Dilemas de Vida y Muerte en torno a la Liberación de Gilad Shalit: Percepciones éticas y morales contrarias.

por JULIAN GOREN, Est. Ciencia Politica, PU. Catolica.

La muerte es un castigo para algunos, para otros un regalo, y para muchos un favor. 

Séneca, (2-65 a.C.) Filósofo latino

La muerte se hace presente en medio de la vida del hombre, quien no sólo es un ser que en un futuro incierto morirá, sino que ya en esta vida está muriendo, y lo sabe. Percibe la muerte como fin de su vida terrena, como la ruina de la existencia corporal, como una ruptura de las relaciones que le unen con los demás hombres, consigo mismo, con sus proyectos y aspiraciones.

El contenido y el significado de la muerte humana se esclarecen en buena medida a partir de la inmortalidad que el hombre espera y proyecta más allá de la muerte. El hombre resiste la muerte con vehemencia no sólo por la natural repugnancia que experimenta ante el sufrimiento, ante la degradación de la vida terrenal que precede el trance final, sino más bien por la profunda aspiración que experimenta hacia la inmortalidad y trascendencia, hacia el quedarse para siempre, como una permanencia en la memoria del pueblo en las grandes obras y nobles hazañas que llevó a cabo, sentimientos que se desvanecen ante la invasora destrucción que supone la muerte.

La inmortalidad tiene que ver con la valoración de la vida y la muerte que considere cada individuo, la cual diverge de acuerdo a sus valores, ideales y a los conceptos en los cuales basa su ideal de vida, ya que a pesar de la existencia de un supuesto código ético, éste no puede con la irracionalidad, por lo que no existe una verdad única. En la interpretación de la muerte no existe una verdad única, lo cual entrega las bases para múltiples entendimientos del cómo es y cual es la forma adecuada de llegar a ella, viviendo por ella o muriendo para vivir.

La liberación de Gilad Shalit expuso una clara divergencia en la interpretación de la vida, dejando en evidencia distintas maneras de enfrentar la vida y la muerte. Optar por proteger la vida de un soldado en pos de reclamar justicia ante la muerte de miles de personas marca una pauta sobre qué es lo que prevalece en la sociedad israelí. La liberación de Shalit demuestra una primacía de la vida sobre la muerte, donde se escogió una vida en específico, dejando de lado el recuerdo y la memoria de seres que ya no están presentes físicamente. Este proceso provoca que estas víctimas del terrorismo se transformen en “mártires”, entendiendo esto como dar la vida por alguna causa, más allá de su propia realidad, ya que su justicia nació de acuerdo a la protección de la vida de Shalit, no castigando al causante, lo que en términos morales contiene un gran aspecto idealista. Este caso invoca el concepto de inmortalidad de las víctimas que viven en el espíritu de Shalit.

Esta liberación tiene un gran contenido idealista, ya que tiene una explícita propuesta que valora la vida por sobre la muerte, es decir, tenemos un país cuya función primordial es defender su sobrevivencia, incluso si nuestros actos hoy aumentan los riesgos en la seguridad del mañana. No es primera vez que se realiza un cambio con esta marcada diferencia, los cuales siempre han sido con el mismo fin, tratar de destrabar las negociaciones para alcanzar una posible solución definitiva, pero esta pasión por la vida que está tan inmersa en la ética judía e israelí, nos ha creado hoy innumerables impactos en un futuro incierto y cercano.

Los grupos terroristas tienen la posibilidad de volver a contar con miembros que tienen una valoración de la vida y la muerte muy distinta a la nuestra, lo que produce que esta “valoración de la vida” del Estado de Israel provoque más muertes en un corto, mediano e incluso un largo plazo, haciendo que esta postura no sea tan clara como se ve a simple vista. Para Israel, la muerte se cambia con la vida, entregando a más de  mil prisioneros, de los cuales alrededor de cuatrocientos eran condenados a muerte por terrorismo.

«La existencia precede su esencia» (Sartre, 1950), no hay una naturaleza humana que determine a los individuos, sino que son sus actos los que determinan quiénes son, así como el significado de sus vidas. De acuerdo a este postulado existencialista, las acciones de los individuos explican la importancia que le dan a la vida y a la muerte, donde se asume que el ser humano firma, en su condición de libre y responsable de sus actos, un código de ética apartado de cualquier sistema de creencias externo a él. El existencialismo busca una ética que supere a la moral y los prejuicios, lo que es contradictorio debido a que busca un código ético universal, que muchas veces no coincide con los postulados de las diversas «morales particulares» de cada una de las culturas preexistentes.

Los actos, como está planteado anteriormente por Sartre, son los que nos dan nuestra esencia como personas, y aquí podemos ver lo contrastantes que pueden llegar a ser los actos de unos con los actos de otros. Tenemos actos que privilegian la vida, aunque sea la de un solo individuo, como ocurrió en el caso de Shalit, en donde ese mismo privilegio de la vida le otorgó una significancia muy amplia a personas que dejaron el título de víctimas del terrorismo por el de mártires. Pasaron a ser personajes fundamentales para la vida de un soldado, de cierta manera dieron su vida por la vida de él.

Esto contrasta enormemente con aquellos que consideran que la vida propia y la vida del prójimo no tienen el mismo valor, en donde la muerte es el objetivo máximo de la vida. Aquí el actuar pierde el espacio temporal de su significado para llevarlo a un “más allá”, actos en los cuales no son para el presente, sino para un “futuro divino”, en torno a creencias que van más allá de lo terrenal.

“El ser humano es un ser para la nada, y por esto con una existencia absurda que debe vivir el momento. En el ser humano, la existencia precede a la esencia, será el yo de cada humano con sus transcendencias que le dará sentido a la existencia humana. El compromiso existencial debe lograr la libertad de todos y cada uno de los seres humanos, de otro modo la existencia humana carece de sentido (Sartre, 1950). En este mundo, cada cual elige de qué manera serán esos momentos, con nuestras diferentes nociones de lo ético y moral.

Dentro de este existencialismo propuesto por Sastre, existe una variante llamada “individualismo moral”, donde uno debe escoger su propio camino sin la ayuda de normas o criterios universales u objetivos. “Debo encontrar una verdad que sea verdadera para mí,  la idea por la que pueda vivir o morir”. (Kierkegaard, 1928)

Esta postura se contrapone con la del existencialismo como lo propone Sartre, ya que sostiene que no se puede encontrar una base objetiva o racional en las decisiones morales. La filosofía no tiene que ver con una contemplación objetiva del mundo ni de descifrar la “verdad”. Para él, verdad y experiencia están ligadas y hay que abandonar la idea de que la filosofía es una especie de ciencia exacta y pura. En cierto sentido, los existencialistas, a partir de Kierkegaard, son “irracionalistas”: no porque nieguen el papel del pensamiento racional, sino porque creen que las cosas más importantes de la vida no son accesibles a la razón o a la ciencia.

Este concepto explica y justifica la versión más superficial del terrorismo, donde independiente de los ideales y valores, en la práctica, valoran su vida con respecto a la muerte. De alguna manera, este concepto en principio no nos es tan ajeno, ya que los individuos, de acuerdo a la fe que profesan, viven la vida con respecto a cómo será la muerte, es decir, viven la vida en pos de la muerte, ya que la totalidad de nuestras acciones son respecto a la fugacidad de la vida y a la mortalidad, lo cual hace que el concepto de terrorismo no sea tan lejano. La gran diferencia entre estas formas de enfrentar la vida es el respeto en torno a la vida ajena, al prójimo, ya que el terrorismo es un tipo de libertinaje que viola y hurta la libertad ajena. Si un individuo dispone de la vida y la muerte de otro individuo, privilegia la muerte por sobre la vida.

Este intercambio fue un triunfo de Hamas, gracias a su menor respeto a la vida que provocó que amenazara convertir a Shalit en un “mártir”, a lo cual Netanyahu no estaba dispuesto, y con ello fue capaz de manejar el conflicto de modo que la vida de Gilad, con sólo 25 años, fue más importante que el cobrar justicia por la muerte de cientos de víctimas del terrorismo que sufre la sociedad israelí. Es por ello que el terrorismo, al tener la capacidad moral y ética de disponer de la vida del prójimo, provoca que la vida de sus protagonistas valga más que la nuestra. Así podemos entender por qué la existencia de este soldado, vale la vida de mil cien prisioneros.

El dilema entre “vivir porque voy morir” y “morir para vivir”, solo se explica mediante la capacidad de entendimiento y visión que tenemos de nuestra existencia, de acuerdo a nuestras creencia y nuestra fe. Por medio de esto, podemos conseguir la inmortalidad, dejando nuestro rastro en el mundo físico, una huella permanente que sea la prolongación de nuestra alma. La inmortalidad se traduce en darle no solamente el valor y la significación a nuestra propia muerte, sino que en darle estos factores a la muerte ajena, en la cual, debido a la transcendental presencia de nuestros ideales y creencias en la toma de decisiones, no existe una única verdad, a pesar de que exista una base que sea más aceptada que otra.

Así podemos ver que tal como existe un dilema entre la vida y la muerte, lo existe viendo como tomamos la justicia, la cual en el caso de Shalit, va más allá de los métodos convencionales de ésta. La justicia en este caso dio mucho más sentido a las vidas que ya no están entre nosotros, que la muerte de los imputados.

“Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”, Mario Benedetti

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