Hablar es gratis, pero las palabras son valiosas: paz para la convivencia y la diferencia interreligiosa.

por LEANDRO GALANTERNIK, Lic. en Administración, U. de Buenos Aires. Posgrado en Juventud, Educación y Trabajo de FLACSO. Est. Master en Organizaciones sin fines de lucro en la Universidad Hebrea de Jerusalem. Representante judío en la Red Juvenil Interreligiosa de Religiones por la Paz para América Latina y el Caribe.

Cualquier construcción empieza con una idea, siendo que pocas de ellas son desarrolladas por una única persona. El paso siguiente después de tener una idea, brillante o banal, es contarla. Empieza una conversación para su construcción de eso que, hasta hace poco tiempo, era únicamente un producto de la creatividad y la imaginación. En ese proceso de diálogo, las ideas comienzan a concretarse.

En la actualidad, muchas veces la palabra carece de  valor o es usada por el simple hecho de llenar un vacío incómodo. Comunicarse brinda la posibilidad de entablar con el otro una relación. Lamentablemente no toda comunicación genera algo positivo en esa nueva o vieja relación.

La paz es una de esas ideas, y es a través de palabras que primariamente empieza a ser construida o destruida. Lamentablemente en nuestro tiempo, la concreción de esta idea aparenta ser más lejana de lo que a muchos nos gustaría. ¿Quién tuvo la idea, brillante por cierto, de una paz mundial realmente pensaba en grande? Quiero imaginar que varios de nosotros, los jóvenes, añoramos con ver esa idea hecha realidad. Pero somos realistas y sabemos que pedir la paz mundial tal vez sea demasiado. Pensamos en nuestra región, en nuestro país, en nuestra comunidad, en nuestra familia y, si nada nos corta el pensamiento, terminamos con nosotros mismos.

Me considero religioso, y uno de los puntos de frecuente discusión con mis amigos y familiares no religiosos es el rol de la religión, o mejor dicho las religiones, en esa conversación de construcción de paz. Muchos suelen argumentar que, sin lugar a dudas, las religiones tuvieron, y tienen, un papel más propicio en la ausencia de paz que en su construcción. Sin embargo, no es mi caso. Entiendo que muchas veces miembros de determinadas religiones se presentan, o son presentados, como guerreros furiosos hambrientos de sangre enemiga. Estoy seguro que esas personas mal interpretan el mensaje de su religión.

Tengo el honor y el orgullo de ser parte de un equipo extraordinario de personas con quienes, dialogando, intentamos, año tras año, hacer de esa idea de paz algo tangible en nuestra realidad latinoamericana y mundial. Este equipo está compuesto por jóvenes creyentes de distintas religiones, provenientes de diferentes países sumando en nuestras diferencias para un futuro mejor. El equipo de la Red Juvenil Interreligiosa de Religiones por la Paz está compuesto por musulmanes, judíos, cristianos de muchas tradiciones, jóvenes de tradiciones religiosas menos conocidas como la religión bahai, comunidades indígenas, y grupos afro-brasileros, entre otras tantas.

La Torá, quienes los judíos tomamos como la base primaria de nuestro pueblo, cultura y religión, es muy clara al respecto y postula a Aaron HaCohen, hermano de Moshé como quien “Ohev Shalom, VeRodev Shalom” (quién ama la paz y la persigue).

Estas palabras de nuestra tradición no tienen que quedar en el ideal, sino que deben ser capaces de pasar a la práctica. Nos invitan, y exigen también, a ser proactivos en la búsqueda de paz. Empecemos por nosotros mismos, sigamos con nuestra familia y amigos, contagiemos a la comunidad y a la sociedad donde estamos, colmemos el mundo de una paz profunda y duradera.

Me despido con un escrito fenomenal del Rabino Abraham Joshua Heschel: Ninguna religión es una isla, ninguna tiene el monopolio de la Santidad. Somos compañeros de todos los que reverencian a Dios. Regocijémonos cuando el Nombre Divino es loado. Ninguna religión es una isla: compartimos el compañerismo de la humanidad y la capacidad de compasión. El espíritu de Dios vive en todos, judíos y gentiles, hombres o mujeres, en consonancia con sus actos. El Adam único de la creación promueve la paz. No hay quien pueda decir: “Mis ancestros son más nobles”. No existe un monopolio de la santidad; no existe verdad sin humildad. Somos diferentes en nuestra devoción y en nuestros compromisos. Debemos unirnos en nuestro trabajo por la supremacía de Dios. Dios está próximo a todos los que Lo invocan con verdad. Es posible discordar sin desprecio. Que podamos ayudarnos los unos a los otros a superar la dureza de nuestros corazones, abriendo nuestras mentes a los desafíos de la fe. ¿Debemos colocar nuestras esperanzas en el no suceso del otro? ¿O será mejor que recemos por su bienestar?  Que el interés mutuo pueda sustituir el desprecio mutuo, ya que compartimos la precariedad de la condición humana. ¿No tenemos todos UN solo Creador? ¿No somos todos hijos de Dios? Que no seamos guiados por la ignorancia y el desprecio. Que la santidad de nuestras vidas ilumine nuestros caminos. La mano de Dios se extiende a todos aquellos que Lo buscan. Puedan nuestros actos reflejar la imagen divina que existe en nosotros. Puedan aquellos que reverencian al Eterno, conversar unos con otros, y que ese diálogo permita a todos reconocer el esplendor de Dios.

http://jovenesporlapaz.org

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