|

Los tres hijos judíos que nunca olvidaré

por MIJAL KISHINEVSKY, Doctora, U. del Desarrollo.

 

Soy judía, de corriente ortodoxa. Como aquí somos pocos, no podría decirles si soy jaredí, datí leumí, o qué. Nací en Chile, el país del fin del mundo, tranquilo, donde las mayores preocupaciones son que alguien te robe el auto o te rompa un vidrio de la casa. No hay bombas, tiroteos, ni raptos. Al menos no hasta ahora.

Una de las mejores cosas de vivir en Chile es que todos en la comunidad nos conocemos. Para muchos esto puede ser algo negativo, pero cuando alguien se enferma, tiene problemas o necesita algo, es fácil movilizar personas para ayudar. Hace poco una joven tuvo un accidente, y las cadenas de tehilim eran interminables. Tenemos organizaciones para ayudar a nuestros hermanos con problemas socio- económicos, para juntar becas educacionales, y 7 movimientos juveniles que luchan por la continuidad de nuestro pueblo.

Siempre me he sentido muy identificada por la comunidad judía de chile. Pero nunca había sentido, hasta ahora, que somos una pequeñísima parte de un todo muchísimo mayor. Un pueblo, que hace ruido como si fuéramos miles de millones. Un pueblo donde lo que le pasa a uno no le es indiferente al resto. Donde sentimos de verdad, que cuando uno falta, lo hemos perdido todo.

El Talmud dice que cada uno debiera sentir como que el mundo fue creado para él, y desde que se los llevaron, el mundo cambió. MÍ mundo cambió. El mundo de nuestra comunidad judía cambió. El mundo se ve más triste, hay todos los días una razón para llorar.

Desde que no están, ya no hay peleas banales. Solo personas deseando que vuelvan. Desde ese día, han pasado milagros. Milagros en la sociedad, y milagros en mi vida.

Mi forma de hacer tefilá cambió. Por momentos, me tele-transporto y logro hablar con Hashem como si estuviera abrazándome. Me he sentido más afortunada que nunca de ser judía. He llorado por personas que jamás he conocido.  He deseado, con todo mi corazón, que vuelvan.

Quizás nunca pensaron que algo así podría pasarles, pero apuesto a que jamás pensaron tampoco, que el universo cambiaría con su ausencia.

En las calles de Israel, la gente, de todas las líneas religiosas y políticas, reza por ustedes y por su pronto regreso. En los paraderos, en los buses, en sus trabajos. Aquí, aunque no se note, hacemos lo mismo. No hay un solo judío en el mundo que no haya cambiado, aunque sea un poco en su alma, porque ustedes no están.

Quisiera que vuelvan, que vuelvan ahora, en este mismo momento. No quiero que pase un solo día más sin ustedes. Y cuando vuelvan, recuérdennos a todos como fuimos cuando no estaban. Así nos mantenemos hermanos como ahora.

Pero ya es demasiado tarde. Nuestros rezos ya no son para que vuelvan, sino para que se encaminen junto a Él. Hoy todo el pueblo judío llora a tres de sus hermosos hijos, los lloramos juntos y unidos como pueblo, literalmente, sin metáforas. Yo misma lloro a mares como si hubiera perdido a mi propio hijo, en una sensación de angustia y tristeza incapaz de poder explicar.

Quiera D-s cuidar sus almas y las de todos nosotros, a veces perdidas entre tanto odio y venganza, y conducirnos siempre en caminos de bondad, amor y compasión. Que la muerte de estos tres hijos no haya sido en vano, y que seamos capaces de cambiar algo que logre que esto nunca más vuelva a pasar.

Publicaciones Similares

Un comentario

  1. me parece espectacular tu empatia tan intima con tus correligionarios, espero que de la misma manera sufran por los jóvenes y niños asesinados en el mundo y no hago alusión solo a palestinos si no a cualquiera que sea privado de su vida, sus bienes y cualquier injusticia cometida, en Chile, Israel, Palestina y el mundo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *