El Rabino Marilyn

por NOAJ SAUER, Artista El Diario Judío.
Leí en un libro de Austin Kleon que todo tipo de arte es una colaboración. El autor básicamente quería decir que ningún producto final en arte es independiente de influencias externas, y que esas influencias «colaboran» en la creación de la obra. Pero yo extiendo el concepto; vandalizar una imagen también es una colaboración.
En Tel Aviv, mientras coordinaba un grupo de Birthright especificado en arte, nos llevaron a conocer un proyecto de street art en la Estación Central de buses. El coordinador Mati Ale, israelí nativo y muy copado, me pidió que colaborara, pintando un par de paredes, pero que haga mis diseños más pop. Decidí que una de las paredes tendría a mi «Marilyn Rebbi», pero esta vez haría a la misma Marilyn en su emblemática imagen con su vestido blanco, con colores más chillones, un amarillo alterado cubriendo un cuerpo rosado pálido en un fondo azul cerúleo, conservando sólo el rostro del rabino del cuadro original.
Mi Street art es live art, no pinto a oscuras o en la noche (salvo raras ocasiones), sino que pinto públicamente e interactúo con los transeúntes. La gente me veía pintando a Marilyn con rostro de rabino y las expresiones fueron muy variadas, más de risa que otra cosa, salvo cuando dos jóvenes religiosos vinieron a preguntarme un poco más sobre lo que estaba haciendo.
Les expliqué la filosofía detrás de la imagen, estuvieron de acuerdo con el fin, pero no con el medio, y uno de ellos amenazó con tachar mi dibujo del rabino travestido porque de alguna manera lo estaba ofendiendo. Mi primera sensación fue la de quien recibe una agresión, pero inmediatamente se transformó en excitación. ¿Podía una imagen mía generar tanto rechazo en otros hasta movilizarlo al vandalismo? Dos semanas después, me llegó la foto. Un anónimo vandalismo había tachado la cara del Rebbi, dejándolo en un simple Marilyn de rostro tachado. ¡Estaba feliz!
Inmediatamente, se me vino a la cabeza lo que aprendí del polaco Pawel Althamer con su Draftmen Congress: puede haber un diálogo «mudo» en la pared entre 2 o más partes, sólo dibujando, tachando y redibujando. Yo di mi opinión y otro ser humano dio la suya.
Mi mensaje ni siquiera iba entre lo LGTB y la ortodoxia, sino tenía que ver con la forma superficial que muchos rabinos toman su trabajo, crítica igualmente perdida en la censura del acto vandálico. Si bien aprecio que tuve el espacio real de diálogo con estos jóvenes, siento que el resultado en la pared hizo ver mi idea más parecida a la de ellos que a lo que yo realmente quería expresar. Quizás aportó a mi diseño, pero destruyó mi idea. Si no puedo repintar y sólo me quedo con una idea tachada por otros, ni el arte ni nada se salvan en un escenario así.

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