sueldo mínimo desincentiva la inversión.

Sí, estoy por la vida, pero por toda la vida y por todas las vidas. No solo por la mía, la de los míos y los que viven como yo. Estar por la vida no es defenderla hasta que la guagua salga de su madre. Los derechos se acaban exactamente en la sala de parto de un hospital público, donde las horas de espera aguantan meses, con el costo de los más altos del mundo. A los pro-vida les deja de importar qué pasa con la vida que tanto defendieron, mientras el niño entra al sistema de educación pública, condenando su futuro, su esfuerzo personal y la libertad de elegir. Y si después de todo esto, este individuo resulta ser mujer y queda embarazada, ahí sí va a volver a importar lo que pase con ella, no vaya a ser cosa que no quiera proteger la vida.

En nuestro país, cunde el pánico cuando hablamos de legalizar el aborto terapéutico, tanto como cuando se habla de regular las instituciones privadas de educación, o de modificar la distribución del ingreso y las riquezas en Chile, uno de los países más injustos y desiguales del mundo.

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